Con foco en el suelo, en el Congreso Aapresid se plantearon cuestiones como el caso de los productores que interrumpieron el sistema y los desafíos de hacer una producción cada vez más sostenible
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ROSARIO.- En un año difícil para el campo por la sequía, y en medio de un contexto económico complejo, el XXXI Congreso de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), que comenzó este miércoles y se realizará hasta el viernes, es una puesta a punto para los productores y técnicos sobre los grandes temas del sector. Así lo está reflejando el interés de los más de 6000 asistentes al centro de convenciones Metropolitano de esta ciudad.
Con el eje temático Carbono, salud de suelo y cambio climático, en las charlas e incluso en los pasillos del evento se habla de la importancia de la gestión sostenible y su relación con la mitigación y adaptación al cambio climático. Una materia donde Aapresid ya es referente por la siembra directa.
En este marco, uno de los temas tratados fue la percepción de una “dinámica” de intervención o discontinuidad en la práctica de la siembra directa, algo que empezó a inquietar a los impulsores de este sistema que se aplica en más del 90% de los suelos productivos de la Argentina. El asunto lo presentó el técnico Germán Fogante en el panel “Seamos directos: digamos no a la Labranza”.
“Según las estadísticas, el sistema de siembra directa alcanzó niveles superiores al 95%”, dijo y luego añadió: “El año pasado observamos un retroceso de alrededor del 5%. Al recorrer las rutas y los caminos de la producción argentina surge la sensación de que esa intervención está a mayores niveles y la verdad que nos preocupa esa intervención sobre lo que hemos gestado durante tantos años o lo que hemos mejorado durante tantos años”, expresó Fogante.
Según señaló, hay diferentes técnicas de laboreo que están utilizando los productores que consideran que interrumpir temporalmente la práctica de siembra directa continua puede ser ventajosa. Por un lado, sostuvo, se encuentran quienes al realizar un laboreo más profundo consideran que la aireación del suelo conlleva una mejora y un adelantamiento de los beneficios asociados con la siembra directa a mediano y largo plazo. Sin embargo, aclaró que esto que puede ser tomado como beneficioso en el largo plazo no lo es.
“Se puede observar una respuesta inmediata en el cultivo subsiguiente porque, si es un año de precipitaciones normales, puede haber un efecto más nutricional que la real mejora de la aireación que posibilita una mayor exploración del suelo por parte de las raíces. Después de ese primer año, el suelo vuelve a su situación anterior al laboreo e indudablemente queda en peores condiciones de lo que era antes”, alertó. Esto, explicó, se debe a que la siembra directa tiene un factor muy importante que es el tiempo y que la intensificación debe ser biológica a través de las raíces y no de medios de labranza.
Por otro lado, comentó que hubo un incremento del laboreo “más superficial” debido a un acomodamiento de los suelos y al control de malezas. Detalló que usualmente se cree que un eficiente control de malezas implica no enterrar demasiada cobertura y mantener un residuo de material vegetal en un rango del 40% al 50%. Sin embargo, el foco principal no recae en conservar esta cobertura superficial, sino en el grado de oxidación que se promueve en los primeros cinco centímetros del suelo, que es lo que se ha venido trabajando durante más de 30 años.
Por su parte, Marcelo Arriola, integrante de la Comisión Directiva de Aapresid, explicó que uno de los motivos que llevó a los productores a retomar las labranzas es la presencia de capas densas en el suelo, estructuras limitantes que dificultan tanto el ingreso de agua como la circulación de las raíces. Esto, indicó, ocasiona que las raíces se vuelvan tortuosas, lo que implica un mayor gasto energético y una disminución en el rendimiento. Además, esta situación provoca una reducción en la absorción de agua.
“Este problema se origina debido a la descarbonización del suelo. Los agregados del suelo contienen partículas de limo en su interior; cuando ocurre una pérdida de carbono, estos agregados se rompen, liberando láminas o minerales que quedan desprendidos. Estos minerales comienzan a reorganizarse y conforman lo que conocemos como la capa densa. Este es el origen de la capa compacta y densa que dificulta el desarrollo de las raíces y la infiltración de agua”, señaló.
En respuesta a esta situación, muchos han optado por romper esta capa. Sin embargo, esto tiene como consecuencia una mayor pérdida de materia orgánica. Según los expertos, al oxigenarse el suelo se provoca la liberación de más partículas de limo, las cuales tienden a reacomodarse y se termina inmerso en un círculo vicioso.
En este contexto, el especialista indicó: “Hay que volver a recapturar y recarbonizar los suelos con biología del suelo y muchas raíces, para que estas láminas liberadas queden retenidas en conglomerados de materia orgánica, y así el suelo recupere su granularidad en lugar de formar una capa densa”.
“La siembra directa generó más que un cambio tecnológico, un cambio cultural. El agricultor pasaba 14 horas arriba de un tractor labrando y, de pronto, un día se dio cuenta de que podía no hacerlo y a ese tiempo lo dedicó a enriquecer la mente y ahí comenzó la evolución de la siembra directa. Lamentablemente, hoy está pasando esto [la intervención o discontinuidad de la práctica], quizás porque no entendimos que la siembra directa no es un dogma ni una práctica, sino que es un sistema de producción”, dijo Rodolfo Gil, ingeniero agrónomo director académico del programa Chacras de Aapresid. Para el experto, hay que entenderlo como un sistema de producción donde debe estar en equilibrio lo que se produce con lo que se consume y se descompone.
Por otro lado, en un contexto de preocupación pro el cambio climático, el especialista enfatizó que lo que se busca con la siembra directa es una agricultura sustentable. Enfatizó que la “gran diferencia” que tiene con la agricultura tradicional es que busca “adaptar la planta y la tecnología a cada entorno, permitiendo que el ambiente exprese el potencial productivo con el mínimo disturbio”.
Para el especialista es importante resaltar que, mientras el enfoque inicial se basó en una tecnología disruptiva y recetas establecidas, una segunda perspectiva se fundamentó en tecnología de procesos, especialmente en procesos biológicos y estrategias. Mientras el primer enfoque se sustentó en un promedio homogéneo, el segundo se orientó a comprender la variabilidad y adecuar las tecnologías en función de ello.
“Comprendiendo esto se nos facilitará entender la siembra directa como sistema de producción. En primer lugar, la siembra directa se acerca más a un sistema natural. La naturaleza, al descansar los 365 días del año, está trabajando, recibiendo la energía del sol y transformándola en distintos diseños a través de la fotosíntesis. Nosotros somos parte de ese diseño de energía que proviene del sol”, sostuvo Gil.
Para el especialista, se necesita intensificar la fotosíntesis para que los cultivos estén más fotosintetizando y que el sistema suelo no esté descomponiendo. Además de rotar para manejar el sistema, porque hay otros factores reductores como las plagas, malezas, etc., hay que cortarles el ciclo. Asimismo, se debe diversificar porque la naturaleza es biodiversa.
Los tres principios fundamentales que mencionó para lograr el éxito en la siembra directa son la cobertura, la preservación del suelo y la actividad biológica. “Estos elementos influirán directamente en dos factores clave: la organización del carbono en el suelo y la estructura del mismo. Estos elementos, a su vez, tendrán un impacto en el equilibrio de la energía, la materia y, especialmente, el agua, que actúa como combustible esencial para el funcionamiento del sistema. La siembra directa permite aumentar la eficiencia en la utilización de este recurso”, dijo.
“Es un círculo virtuoso: más producción, más biomasa, más materia orgánica, menos descomposición. Y un factor central es que si sostenemos esa actividad biológica, lo que estamos actuando directa e indirectamente es algo fundamental, que son justamente los nutrientes. Que es el otro componente, junto con el agua, que necesitamos para alcanzar rendimientos satisfactorios”, remarcó.
Desafíos
En otro panel, el Dr. Achim Dobermann instó a la audiencia a reflexionar sobre los desafíos que la agricultura enfrentará en la próxima década, abogando por una transformación radical en la forma en que se nutren los cultivos.
El especialista identificó que en los ultimos años hubo disrupciones en el mercado de fertilizantes debido a factores como los altos precios del gas en Europa, la pandemia del Covid-19 que afectó la cadena de suministros y las tensiones geopolíticas que impactaron las exportaciones. Esto resultó en una disminución del consumo de fertilizantes en distintos grados para diferentes nutrientes.
A pesar de las turbulencias, existe una tendencia de recuperación en el mercado. Dobermann subrayó proyecciones a largo plazo que indican un crecimiento anual del 1% en la demanda global de fertilizantes hasta 2050. Esto, sin embargo, plantea el interrogante crucial de cómo nutrir eficientemente a una población mundial en crecimiento mientras se minimiza la huella ambiental.
En este contexto, la vision del especialista va más allá de la próxima década y cuestiona la posibilidad de reciclar más nutrientes en el futuro, el potencial de las bioinnovaciones y el papel transformador de la inteligencia artificial en la agricultura. Este nuevo paradigma del que habla Dobermann implica un cambio en la manera en que se entiende la nutrición de las plantas. Es por ello que este nuevo paradigma de la nutrición responsable de las plantas replantea el rol de los nutrientes en un sistema de cadena alimentaria.
Para ello, mencionó el especialista, la industria de los fertilizantes tiene que encontrar un equilibrio entre la seguridad alimentaria y la protección del medio ambiente a través de la innovación a lo largo y ancho de la cadena de nutrientes.
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