Hoy, el 80% del área sembrada con soja cuenta con algún tipo de tratamiento biológico; claves para que funcionen mejor
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Hongos, bacterias, virus, algas, extractos de plantas y hasta de animales son parte de un batallón verde que marcha a paso firme, dispuesto a revolucionar la agricultura. Se trata de los bioinsumos, productos elaborados a partir de microorganismos vivos u otros compuestos que se encuentran en la naturaleza, y que han demostrado eficiencia a la hora de mejorar la productividad y la salud de los cultivos, además de mejorar las condiciones biológicas del suelo.
“Cuando hablamos de productos biológicos estamos haciendo referencia a tecnologías que se apoyan en procesos que ocurren en la naturaleza; insumos verdes que se sostienen en microorganismos o productos derivados de estos, cuyo propósito es aumentar la oferta de algunos recursos y nutrientes y mejorar la adaptación de las plantas para aprovechar la condición de crecimiento”, explica Martín Díaz-Zorita, docente de la Universidad Nacional de La Pampa e investigador del Conicet.
De la mano de las nuevas tendencias de consumo ambientalmente responsable, la preocupación por el cambio climático y la emisión de gases con efecto invernadero, los bioinsumos están experimentando un crecimiento sostenido. Y, según los expertos, esto recién empieza. Para Gustavo González Anta, director de Indrasa y especialista en microbiología, los insumos biológicos se están utilizando cada vez más gracias a una “revolución en las formulaciones”. ¿Cómo es esto? “Hoy tenemos formulaciones que nos permiten vehiculizar organismos y mantenerlos fisiológicamente activos durante más tiempo sobre la semilla o la superficie foliar. Por lo tanto, su eficiencia ya sea para promoción del crecimiento o el control de insectos o enfermedades, ha mejorado mucho”, sostiene.
Hoy, el 80% del área sembrada en el país cuenta con algún tipo de tratamiento biológico. Y la pregunta ya no pasa por sí funcionan o no, sino por cómo aprovecharlos mejor. En cuanto a la paleta comercial, hay dos grandes vertientes de productos consolidados en el mercado argentino. Por un lado, los inoculantes y biofertilizantes que aportan en forma directa a la fijación de nitrógeno. Y por otro, los bioestimulantes que son amplificadores de procesos de crecimiento y contribuyen a una mayor estabilidad o mejoran la respuesta ante condiciones de estrés biótico o abiótico. “Se trata de moléculas derivadas de plantas, animales y microorganismos que permiten mejorar el crecimiento, el desarrollo y el rendimiento de las plantas”, completa González Anta.
Inoculantes
Respecto de la soja, los inoculantes son los biológicos más usados y su eficiencia está más qué probada: brindan entre el 70% y el 80% del nitrógeno total que necesita el cultivo. Diaz-Zorita sostiene que la inoculación con rizobios es “un ejemplo milenario de interacción entre microorganismos y plantas para proveerse de nitrógeno. Es un producto de origen biológico que ayuda a que se formen nódulos en la raíz para que el cultivo se abastezca en forma natural del nitrógeno que está en el aire, algo que sin esta tecnología sería poco eficiente”.
Pero a estas dos grandes familias de bioinsumos, inoculantes y bioestimulantes, hay que sumarle una tercera: los biocontroladores. A raíz de la investigación, cada vez están surgiendo con mayor fuerza el desarrollo de biofungicidas y bioinsecticidas que se vuelven una alternativa interesante a la hora de integrarse a un manejo sustentable de los sistemas y disminuir el riesgo de resistencias. Sin ir más lejos, a la hora del control de enfermedades, “la microbiología está dando una serie de herramientas ligadas a la utilización de bacterias, como Bacillus y Pseudomonas, y de hongos, como el Tricoderma, que está siendo muy utilizado ya sea en la semilla, en el suelo o en la parte aérea de la plata”, resalta González Anta. En bioinsecticidas, están los tradicionales BT (Bacillus thuringiensis), que han demostrado tener un buen espectro de control. “Y después hay una gran movida orientada al control de chinches con hongos entomopatógenos, entre los que aparecen Boveda baciana, Metarrhiza ionizaria, entre otros”, sostiene.
En tanto, Diaz-Zorita también recomienda tener visión más amplia y poner foco en el manejo integrado del sistema. “Todo lo que hace al control biológico deben ser prácticas hacia el sistema de producción; la incorporación de estos productos,—ya sean para control de patógenos, plagas y malezas, requieren una participación a nivel de rotaciones y de secuencias dentro de una estrategia de sistemas”, explica.
Aunque todavía queda un largo camino de investigación, muchos especialistas concluyen que la acción sinérgica de los insumos químicos y biológicos permitirá ampliar el espectro de las herramientas utilizadas en forma individual. “La complementariedad para algunos tratamientos de semillas en algunos cultivos ha mostrado ser suficientemente efectiva. Recordemos que los productos biológicos no son erradicantes, sino que su efecto es variable en interacción con la condición del ambiente”, remarca Diaz-Zorita.
En tanto, para González Anta la sustitución o complementariedad depende del caso. “A nadie se le ocurriría fertilizar el cultivo de soja con 500 a 800 kilos de urea para lograr rendimientos aceptables. En ese caso, la utilización de la aplicación biológica de nitrógeno y de los microorganismos como Bradyrhizobium japonicum están realizando una sustitución de la utilización de una fuente de nitrógeno químico”, detalla.
No obstante, hay situaciones que hacen al control de enfermedades e insectos donde la sinergia de insumos ha logrado buenos resultados. “Existen productos biológicos que reemplazan al producto químico en el control, pero si hay una alta carga de enfermedad o de insectos, entonces está muy bien utilizar un producto químico para luego seguir con uno biológico; lo que siempre hay que tener muy en cuenta es la formulación del químico, pero en general no hay grandes inconvenientes”, advierte.
Lo mismo puede ocurrir con la nutrición. “Hoy estamos utilizando bacterias biológicas de aplicación foliar para fijar nitrógeno y vemos que tienen un buen desempeño, pero necesitamos incorporar también nitrógeno químico porque no alcanza sólo con el biológico para cubrir todos los requerimientos del cultivo”, puntualiza el especialista en microbiología.
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