Oriundos de Alcorta, en la provincia de Santa Fe, los Martelli llegaron a la muestra con un ternero Hereford
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Los Martelli sienten que están tocando el cielo con las manos. Días atrás, en Alcorta, provincia de Santa Fe, Juan Manuel Fernández, junto Gerardo, su padre, cargaron su ternero Hereford en el trailer. Tomaron la ruta 90, luego la 9 y rumbearon hacia Buenos Aires, hasta el barrio de Palermo, donde se lleva a cabo la 134º Exposición Rural. En esta oportunidad con la enorme alegría de que no serán meros espectadores en la tribuna, observando la jura, sino que, por primera vez en los cerca de 40 años de historia de su cabaña Mi Paraíso, participan como expositores.
“Mi Paraíso, así llamó mi abuelo materno, Vicente Martelli, a la cabaña que fundó hace casi medio siglo. Le puso así porque el campo para él era y es su paraíso. Hoy tiene 81 años e igual sigue al frente de todo, con la misma pasión”, cuenta a LA NACION Fernández, mientras posa orgulloso con su ejemplar al final de la primera fila de la raza en el Pabellón Amarillo.
Según relata el joven, de 27 años, hace mucho tiempo los Martelli vivían en un pueblito cercano a Alcorta, donde su bisabuelo era un trabajador rural y que luego de mucho sacrificio pudo hacerse de unas pocas hectáreas.
“Mi bisabuelo tuvo siete hijos y el más chico de todos, mi abuelo, fue el único que pudo hacer la secundaria e ir a la universidad donde se recibió de veterinario. Si bien trabajó como veterinario, siempre añoró tener una cabaña y, de a poco, se puso en campaña para hacerlo. Primero crió Angus, pero en esa época había muchos problemas de parto y muchas cesáreas y, si bien a él como profesional eso lo favorecía porque tenía más trabajo en la zona, como criador no quería renegar, por eso decidió pasarse a la Hereford, de la que nunca más nos fuimos”, detalla.
Fue así que llegó a sus oídos una liquidación de una cabaña y decidió ir a ver qué pasaba. Tuvo la oportunidad y compró dos lotes de vaquillonas y así comenzó todo en la vida de Mi Paraíso. “Ya estaban recibidos también mi papá y mi mamá. Y ese amor por las vacas y el campo que tenía mi abuelo y mis padres lo mamé yo desde chico”, dice.
Sin embargo, el joven, una vez recibido de la secundaria, quiso tomar otro rumbo: el sacrificio que vivían a diario sus padres y abuelos lo llevó a estudiar terapia ocupacional, aunque seguía teniendo contacto con el campo. Pasaron los años y cuando le faltaban ocho materias un “no se qué” lo llevó a abandonar la carrera y volver a sus raíces: la cabaña de su familia.
“Me di cuenta que mi esencia estaba en el campo por lo que decidí estudiar administración rural a la noche y comenzar a trabajar en la cabaña con mi abuelo”, describe. Con la meta firme de empezar a ir a las diferentes exposiciones de la raza, empezó un trabajo fino de convencimiento familiar, porque entendía “que ese era el camino a seguir”.
“Nosotros hacíamos todo puros registrados y a mi abuelo no le gustaba competir. Después de mucho, logré convencerlos que quieran llevar algo a la Nacional de la raza en Bahía Blanca. Sin expectativas de nada, fuimos con el trailer con mi padre y llevamos un trío de vaquillonas que era muy lindo pero le faltaba preparación”, detalla.
Cuando llegó el momento de “peluquear los animales” para la muestra, poco sabía del tema el cabañero. “Empecé a investigar por internet y, como pertenezco a la cámara santafesina donde están todas las cabañas de todas las razas, un chico de Brangus, Guillermo Gallo, me empezó a tirar tips sobre cómo preparar el pelo de las vaquillonas”, cuenta.
Ya en Bahía Blanca y ante su sorpresa, ganaron la categoría y eso ya era mucho para los Martelli, que solo buscaban participar. Pero la alegría fue mayor cuando al pasar al gran campeonato les dieron el premio de Reservado de Gran Campeón Hembra: “Fue tremendo, hermoso y el mejor incentivo para seguir adelante”.
En el remate de esa muestra decidieron vender los productos registrados que llevaron y con ese dinero comprar ahí mismo una vaca preñada pura de pedigree. Así arrancaron el nuevo camino.
Ahora era tiempo de inversiones en Mi Paraiso. “No teníamos nada, comenzamos de a poco a hacer corrales para que coman, un bañadero y hacer un sulky para sacar a caminar a los animales. Faltaba el establo que costaba mucha plata y mi abuelo estaba negado a hacerlo, así que aprovechamos que un verano se fue unos días a la costa y cuando volvió el establo estaba listo y cuando lo vio se entusiasmó” señala.
Luego fue el turno de la Nacional de Gualeguaychú, en Entre Ríos, y después nuevamente Bahía Blanca, donde obtuvieron la Reservada Gran Campeona con un ejemplar (hija de su primera compra). También el año pasado en la exposición de Villaguay, en plena pandemia, la misma vaquillona fue elegida Gran Campeón Hembra de la exposición entrerriana.
Todo estaba listo para que el próximo paso al fin sea este Palermo y ahora sí la pista central. “El sueño de cualquier criador de cualquier raza es venir acá. Lo venía dando vueltas y lo hablé con mi abuelo que fue también su anhelo inalcanzable, porque requiere muchos gastos no solo acá sino también en el campo. En cada Palermo, desde chiquito recorría las filas de los ejemplares y añoraba con estar acá y hoy no puedo creerlo que lo logramos”, indica.
El martes de la semana pasada llegaron, bajaron el animal, el cajón y todos los petates y su padre regresó a Alcorta: “Me quedé yo solo, pero este jueves vuelven todos para la jura”.
El estar acá, para los Martelli, es todo. “Con haber pasado la admisión, ser parte de las filas de la Hereford e ingresar a la pista central, ya nos sentimos premiados; ya ganamos, el oro es nuestro, sobre todo para mi abuelo es un orgullo, que con sus años sigue siendo el que primero llega al campo y el último que se retira”, finaliza.
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