La tradición agricultora de mi familia, tanto materna como paterna, se remonta muchas generaciones atrás en Italia y, luego, desde hace aproximadamente un siglo, en la Argentina. Esa cultura chacarera la hemos absorbido de nuestros mayores y la fuimos aggiornando a los avances tecnológicos en función de lo que nuestra pequeña escala productiva nos permite hacerlo.
Recuerdo perfectamente que, durante mi niñez, mi abuelo materno, quien partió de este mundo antes de ver el desarrollo de la siembra directa, nos decía: “Cómo me gustaría poder sembrar y producir sin mover el suelo, así los estamos destrozando”, en referencia a las labranzas. Pudo prever claramente cuál era el camino a seguir apenas las tecnologías lo permitieran.
Cuando me tocó elegir una profesión, en medio de la confusión típica que impone elegir un futuro con apenas 18 años, investigué minuciosamente los planes de estudio de muchas carreras posibles y finalmente elegí agronomía porque me fascinaba la posibilidad de cursar asignaturas tan disímiles como economía y botánica, bioquímica y mecánica o entomología y climatología, entre tantos otros binomios de materias que a priori parecían no tener nada que ver entre sí. No obstante, al concluir la carrera quedó en evidencia la integralidad e interrelación de todos los campos del conocimiento transitados.
Gracias a esta profesión pude develar uno de los “misterios productivos” de mi adolescencia, consistente en comprender cómo era posible que la aplicación de un herbicida selectivo cesara el crecimiento de otros vegetales espontáneos que amenazan el desarrollo del cultivo, sin afectar al cultivo en cuestión.
Precisamente, en bioquímica aprendí que todos los seres vivos contamos con rutas metabólicas que nos permiten vivir, y que los herbicidas, insecticidas y fungicidas de origen químico y/o biológico utilizados en el campo, junto a otros compuestos de uso frecuente en humanos como los antibióticos, los antiparasitarios, los piojicidas y los antimicóticos utilizados para combatir bacterias, parásitos, insectos y hongos respectivamente, poseen un desarrollo científico tecnológico tan increíblemente avanzado que permiten ser utilizados de forma segura para nosotros y al mismo tiempo controlar esa poblaciones de seres vivos que afectan a nuestros organismos.
Me resultó revelador descubrir que un antibiótico o cualquiera de los otros compuestos citados de uso humano, parten del mismo concepto biológico que un fitosanitario, es decir, el de proteger al organismo (ser humano) o conjuntos de organismos (cultivos de interés) y que ambos tipos de sustancias se encuentran sujetos a regulaciones por Anmat y por Senasa, precisamente en pos de garantizar, por un lado, la acción que prometen, y que al mismo tiempo resulten seguros para las personas y el ambiente dentro del marco de uso recomendado.
Experiencia
Dos décadas atrás, mientras aún cursaba mis estudios de agronomía y ya que la tecnología ahora sí lo permitía, decidimos junto a mi padre reflotar aquel concepto que planteaba mi abuelo e implementamos la siembra directa en pos del cuidado del suelo. Mediante esta técnica y bajo un incipiente esquema de rotaciones agrícolas, comenzamos a descubrir año tras año más vida en los suelos y eso nos dio la certeza de que estábamos en el camino correcto.
Lamentablemente, a mi viejo lo perdimos a sus 74 años, hace casi siete años, víctima de un cáncer, al igual que su padre. En ese capítulo negro de mi vida tuve la oportunidad de tratar de comprender sus causas y sus posibilidades de cura, consultando a prestigiosos oncólogos que me hicieron ver que la ciencia hace todo lo posible por hallar una cura, con muchos avances, aunque sin dar definitivamente con ella para todos los tipos de cáncer.
Durante ese capítulo triste también aprendí que los mayores factores de riesgo se encuentran entre nuestros hábitos de vida: el sedentarismo, el estrés, el estado corporal, como el sobrepeso o la obesidad, y ciertas sustancias de consumo frecuente como el alcohol y/o infecciones virósicas como algunos tipos de hepatitis, HPV, etc. Actualmente, en mis tareas a campo, siempre llevo sombrero y protector solar factor 50 por más que reciba chanzas por metrosexual o algo parecido, la radiación UV también es un factor de riesgo de suma importancia.
Basta de miedos (una campaña en redes con actores y otras personalidades lo hace contra los agroquímicos), producimos alimentos, fibras y otros materiales que nosotros mismos consumimos, nos apasiona hacerlo y, por lo tanto, observamos las recomendaciones y restricciones establecidas para el uso de estas tecnologías, porque nosotros mismos somos destinatarios de nuestros productos.
Basta de miedos, existe el conocimiento de base científica necesario que da respuestas al uso seguro de fitosanitarios y biotecnologías como la transgénesis y la edición génica. Tal como quedó demostrado con la alta respuesta que ha tenido la ciencia en la lucha contra el Covid-19.
Basta de miedos, producimos en el ambiente, que es la “maquinaria” sobre la cual se desarrollan las producciones, bajo las propias leyes naturales de los agroecosistemas, por lo que su cuidado y mantenimiento es lo primero que tomamos en cuenta, y para comprender su estado nos basamos en análisis, indicadores y parámetros, tal como solemos hacerlo todos en nuestra vida diaria con nuestros estudios de rutina: de sangre, de orina, por imágenes, etc., en pos de conservar nuestra salud.
Basta de miedos que buscan profundizar grietas, que intentan enfrentarnos mediante desinformación. Basta de miedos que esconden ideologías y pretenden comunicar una realidad distópica que no existe.
Tal como lo hice públicamente en redes con Charly Alberti unas semanas atrás (había dicho que se estaba destruyendo los suelos), invitamos a los medios de comunicación que buscan ser objetivos y deseen conocer cómo producimos, a acercarse para observar y ejercer con toda responsabilidad su rol de llegar a sociedad con información de calidad.
El autor es productor
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