Del griego hidro, agua y ponos, labor: la hidroponia es un método utilizado para cultivar plantas en el agua en vez de usar suelo agrícola. Con total desconocimiento, esa fue la definición que encontró en el diccionario Carlos Lisanti cuando Ramiro, el hijo de Gabby, su mujer, le habló de un proyecto agrícola que estaba desarrollando un amigo en Australia.
Era fines de 2015 y con 50 años Carlos se había quedado sin trabajo porque la compañía aérea mexicana en la que estaba había quebrado. Enseguida entendió que era un buen momento para comenzar un proyecto propio y este novedoso método de cultivo le llamó la atención.
A través de Internet, indagaron el mundo exterior de la hidroponia. Para capacitarse, Ramiro decidió ir a Florianópolis a un invernadero de un amigo que hacía un tiempo ya estaba en funcionamiento y así aceitar todos los conocimientos posibles que les sirvieran como espejo para replicar en menor escala ese modelo brasileño.
A su vuelta, buscaron algún lugar posible para alquilar y encarar el emprendimiento. En Pablo Nogués, zona de viveros, quintas e invernaderos, encontraron un espacio acorde a lo que querían.
El sistema hidropónico es un método donde se cultiva en agua con agregado de nutrientes que existen en la tierra. Así, las plantas a través de las raíces toman a voluntad una solución nutritiva y equilibrada que se encuentra diluida en el agua para su desarrollo.
En febrero de 2016, con una inversión inicial de US$60.000, empezaron a construir el invernadero. Desde Brasil importaron caños rectangulares especialmente diseñados para hidroponia, por donde iba a correr el agua. "Los caños deben ser planos para distribuir el agua de manera uniforme. En Brasil hay más de 6000 hectáreas de cultivo hidropónico", cuenta Lisanti a LA NACION.
Una de las ventajas es la optimización del espacio y del agua. Si en un sistema tradicional se necesitan seis hectáreas, acá se requiere el equivalente a una. "Se ahorra el 90% del agua en relación al mismo cultivo en tierra", señala.
En julio de ese año comenzaron a sembrar las plantas de hojas verdes exclusivamente, con una condición de no uso de agroquímicos, para en septiembre comercializar ya las primeras rúculas con el nombre de "Del agua venimos". A los 45 días estaban listas también las lechugas y a los 60 días el kale, la radicheta y el berro.
"Otras de las ventajas es la rapidez de crecimiento de los cultivos, un 30% mas rápido que la tierra y en 35 días estás comercializando. Con esta técnica, la planta está en un spa, porque no necesita buscar su alimento para crecer. Eso genera que el producto sea premium", destaca.
El manejo que hacen de la producción es integral y circular, usan el calendario biodinámico, recolectan el agua de lluvia para utilizarla en el cultivo y las plantas se venden con la raíz en bolsas biodegradables.
Poco a poco, los Lisanti fueron agrandando su clientela, dejando cajones en almacenes ecológicos para que prueben la calidad de su producción y con el reparto en countries y quintas de la zona. Con el boca a boca hoy tienen más de 400 clientes activos, donde algunos se acercan al lugar y otros prefieren el envío a domicilio.
Si bien los valores son un poco más elevados que en las producciones tradicionales, sus precios no reflejan estacionalidad ni desavenencias climáticas, porque su crecimiento es lineal. "El precio de nuestros productos está relacionado con nuestro costo para producir, no por el mercado. No manda el mercado, sino los costos", destaca el emprendedor.
"Los clientes nos compran porque saben cómo producimos. Los que prueban por primera vez dicen que no quieren probar más otra cosa. Con sabores bien definidos, los productos hidropónicos tienen esa variable diferencial que potencia la esencia del producto, es un volver a los sabores de la infancia", agrega.
"La planta de lechuga de unos 300 gramos cuesta $60, el tamaño de cuatro atados de rúcula está a $130, 300 gramos de kale, berro, pak choi o tatsoi a $65. Las plantas las entregamos vivas con raíz y pueden durar hasta 15 días en el cajón de la heladera, con un poquito de agua", señala la mujer.
Hoy, en 1000 metros cuadrados tienen 18.000 plantas, con un equipo de trabajo de tres personas que los ayudan. Asimismo, a pedido de muchos clientes comenzaron a vender todo lo necesario para hacer huertas domésticas y dan cursos a la gente que quiere iniciarse en este tipo de cultivo.
Con un lustro de vida, Gabby está esta enamorada del proyecto: "Llegar y escuchar el ruido del agua que corre es disfrutar plenamente más allá de lo comercial". Para Carlos fue un punto de inflexión en su vida. "En un país en el que se debe luchar a diario, se te borran todas las preocupaciones cuando llegás a la mañana y ves las plantas en crecimiento", concluye.
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