El precio de la oleaginosa llegó en el mercado de Chicago a los valores más bajos en los últimos cuatro años; la campaña agrícola 2024/25 tiene números estrechos
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La caída del precio de la soja que registró el mercado de Chicago a comienzos de la semana tras conocerse el informe del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA, en sus siglas en inglés) volvió a poner la lupa sobre las dificultades que enfrenta hoy el negocio agrícola.
Aunque en días posteriores el valor de la oleaginosa exhibió una recuperación es claro que sigue en niveles bajistas a los registrados hace cuatro años, en plena pandemia por el Covid-19.
Ahora, como explican los expertos, están confluyendo una serie de factores como las previsiones de cosecha récord en los EE.UU., un aumento de los stocks de China, principal comprador mundial de la oleaginosa, y las especulaciones de los fondos de Chicago alrededor de una eventual guerra comercial entre Washington y Beijing en caso de que regrese Donald Trump a la Casa Blanca si triunfa en los comicios estadounidenses en noviembre próximo. Todos estos factores son propios de la volatilidad que enfrentan los mercados de granos, a los que se suman las variaciones climáticas.
Hay en cambio un factor que en la Argentina tiene una dimensión diferente y que hasta que no sea despejado o morigerado va a estar presente: el político y el del desequilibrio macroeconómico. Sobre este punto, el Gobierno se mantiene en una “zona de promesas”, como cantaba el genial Gustavo Cerati.
Fue el ministro de Economía, Luis Caputo, quien lo dijo en persona esta semana en la Bolsa de Cereales de Buenos Aires (BCBA), durante el acto por el 170 aniversario de la entidad. “Estamos terminando con el impuesto más distorsivo de todos, que es el inflacionario”, expresó, y enfatizó: “No tengan dudas que vamos a ir bajando los otros impuestos distorsivos, hay que ganar competitividad, en general; lo que ganamos es una carrera que nos lleva a la carrera que siempre hemos tenido, de ganar la competitividad; va a pasar. Tengan plena confianza que esto va a continuar”. A su vez, el presidente de la BCBA, José Martins, recordó el apoyo de la entidad al Pacto de Mayo y al proyecto de desburocratización y reforma del Estado. “Confiamos en la promesa de las autoridades del gobierno nacional sobre las nuevas medidas económicas con impacto en el sector”, expresó sobre la baja de los derechos de exportación en carnes.
En el horizonte inmediato, septiembre próximo, el Gobierno tiene previsto reducir en diez puntos porcentuales el impuesto PAIS que había incrementado en diciembre pasado y regresarlo a su alícuota de 7,5%. A fin de año, el tributo caduca. Esto podría mejorar el poder de compra de los granos en un momento en que los valores están en retroceso.
Próxima campaña
Pero desde la producción se le está pidiendo al Gobierno un poco más de audacia. Lo hizo el fin de semana pasado el presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), Carlos Castagnani, al solicitar en Villaguay, provincia de Entre Ríos, que se instrumente un cronograma de baja de derechos de exportación. Para el ruralista, el Gobierno “no debe desperdiciar esta extraordinaria oportunidad para llevar adelante un cambio histórico en el país” y añadió que “el peor daño que se le puede hacer a un gobierno es decirle que todo está bien y ocultar la realidad”. El presidente de CRA aludió así a que los números de la próxima campaña de granos gruesos son cada vez más estrechos. El miércoles pasado, los dirigentes de CRA se reunieron con el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, y recordaron que la presión impositiva sigue siendo un “obstáculo significativo para el sector”.
La idea de un cronograma de baja de los derechos de exportación puede ser cuestionada desde la ortodoxia o desde la incertidumbre sobre el momento en que se eliminará el cepo cambiario. También desde la memoria histórica: cuando se prometió una reducción de retenciones la situación fiscal obligó al gobierno de turno a suspenderla. No obstante, un cronograma permitiría ajustar el calendario macroeconómico con el agrícola y contribuir a que las decisiones de gasto e inversión en el negocio agrícola se tomen con una perspectiva más favorable que la actual. En otras palabras, podría haber una expansión del área sembrada que, si el clima acompaña, se transforma en mayor producción. Se comenzaría así con un círculo virtuoso que se traduce en mayores ingresos de divisas por exportaciones y oportunidades de generar riqueza en los lugares donde se origina. Sería una oportunidad para transformar la “zona de promesas” en una realidad.