La Argentina tiene chances de volver a ser un gran productor mundial de sorgo, como lo fue en la década de los años ochenta, cuando, a partir del embargo cerealero de Estados Unidos a Rusia por su invasión a Afganistán, llegó a producir ocho millones de toneladas, de los que exportaba más del 60%. Hoy, la producción es de solo 2,5 millones de toneladas, y se exporta alrededor de un 20%.
La guerra comercial entre China y Estados Unidos volvió a generar interés por el sorgo argentino. Si bien la apertura del mercado chino a nuestro sorgo, en noviembre de 2014, había motivado muchas expectativas y se enviaron más de 80.000 toneladas en 2015, tanto los exportadores como los importadores quedaron decepcionados de la experiencia, y el comercio se frenó.
Desde entonces, el sorgo argentino tuvo mala reputación en China, y en 2016 y 2017 no se exportó nada. No obstante, en 2018 logramos despachar algo más de 1000 toneladas en container. A raíz de esto, se demostró que la calidad se podía lograr, y en 2019 la Argentina envió tres barcos con 140.000 toneladas a granel, que ingresaron sin problemas al gigante país.
China utiliza el sorgo para dos mercados: el consumo forrajero, como alternativa al maíz, y el consumo industrial, mediante su destilación para el aguardiente baijiu. A este último producto destina su propia producción de sorgo y algo de lo importado, mientras que el grueso del sorgo que trae del exterior lo usa para la producción animal.
En la actualidad, solo Estados Unidos, Australia, Myanmar y la Argentina tienen acceso sanitario para exportar sorgo a China. De acuerdo con el listado de la División de Cuarentena Vegetal, los cuatro países pueden proveer sorgo forrajero. Pero la Argentina no figura en el listado de países proveedores de sorgo para consumo industrial que toma la Aduana de China.
Los exportadores argentinos manifestaron la imposibilidad de cumplir el protocolo fitosanitario con China desde su firma, principalmente por la tolerancia cero al sorgo de Alepo y otras plagas, y se llegaron a hacer propuestas a la autoridad sanitaria china para acordar un nivel más permisivo en materia de plagas, lo que fue rechazado tajantemente por la Aduana de ese país.
Sin embargo, la experiencia exportadora argentina de 2018 y 2019 fue exitosa y permitió conocer mejor tanto la realidad del mercado chino como la problemática del producto argentino, y sacar algunas conclusiones. Creemos que es posible cumplir el protocolo fitosanitario firmado en 2014 tratando al sorgo como una especialidad, un negocio muy distinto del que se realiza con otros mercados tradicionales, que no tienen mayores exigencias fitosanitarias y de calidad para nuestro sorgo, como Japón.
Por otra parte, la norma vigente para la comercialización de sorgo granífero de la Argentina es muy permisiva en su categorización, en relación con los estándares de Australia y Estados Unidos, lo que dificulta el cumplimiento del protocolo respecto de la calidad y de las materias extrañas.
Estamos convencidos de que la Argentina tiene potencial para entrar con fuerza al mercado chino, aprovechando la inestabilidad de la relación comercial con Estados Unidos y los problemas de producción de Australia. Para ello, en función del éxito de las operaciones recientes y de las conversaciones con diversos importadores chinos, creemos que hay que encarar dos estrategias.
En lo interno, deberían hacerse más exigentes los criterios de los distintos grados de comercialización de "granos dañados", "materias extrañas y sorgo no granífero", "humedad", e incluirse el peso hectolítrico, que es un parámetro de calidad que tienen los estándares americano y australiano, y que al importador le indica el tipo de producto que está comprando. De esa manera, se facilitaría la comercialización interna del sorgo destinado a la exportación, limitando los conflictos entre productores y exportadores, y esto permitiría elevar la calidad del sorgo exportado, no solo para China sino para todos los destinos exigentes.
En lo externo, creemos que se debe cambiar el eje de la negociación con China: el problema no son las plagas cuarentenarias, sino la restricción para exportar sorgo para destilación de aguardiente. Hay que posicionar con fuerza en la agenda bilateral el interés argentino por exportar con este destino, además de sorgo para forraje.
El protocolo firmado no establece que el sorgo argentino se destine a consumo humano o siembra, sino que indica que es "para su procesamiento". Y la Argentina no está interesada en exportar sorgo para consumo humano directo (comestible), sino para destilación de aguardiente, lo que implica un procesamiento industrial.
El sorgo es un cultivo que tiene un potencial enorme para crecer en la Argentina. Dos terceras partes del país son áridas y semiáridas, lo cual da oportunidad de aumentar el área sembrada con sorgo. El incentivo para que vuelva a ser un cultivo estrella es el precio. Al tener mayor calidad, va a haber mayor demanda, y esto va a redundar en una mayor rentabilidad. Incluso en este momento, el precio es muy atractivo y justifica su producción para abastecer mercados externos.
El autor es expresidente de Maizar
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