La familia Dulevich, de Pellegrini, abandonó la invernada tradicional de novillos de la zona y se embarcó en la producción de leche con un sistema sencillo
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La familia de Ubaldo Dulevich (59) tenía un campo en el partido de Pellegrini con un sistema productivo tradicional, con alternancia de invernada de novillos y agricultura. Las cuentas no le cerraban y un día decidieron un cambio drástico: migrar a un sistema más intensivo, de mayor facturación, pero con mayor trabajo conformado por el tambo.
Partieron con 50 vaquillonas y crearon una sala de ordeño de diez bajadas apalancados con crédito bancario; hoy tienen 800 vientres, que se ordeñan en dos tambos de 20 bajadas cada uno.
Con un sistema principalmente pastoril, fueron creciendo y, además de instalar los dos tambos compraron tres fracciones de campo en Pellegrini y Suipacha, y piensan seguir creciendo. Los secretos del proceso fueron austeridad en los gastos, inversiones asociadas al aumento de la producción, aprovechamiento oportunidades de mercado en las compras y un sólido equipo de trabajo.
“Provengo de una familia en la que mi padre tenía concesionaria IKA y mi madre, Matilde Beretervide, venía de familia agropecuaria. Fui criado en Mercedes y, al pasar los veranos en el campo, le tomé cariño a la vida rural. Por eso estudié agronomía en la UBA y me recibí en 1992”, rememora.
“Antes de graduarme se dividió la sociedad familiar y a mi madre le tocó un campo en Pellegrini, en el oeste de Buenos Aires. Ante esa adjudicación me dijo: ‘Vos estudiaste agronomía y ocupate de la empresa’. Yo tenía 23 años en ese momento”, recuerda.

En esa época el sistema productivo del campo era muy tradicional, con siembra de girasol e invernada con base de alfalfa. “Con el paso del tiempo fui viendo que ese sistema productivo no rendía, sobre todo en los años de la Convertibilidad, con el tipo de cambio atrasado. Es decir, los precios de esos productos no alcanzaban para generar una rentabilidad acorde al capital invertido”, añade.
“Frente a esa realidad, mis tíos siempre me aconsejaban instalar un tambo, con la promesa de mayor rentabilidad. Así fue que un día, sobre la base de los cálculos de una revista agropecuaria y números propios, constaté de la diferencia de márgenes entre la producción de leche y de carne y granos y decidí proponer la instalación de un tambo con 10 bajadas. Así fue que le dije a mi madre Matilde ‘quiero probar con un tambo’, aprovechando que tenía vaquillonas Holando en recría”, se explaya.
“Entonces, en 1994 solicitamos un crédito sobre la base de cédulas hipotecarias para comenzar la construcción. El paso siguiente fue conseguir un albañil que hizo las instalaciones en dos meses, junto con plomeros, molineros y otros proveedores de servicios”, agrega.
“Simultáneamente fui a hablar a La Serenísima; pregunté si estarían dispuestos a retirar leche del campo aprovechando la planta de Trenque Lauquen, lo que fue considerado como posible. Así fue que empezamos con 10 bajadas y fosa con máquinas Bossio ordeñando las 50 vaquillonas”, apunta.
“En aquel tiempo se entregaba leche refrescada porque no teníamos un grupo electrógeno en el campo para alcanzar temperaturas menores. Pero en 1996 La Serenísima exigió la entrega de leche fría y debimos traer la luz al campo desde 500 metros de distancia y comprar un equipo de frío”, resalta.
La empresa
El tambo de Dulevich es de naturaleza pastoril combinando praderas de alfalfa con silo de maíz en invierno más algún verdeo, principalmente centeno. En sala de ordeño, las vacas reciben un suplemento de alimento balanceado comercial.
“Hacemos 300 hectáreas de silo de maíz por año, con rindes variables en la zona, que pueden ir de 20.000 a 25.000 kilos de materia verde por hectárea. Optamos por el silo puente contratado, picado con máquina Claas. Solo se hace silo embolsado de pasturas; también se confeccionan algunos rollos para el invierno aprovechando el los primeros crecimientos de las pasturas nuevas implantadas”, describe.
“Fuimos creciendo en vacas hasta llegar a 500 en ordeño en 2000, cuando aumentamos el tambo a 20 bajadas. Tuve la suerte de tratar con muy buenos medieros a lo largo de todo este tiempo, que se preocuparon por una muy buena producción de pasto y leche y su correcto ordeño”, agrega.
“Llegó un momento en el que nos pareció que 500 vacas eran demasiadas para una sala de ordeñe e hicimos un segundo tambo con fosa para 20 bajadas, que permitió seguir creciendo en vacas. Hoy cada tambo ordeña 350 vacas”, sintetiza.

“La reproducción se desarrolla con inseminación artificial. Las vacas se inscriben en ACHA y estamos por empezar la prueba genómica para elegir las mejores vaquillonas. Entre los rasgos que seleccionamos figuran animales de tamaño moderado, del tipo de Holstein americano, con buena producción y características positivas de salud, sobre todo en pezuñas y ubre. Compramos el semen a Select Debernardi y a otros proveedores”, expresa. La sanidad del rodeo es asegurada por la visita mensual de un veterinario cuidando de ser establecimiento libre de tuberculosis y brucelosis.
La producción de este sistema pastoril varía de 23 a 30 litros por vaca y por día, en función del momento del año y de las lluvias de cada campaña. Los machos se recrían hasta 200 kilos para ser vendidos a invernadores. La crianza es a estaca, con una mortalidad muy controlada mediante un buen calostrado y contando con la tradicional sanidad de los suelos de la zona oeste de Buenos Aires. Luego pasan a piquetes con rollos y ración. Las vaquillonas llegan a la inseminación artificial con 18 meses.
Gestión empresarial
“Matilde, mi madre, falleció en 2006 y los siete hijos decidimos seguir en la sociedad familiar de la cual soy el administrador. Además, mi hermana Valeria se ocupa de la administración e impide que la enorme carga impositiva nos quite tiempo para los productivo; otro hermano se ocupa de un campo en Suipacha”, relata.
“Hemos tenido un crecimiento patrimonial en vacas de tambo y además compramos dos fracciones de campo en Pellegrini y una en Suipacha. Para crecer en vacas hemos aprovechado momentos especiales con poca demanda, que nos permitieron comprar con facilidades de pago hacienda de calidad de una manera muy cómoda”, asevera.
La hipoteca de las cédulas hipotecarias era a siete años, lo que parecía una eternidad al momento de tomarla. Hasta pagar la última cuota en 2000 nos manejamos con mucha austeridad haciendo solamente inversiones productivas que tuvieran impacto sobre la rentabilidad de la empresa. Así hoy tenemos cuatro tractores, tres mixers y la maquinaria necesaria para las labores”, justifica.
“Luego de pagar el crédito, tratamos de tener las cuentas siempre en orden, sin marearnos con el monto del cheque de la leche que recibimos mensualmente. De ese importe bruto, una vez que se descuentan los gastos de producción, queda una parte muy pequeña, muchas veces menor al 20%. Pero hay gente que no considera esa situación, se marea con el importe total y se animan a inversiones exageradas o gastan el dinero fuera de la empresa. Hay que entender que con el tambo estamos haciendo una carrera de regularidad: por ejemplo, no hay que dar más silo del necesario para tener las vacas demasiado gordas, porque de esa forma se termina el silo antes de tiempo y la producción se resiente”, alerta.
En cualquier empresa el factor humano es importante, pero en el tambo mucho más. “Tuve la suerte de trabajar con buenos equipos. En la familia Ambrosetti con la que trato actualmente en el ordeño, los hijos se quedan a trabajar en la empresa. Con el contratista de siembra, Rubén Chaves, estoy vinculado desde 1989. Una buena gente imprescindible para lograr resultados en la producción. El campo tiene los riesgos climático y político normalmente; si a eso se agrega un riesgo humano por un mal equipo de trabajo, se convierte en un combo explosivo que puede ser fundir a cualquier empresa”, concluye.
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