El clima es el principal factor que genera volatilidad en los precios de las commodities agrícolas. Cuando un país relevante sufre adversidades climáticas, el mercado toma nota de la futura menor disponibilidad de granos y ajusta los precios globales al alza hasta tanto se supere el evento. Lo contrario sucede cuando el clima acompaña favorablemente el desarrollo de los cultivos con registros óptimos de lluvias y temperaturas. En este caso el mercado anticipa una mayor disponibilidad de granos y los precios responden a la baja.
Puede decirse que los precios se apartan de su tendencia de largo plazo cuando las condiciones climáticas se alejan de la normalidad. Es de esperar que los rindes medios observados se acerquen más a los rindes potenciales (los máximos posibles de acuerdo a genética, manejo, suelo, disponibilidad de agua y condiciones ambientales) mientras mejor sea el clima. A su vez, si se reduce el área implantada por limitantes ambientales, si ni siquiera llegan a implantarse los cultivos al no estar dadas las condiciones, la producción esperada será sin dudas menor y por ende más rápida la respuesta de los precios al nuevo escenario.
En el ciclo agrícola 2019/2020, en plena marcha en el hemisferio norte, el clima está complicando al primer productor mundial de granos, los Estados Unidos. Un régimen completamente anormal de lluvias, de excesos generalizados, está ralentizando y amenazando gravemente la siembra de los dos principales cultivos que se implantan en el verano en dicho país (maíz y soja).
Es casi ya un hecho que el área sembrada de maíz terminará siendo sensiblemente menor a la de años anteriores, y por ende, que lo mismo sucederá con la producción del cereal. En la semana 22 (comienzos de junio), la semana previa al cierre de la ventana de siembra del cereal (en principio no resulta conveniente ir más allá por limitantes climáticas), se llevaba implantada sólo el 67% del área de siembra total estimada (37 millones de hectáreas), un porcentaje claramente bajo en relación a la media histórica para esa semana (96%/97%).
Se estima que para esa fecha se llevaban sembradas unas 25 millones de hectáreas, unas 10 millones de hectáreas menos que las que deberían haber estado, para esa altura del año y de acuerdo a las previsiones de inicio de ciclo.
El sector agropecuario de EE.UU. se encuentra muy tecnificado y tiene una gran capacidad para superar adversidades, pero una semana parece muy poco tiempo (incluso suponiendo clima óptimo) para acortar en forma importante la brecha entre la superficie finalmente implantada con aquella planificada originalmente.
Los datos históricos muestran que en las semanas de mayor siembra (entre la 17 y la 20), la superficie implantada se expande a un ritmo semanal promedio de entre 5 y 7 millones de hectáreas. También revelan que ha habido picos de siembra semanal de más 10 millones de hectáreas (semana 18 en el 2007, semana 19 en el 2014, semana 20 en el 2013). Otro dato a incorporar es que en las semanas 21 y 22 de este ciclo la superficie se expandió sólo en 7 millones de hectáreas (3,5 millones en promedio semanal).
Considerando todas estas referencias previas, resulta difícil a priori proyectar la superficie que finalmente será implantada. Esta podría estar en un rango de entre 30 y 34 millones de hectáreas, la cota más baja se alcanzaría si se acelerase pero levemente el ritmo al que viene la siembra y la más alta, que parecería el mejor de los escenarios, si se lograse una fuerte aceleración en los últimos días.
Nótese que una superficie de, por ejemplo, 32 millones de hectáreas implicaría un ajuste de un 11% de área respecto al ciclo previo, unas 4 millones de hectáreas, que a su vez significarían una caída de producción (sólo por este factor) de al menos 40/44 millones de toneladas (a un rinde medio de 10/11 toneladas por hectárea). Para tener una perspectiva, la Argentina produjo en su último ciclo unas 48 millones de toneladas según las Bolsas de Cereales, es decir, una cifra que puede ser parecida a lo que podría caer la producción de maíz de Estados Unidos en el ciclo 2019/2020.
Por su parte, la siembra de la soja también viene muy demorada, aunque este cultivo dispone de más tiempo aún para aproximarse a la superficie prevista. Al cierre de la semana 22 (comienzos de junio), se llevaban implantadas aproximadamente unas 13,4 millones de hectáreas, el 39% de una superficie total estimada en 34,2 millones de hectáreas. La relación histórica es de una implantación del 79% para esa fecha, es decir, el retraso era muy significativo, de unos 40 puntos porcentuales.
Quedan todavía cinco semanas de siembra para la oleaginosa, un margen importante para acelerar y lograr una superficie más en línea a la de las últimas campañas. Los registros históricos muestran que en picos de siembra la superficie avanza a un ritmo de entre 5 y 6 millones de hectáreas por semana, por lo que habría tiempo como para implantar unas 20/22 millones de hectáreas de aquí al cierre de la ventana, siempre que el clima y la condición de los suelos lo permitan. De todos modos, debe advertirse que lograr lo anterior sería un hecho inédito, no hay antecedentes, al menos en las últimas 15/20 campañas, de una implantación de semejante magnitud que se logra en las últimas semanas.
Precios
En abril y comienzos de mayo los precios internacionales se mostraron a la baja a consecuencia de un mercado que lucía bien abastecido, de la mano de la confirmación de una muy buena cosecha en Sudamérica (Brasil, la Argentina) y de la ralentización de la demanda mundial, particularmente china, deteriorada por el conflicto comercial con Estados Unidos y una serie de problemas sanitarios.
A mediados de mayo, luego de varias semanas de iniciada la siembra en Estados Unidos, y con un escenario cada vez más adverso en materia climática, los precios encontraron un piso y empezaron a revertir la tendencia; primero lo hizo el maíz y luego, con la confirmación que los problemas de siembra también la afectarían, la soja.
Mayo cerró con un precio de Maíz en el Golfo de México de US$188 la tonelada, casi 30 dólares arriba de su cotización de un mes atrás (+18%). La soja valuada en la misma localización se ubicó en US$332, mejorando sólo 5 dólares respecto a fines de abril, pero 15 dólares respecto de mediados de mayo (su valor más bajo).
Los precios de exportación de la Argentina han respondido también con mejoras en las últimas semanas. A fines de mayo el maíz cotizaba en puertos Argentinos a US$180, casi 30 dólares por encima del cierre de abril (US$152), una respuesta muy parecida a la que tuviera el maíz Golfo. A su vez, la soja valía US$350, una gran recuperación en relación a los US$300 de fines de abril.
Se vuelve a observar una brecha entre lo que vale la soja de exportación origen de la Argentina versus origen Estados Unidos (+/- 20 dólares), a favor de la primera, que debería existir y mantenerse (dólares más, dólares menos) hasta tanto China siga castigando con un arancel diferencial a la soja de origen USA.
Generación de divisas
La recuperación de los precios de exportación es una buena noticia para la Argentina considerando que resta comercializar buena parte de la cosecha del ciclo 2018/2019.
En el caso del maíz, de acuerdo a la última información disponible en la Secretaría de Agroindustria, se llevaban comercializadas a fines de mayo, con precio cerrado, unas 18,7 millones de toneladas, un 39% de una cosecha estimada en 48 millones de toneladas (Bolsas de Cereales). Casi todas las compras eran de los exportadores (96%), para un flujo de exportación total que podría rondar las 30/32 millones de toneladas en el ciclo.
Como puede deducirse la mejora de precios implica mayores divisas para el país e ingresos para los productores y resto de la cadena.
En términos de generación de divisas, la suba de precios internacionales impactaría sobre unas 12/14 millones de toneladas con destino exportación, aún no comercializadas. Para tener orden de magnitud, si el FOB maíz se mantenía estable en US$150 la tonelada, el valor remanente de exportación se ubicaba en un rango de entre US$1800 millones y US$2100 millones. Con el nuevo andarivel de precios más cercano a US$180 la tonelada, el remanente pasa a ubicarse en un rango de US$2160-2520 millones, una mejora de entre US$360 y 420 millones.
Desde la perspectiva del productor, las cuentas son diferentes, su precio de referencia no es el FOB sino el precio interno, aquel que ya tiene descontado los gastos e impuestos de exportación, y todo el maíz no vendido a la fecha se ha valorizado, independientemente del destino final que tenga el cereal (exportación o consumos internos).
Con respecto a la soja, se ha vendido menos que el maíz, unas 13,5 millones de toneladas al cierre de mayo, que representan el 24% de una cosecha estimada en 56 millones de toneladas. Se espera que se exporten unas 45/47 millones de toneladas, ya sea en forma de grano o de subproducto (harina / aceite), por lo que la suba de precios impactaría, en términos de generación de divisas, sobre unas 31/33 millones de toneladas que restan aún vender.
Para dimensionar magnitud, si el FOB soja se mantenía estable en US$300 la tonelada, el valor remanente de exportación (valuando todo a precio grano) se ubicaba en un rango de entre US$9300 millones y US$ 9900 millones. Con precios en el orden de US$350, el remanente pasa a ubicarse en un rango de US$10.850-11.550 millones, una mejora de entre US$ 1550 y 1650 millones.
Con respecto a la situación del productor, aplica aquí lo mismo que para el cereal, el productor no vende a precios FOB sino a precios FAS y se beneficia con toda la soja que aún no ha vendido, independientemente del destino que ésta última tenga.
En síntesis, la suba de precios internacionales observada en las últimas semanas implica para el país en generación de divisas, considerando solo los dos granos líderes y los volúmenes aproximados que restan de comercializar al exterior, una mejora cercana a los US$2000 millones.
El autor es economista del Ieral, de la Fundación Mediterránea