Hasta hace unos días, muchas eran las voces que se alzaban quejándose por la baja de precios para la soja disponible. Quienes no habían aprovechado valores muy por encima de los $6400 por tonelada se preguntaban el por qué de la caída tan fuerte.
Es habitual que en las últimas semanas del año comercial los compradores ofrezcan valores algo más elevados para poder empalmar una cosecha con la otra con la mejor performance de molienda posible. Esto también depende de sus compromisos y de otros varios factores, que incluso los lleva a pagar valores superiores a los que sus márgenes de molienda les permiten. Pero, claro, todo tiene límites.
Del otro lado, aquellos que guardaron soja justamente para aprovechar –si es que se da– esta situación, siempre esperan unos pesos más. Es un clásico del productor decir que es vendedor de sus stocks siempre y cuando el mercado alcance un valor determinado, pero, sin embargo, cuando el mercado llega a esos niveles anhelados, corre la pelota unos dólares más arriba y así va tensando la cuerda.
Cuanto más sube el precio, más disminuye la oferta y los que siguen aguantando, siguen corriendo la pelota, hasta el día en que los compradores caen en la cuenta de que, a pesar de la mejora en sus propuestas, las compras día tras día disminuyen al punto de entender que pagan muy caro y que sus compras alcanzan sólo para unas horas de molienda. Y ese día la cuerda se corta.
Y eso pasó. Se cortó la cuerda y quienes no vendieron a $6400 ya no estuvieron dispuestos a vender y optaron por seguir esperando. Entonces, los compradores se concentraron en la compra de soja nueva, que tampoco aparecía en grandes volúmenes.
La falta de oferta de soja nueva viene estando relacionada con la incertidumbre del productor en cuanto a volumen y a calidad, en un contexto climático sumamente adverso, y obviamente, con el hecho de especular hasta el último momento para ver si se logran mayores valores para compensar pérdidas, cosa que lamentablemente todos contabilizan, en mayor o menor medida.
¿Qué cambia ahora? Semana Santa es un punto de inflexión en las tareas de recolección. A partir de ahora, la actividad se intensifica. Vender asegurando descarga implica ahorros en costos de logística y, si bien la producción es menor a la esperada y parte de los compromisos se renegociarán, hay cosas que se deben pagar indefectiblemente.
Entonces, la oferta comienza a crecer, mientras que, en el otro extremo, los compradores, empiezan a percibir y a razonar que pagar unos pesos más les puede posibilitar –ahora sí– "capturar" unas cuantas toneladas más.
Bienvenidos al mercado donde la oferta, la demanda, las necesidades financieras de un lado, y las necesidades de abastecer fábricas de gran porte, por el otro, van a empezar a tallar nuevamente en un año con poco volumen de soja y donde todos querrán y necesitarán sobrevivir e, incluso, ser rentables.
El autor es analista de mercados
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