En Corrientes, en el paraje Desmochado, los productores Ordener Melideo y Walter Alegre llevan adelante un emprendimiento de fruta fina, comercializan por año 700.000 kilos y llegan hasta la Patagonia; hace tres años armaron una cabaña Braford con genética de punta y este fin de semana en la Exposición de Corrientes, ya lograron el premio Tercer Mejor Macho
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En su chacra en el paraje Desmochado, ubicada en la 4ta. sección del departamento correntino de Bella Vista, desde temprano Ordener Melideo Alegre organiza cómo será la jornada de la cosecha de frutillas. Con la tradición familiar de llevar el mismo nombre que su abuelo, también conserva su misma pasión por el campo.
“Mi abuelo fue hijo no reconocido de un gran ganadero de la zona, aun así siempre trabajó en esa estancia. Después decidió abrirse y hacer su propio emprendimiento. Pese a tener solo segundo grado, poseía una visión diferente de las cosas. Fue un ganadero chico que producía en unas pocas hectáreas y mi padre, que no le gustaba tanto la ganadería, empezó a incursionar en arroz, en horticultura de invernadero, y algo de frutilla, este último nunca como cultivo principal”, cuenta a LA NACION.
“Los tres hermanos, Walter, Elisa y yo, mamamos estos trabajos, esta costumbre. Mi abuelo, que vivió hasta los 98 años con toda la lucidez, siempre nos decía ‘sigan, no aflojen’. Y fue así que terminé la secundaria a los empujones, y me quedé en el campo que era lo que me gustaba. Desde chiquito tuve claro que mi vida estaba acá. Mi hermano sí se fue a estudiar genética en Posadas, pero cuando estaba en cuarto año el accidente y muerte de mi hermana lo hizo regresar a casa”, agrega.
Esa desgracia familiar, en cierta manera, los unió para seguir emprendiendo. “Ahí mi hermano se puso a trabajar conmigo en lo que yo llevaba adelante: horticultura, donde ya éramos fuertes en la región. La frutilla para ese entonces no eran más de 10.000 plantas, pero siempre íbamos probando variedades. Éramos la chacra del ensayo para todos los viveros y organismos como el INTA”, dice.
Pero un día se sentaron a pensar qué querían hacer, hacia adónde querían ir en producción. Veían que cada vez que buscaban crecer en la producción de frutillas, en la horticultura empezaban a tener problemas: “El problema era el invernadero, porque los picos de producciones se superponían. Fue así que el personal, que generalmente estaba en el invernadero, nos comenzó a plantear que la gente que venía tres horas a cosechar frutillas se llevaba dos veces más de plata que ellos que estaban por ahí ocho horas. Entonces comenzamos a flaquear: la gente del invernadero quería ir a la frutilla con justa razón y empezaron los bajos rendimientos en la horticultura”.
Ese replanteo fue el puntapié para dar un golpe de timón y virar su negocio productivo hacia la frutilla, que por cierto también era más rentable. Fueron dejando de a poco la chacra y aumentando las hectáreas de frutilla, hasta que luego de unas campañas se quedaron solo con la “fruta estrella”.
“Veíamos que la frutilla era muy interesante en el negocio, pero necesitábamos hacer algo diferente de lo que hacían los colegas, donde observábamos que su trabajo no crecía”, describe.
Como primer punto, se sentaron a analizar adónde querían llegar con la fruta, qué querían producir y con qué calidad. “Pensamos en darle todo el impulso para hacer una fruta fina diferente, con valor agregado, registrando una marca: ‘Establecimiento La Elisa’, en homenaje a la hermana que se nos fue”, relata.
Según detalla, el proyecto tiene varias aristas: fabrican sus propios envases, tienen cámaras de refrigeración para las frutas, pero, sobre todo, el tratamiento de la frutilla en todo el ciclo es diferenciado.
“Trabajamos con cosecha directa, o sea, el cosechero que recolecta ya coloca la fruta de calidad en el envase en el que se va a comercializar, un sistema norteamericano que implementamos nosotros. Sabemos lo que estamos produciendo, por eso tenemos un cuidado especial y trabajamos con inocuidad”, explica.
Cuenta que todos los años los plantines llegan desde El Maitén y se trasplantan a partir de abril. Ya en junio y hasta diciembre, a mano, se realiza la cosecha. De manera permanente tienen 28 empleados, pero en temporada de cosecha llegan a tener más de 150 personas en la chacra todos los días: “Para épocas de cosecha, la chacra es un pueblo aparte”.
Hoy poseen unas 17 hectáreas de frutillas plantadas y producen 40.000 kilos por hectárea, unas 700.000 kilos totales, con certificaciones de Buenas Prácticas Agrícolas (BPA). Comercializan fuera de la región, llegando hasta la Patagonia.
Hace tres años, nuevamente esa necesidad constante de probar y emprender los llevó al primer amor del abuelo: la ganadería. “Como con la frutilla, decidimos tener hacienda de punta, diferenciada y para eso armamos una cabaña de Braford, apostando a la genética de punta. Casi sin espacio físico, buscamos tener solo animales de elite más que cantidad. Esto fue para mi padre una satisfacción enorme, en honor a su propio padre. Y para toda la familia, una gran expectativa”, dice.
Este fin de semana, en la Exposición de Sociedad Rural de Corrientes, tuvieron su primera alegría, su primera satisfacción como cabaña. Con un toro lograron el premio Tercer Mejor Macho de la raza: “Fue nuestro primer premio con nuestro primer producto”.
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