En Bigand, en el sur de Santa Fe, en lo que va de 2022 llovió un 50% por debajo del promedio; sufrió un fuerte recorte la siembra de trigo y hay temor por el futuro de la campaña de maíz
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BIGAND, Santa Fe.- José Luis Roca (69) se agarra la cabeza mientras mira un lote con rastrojo de soja de la última campaña. Hace 15 años que, para esta época, allí debería tener sembrado trigo, pero ahora en ese lugar no tiene el cereal. Mientras el país atraviesa el tercer año consecutivo del evento La Niña, que ocasiona lluvias por debajo de lo normal, con más intensidad en unas regiones que otras, aquí hace tres meses que no se registran precipitaciones. Esta localidad, de 6000 habitantes y ubicada a 70 kilómetros de Rosario, es una de las que LA NACION está visitando para conocer los efectos de la sequía en la región agrícola núcleo que comprende al sur de esta provincia, el sudeste de Córdoba y el norte de Buenos Aires. Se trata de la primera nota de una serie en los próximos días. En Bigand, en lo que va de 2022 llovió 280 milímetros, un 50% por debajo de la media a esta altura del año.
Por ello, aquí las consecuencias del fenómeno ya están a la vista: en este lugar, donde habitualmente se suelen hacer unas 5000 hectáreas con trigo, solo hay unas 1500 implantadas y ya se descuenta una pérdida del 30% en el potencial de rinde. Por efecto de la falta de lluvias, entre otros factores, la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) ya redujo para la Argentina de 6,9 millones de hectáreas el año pasado a 5,9 millones de hectáreas en 2022 la siembra de trigo. Un millón de hectáreas menos. En el caso particular de la zona agrícola núcleo, un 25% del trigo ya está en una condición de regular a mala. Pensando en la nueva siembra de maíz, en tanto, que se iniciará en unas semanas, en esta localidad santafesina ya aguardan una merma del 20% en la implantación. Porcentaje que podría ser mayor de no registrarse lluvias.
“Este año directamente no sembré trigo porque no hubo suficiente humedad”, explicó Roca a este medio. Todos los años destina un 33% de las 120 hectáreas que produce [25 propias y el resto alquiladas a su familia] al cultivo invernal. En el resto suele hacer maíz y soja.
“Tengo compradas las semillas de maíz, pero no sé si las voy a sembrar, y dudo que sea en la fecha óptima. Tendría que empezar en los primeros días de septiembre, pero si no llueve va a ser muy difícil. Haremos solo soja temprana [siembra de octubre] o maíz tardío”, indicó el productor, que teme revivir lo que sufrió la última cosecha: dejó, por la sequía, un 30% de la oleaginosa sin recolectar y, además, perdió más de un 50% de rinde. De 2500 quintales que obtiene habitualmente, sacó 1200.
“Otros años, para este momento, ya estábamos mirando en qué invertir porque teníamos el panorama de lo que venía; ahora no sabemos si vamos a sembrar, que es lo más grave. Necesitamos una lluvia importante”, expresó.
“Está llegando la época del año en que se encuentra el período crítico para el cereal [por el trigo ahora sembrado], donde cada semana que pasa sin precipitaciones la pérdida de rendimiento empieza a ser exponencial”, describió aquí el ingeniero agrónomo Maximiliano González mientras extraía un macollo del cereal. La necesidad de agua para el cultivo se acrecienta.
Entre el trigo y lo que viene
Mientras hay preocupación por la suerte del trigo que se debería cosechar hacia fin de año, “mucho más preocupados” los productores están por la siembra de granos gruesos. El maíz se debe empezar a implantar desde el mes próximo y la soja a partir de octubre. En rigor, en veinte días se debería empezar a sembrar maíz de primera temprano y para que eso ocurra tendrían que acumularse unos 100 milímetros, algo que hoy parece difícil.
González asesora, junto al también ingeniero agrónomo Mauro González, a la Cooperativa Agropecuaria de Bigand Limitada, que agrupa a 300 productores. Ambos comentaron a LA NACION que en la zona hay “desánimo” porque al ser el tercer ciclo seco el fenómeno climático impacta cada vez más. Para el caso del maíz, la BCR prevé unas 400.000 hectáreas menos para toda la Argentina; en la región núcleo serían unas 200.000 menos. La menor superficie con el cereal podría ser reemplazada con la soja, que lleva menor inversión.
Al tiempo que hay preocupación por el futuro inmediato de la nueva campaña, la sequía, en el caso del trigo, ya muestra además de la baja de la superficie, otro efecto: los productores hicieron el cultivo apuntando a 4500/5000 kilos de rinde, pero aún cuando lleguen lluvias en los próximos días tendrán una merma del 30% al menos.
Además de asesorar, Maximiliano González arrienda un campo. Esta campaña llegó a sembrar 25 hectáreas de trigo que, de no llegar las precipitaciones, sufrirán una pérdida de más de un 50%.
“¿Cómo viene el trigo para fin de año?”, es lo que les preguntan a los ingenieros agrónomos en esta localidad. Sucede que los comerciantes, transportistas, trabajadores rurales, se inquietan por saber el posible resultado en un pueblo que vive 100% de lo que genera el campo. La mayoría de los habitantes tienen algún vínculo con el sector.
“Esperemos que en el transcurso del fin de semana Dios nos regale algo para romper la seca”, dijo el productor agropecuario Juan Javier Benincasa, que sembró un 40% de las 150 hectáreas que arrienda con trigo. Explicó que ese cereal “no se está desarrollando”. Sentado en el borde de una tranquera, toma mate mientras mira el lote de trigo que sembró hace tres meses. Repite que aún “no se ha desarrollado”.
Desde 2005 está al frente de una empresa familiar que, además de producir, presta servicios agrícolas. En sus años como productor no recuerda haber empezado otra siembra con estos niveles de sequía. “En esta campaña, a las pérdidas las tuvimos desde el nacimiento [de los cultivos] y venimos muy atrasados en el crecimiento”, graficó. Está reticente a iniciar la campaña de granos gruesos por la falta de agua.
“Si no llueve, no voy a sembrar, no me voy a arriesgar”, remarcó. Contó que en el ciclo agrícola pasado hubo productores en la zona que perdieron, también por la sequía, el 50% y el 60% de la producción de soja y maíz, respectivamente.
“Teniendo agua y volumen, las deudas se cumplen, pero cuando no hay kilos a cosecha, el canje de insumos no hay con qué afrontarlo”, compara para tratar de ilustrar cómo la sequía afecta la economía de los productores.
“Da mucha impotencia porque uno pone lo mejor de sí, en este país tenemos que enfrentar todo el tiempo problemas, pero si el clima acompaña uno la pelea. En cambio, cuando falta el agua se viene todo abajo”, concluyó.
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