Se trata de Miguel Mathius, un veterinario que atiende ejemplares de las diferentes actividades hípicas
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Miguel Mathius (41) es veterinario especializado en odontología equina y, desde hace diez años, ejerce su carrera en todo el país. En ese tiempo atendió alrededor de 10.000 caballos que tenían problemas dentales y mejoró su calidad de vida. Sus pacientes, como los denomina, han sido desde caballos de polo de carrera, salto, y hasta aquellos de la calle que son rescatados por organizaciones sin fines de lucro.
Entre las particularidades que el experto lleva anotadas en su haber está cuando tuvo que afrontar un tratamiento que realizó para una cebra de Temaikèn. Además de otros equinos. Su punto fuerte de despliegue es la provincia de Buenos Aires, entre Luján, Escobar, General Rodríguez y Pilar, por la concentración de caballos que hay por las diferentes actividades hípicas. El mayor auge del negocio se siente en temporada de polo, cuando atienden en promedio cuatro caballos por semana.
“Es muy gratificante el trabajo bien hecho y más en los seres vivos. Vengo de una familia de médicos; mi madre es pediatra jubilada, y mi padre también era pediatra. Convivo y vengo de convivir con gente a la que le gusta lo mismo. Soy un fanático de los animales”, narró. Mientras estudiaba la carrera comenzó a hacer prácticas con caballos, donde se dio cuenta de las necesidades que había sobre una atención odontológica que requerían estos equinos. En el medio también incursionó en la podología. El camino lo fue labrando solo, y de a poco, porque no tenía un preconcepto armado de a dónde ir con su carrera como veterinario.
“Cuando comencé a cubrir esto, me encontré con que mucha más gente me estaba llamando y derivando casos, incluso colegas. Me di cuenta de que era lo que necesitaba, hacía lo que me gusta y tenía un trabajo”, acotó. En el comienzo, dice que su perfil no era tan conocido, pero ahora dada la alta demanda atiende alrededor de 1000 caballos por año. La cantidad de pacientes y casos que mira por día generalmente depende de la complejidad de los mismos. Las rutinas duran entre 30 y 40 minutos diarios. La limitante es el traslado entre campos, pero se las arregla con una agenda coordinada por localidad y provincia, que le permiten atender a varios animales y establecimientos en un día.
Entre los animales que atendió figura uno inusual. “Hicimos un trabajo en conjunto de fauna de Temaikèn, donde tuvimos que atender una cebra, con anestesistas y especialistas en fauna silvestres que no son veterinarios, pero les gusta mucho lo que hacen”, contó. Por su vocación también ha tenido que atender animales que se rescatan en la calle. “Es de las cosas más complejas que tuvimos que hacer. Se hace también con el animal anestesiado, algunos tienen problemas más severos que otros”, relató.
Para hacer sus tareas se maneja con un ayudante la mayor parte del tiempo. “[En el momento de trabajar] desplegamos y dejamos todo lo que vamos a necesitar a mano. Ahí posicionamos al paciente donde lo atendemos. Generalmente, es en su mismo box, la caballeriza o un lugar con piso firme. Si hay bretes para sujetarlo, para ponerlo adentro lo utilizamos. Ahora estoy desarrollando uno móvil para llevarlo”, contó. Para hacer la exploración de la boca tienen que sedar al animal.
“El caballo se relaja y pierde atención al externo, eso nos permite abrir la boca, revisarlo y limpiarlo bien y conocer qué tipo de conformación tiene su cavidad bucal y qué tipo de problema tiene para planificar el tratamiento que se hace. Todos los caballos requieren una odontoplastia o nivelado de las fibras dentales, es decir, desgastarle lo que no desgastó masticando naturalmente”, explicó.
Luego se refirió a la evolución, en términos de alimentación, de estos animales más allá de que estén a campo. “Es decir, su boca, incluso su aparato locomotor y sus cascos están adaptados para suelos más duros y tener que caminar más y masticar mucho más para poder digerir esos pastos. La boca está preparada para masticar alrededor de 18 horas por día en su estado estabulado o en la vida doméstica por más que estén a campo, pero en zonas de campos de buen suelo, fértil, blando y nutritivo, con masticar quizás unas 8 horas por día ya le alcanza para ingerir los nutrientes necesarios para vivir”, planteó.
Eso provoca una falta de desgaste o uso, por lo que mencionó que todos los caballos necesitan ese desgaste natural que a veces no se da. “A eso hay que sumarle todos los problemas que podemos llegar a tener nosotros, como la falta de piezas, fracturas de piezas dentales, tumores en la boca, piezas mal posicionadas, retención de dientes de leche, defectos de oclusión, que es el contacto entre una pieza dental y su opuesta”, enumeró.
El tratamiento es importante para mejorar su calidad de vida pero, a su vez, prolongar la vida útil de esa cavidad bucal que es la primera porción del tracto digestivo. Con esto, además, se le va a prolongar la vida al equino: “Con la edad del animal se van perdiendo piezas, si eso pasa prematuramente, el caballo vive menos de lo que debería vivir”.
Por eso planteó que es importante descubrir los caballos con defectos de oclusión. “Cuando se descubre desde temprano se puede prolongar la vida, no con todos funciona igual”, resumió. Los problemas de oclusión son leves, moderados o severos y siempre va a depender de cada equino. Mientras Mathius trata de mejorar la salud de estos animales, también busca darle una alegría a sus dueños.
De acuerdo con los últimos datos del Senasa, en la Argentina existe un total de 2.615.804 equinos registrados en 212.413 establecimientos que han informado la tenencia de lo que en ese organismo definen por equino: potrillos, yeguas, padrillo, caballo, burro, asno y mulas.
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