Peor momento no pudo elegir. Apenas terminado Expoagro, el Gobierno cerró las exportaciones de subproductos de soja, es decir de harina, aceite y biodiésel, generando un clima de incertidumbre.
¿Y los derechos de exportación? Con la suba de las alícuotas de estos productos, busca hacer un fondo para “sujetar” el precio del pan. No comprende o no quiere hacerlo: no se detiene el hundimiento de un buque con tapones. Por ello, cada tanto se crean nuevos tapones que distorsionan el cuadro de precios relativos y agravan el cuadro económico y social.
La inflación es un flagelo estructural; resulta de la irresponsabilidad de anteriores y del actual Gobierno y de su extremo afán electoralista. Como el déficit fiscal va en aumento, se incrementa la oferta de dinero y, consecuentemente, el crecimiento de las expectativas inflacionarias, lo que acentúa la circulación de los pesos.
El aumento del precio relativo (del trigo o de los combustibles) no tiene por qué ser la razón central. Desesperado, nuevamente el Gobierno castiga las exportaciones e incrementa la incertidumbre, curiosamente, en momentos en que el precio del trigo podría comenzar a bajar, dadas las negociaciones para lograr la paz.
Matar importaciones por falta de dólares, en un cuadro donde éste va rezagándose frente a la inflación, es matar las exportaciones, porque estas necesitan de las primeras (por ejemplo, de fertilizantes). El eslabón agrario debe tomar conciencia plena de ello y hacer valer su decisivo peso en el comercio exterior, cuyos beneficios se desparraman sobre todo el tejido social. Y la sociedad, entender que lo racional es aprovechar las ventajas comparativas y las ventajas competitivas desarrolladas por el hombre de campo. Imponer tributos a las exportaciones agrícolas y sus derivados (por ende a la producción) es como cazar patos con un boomerang.
¿Volverá la batalla del 2008? El campo está en alerta. El que se quema con leche, ve una vaca y llora, reza el famoso dicho.
El Gobierno seguramente tiene en cuenta la historia; en tal caso, no cuenta con suficiente ánimo y fortaleza para avanzar demasiado en su camino intervencionista. El eslabón agrícola no puede perder esta oportunidad de ejercer un potente marketing político. En defensa de sus propios intereses y del país todo.
El autor es economista y docente
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