Con una acción solidaria, en el norte de Santa Fe Yolanda Arce ayudó a que muchos ganaderos no perdieran sus vacas por la falta de agua y alimentos
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Hay una palabra que no le gusta escuchar a Yolanda Arce, Yoli, para los amigos, y es “el arraigo”, un término que se menciona mucho en el sector agropecuario. Ella argumenta que es por la falta de políticas públicas que le permitan a los productores con menos recursos, que viven alejados de las grandes urbes, tener una mejor calidad de vida en los campos. A partir de la sequía que golpeó fuertemente en la zona núcleo, esa expresión que para muchos no tiene ninguna connotación, puso de manifiesto las condiciones en las que trabajan los productores, y con esto, la continuidad de cientos en la actividad.
En el norte de Santa Fe, donde LA NACION hizo un recorrido para reflejar el impacto de la sequía, esta y muchas frases retumbaron en la cabeza de aquellos productores que, en medio de la impotencia, vieron morir sus animales por la escasez de agua. La generosidad y sensibilidad de la gente se puso a prueba con el último fenómeno climático. Yolanda, sin ser productora agropecuaria, decidió encabezar una colecta para evitar que ganaderos de pequeña escala perdieran sus animales por la falta de agua o comida: ayudó a que más de 100 recibieran asistencia del ámbito privado y estatal.
A las 10 en Fortín Olmos de un día de abril de 2023, Yolanda se despedía de un equipo técnico del INTA con sede Garabato mientras saludaba con un gesto de gratitud que flotaba desde lo más profundo de su interior; su sonrisa no perdía el brío en ningún momento. Acababa de firmar su primer contrato profesional, a sus 45 años y cuatro hijos de 30, 27, 21 y 14. El año pasado se recibió de Técnica Universitaria en Gestión Ambiental, un título que ahora le posibilita ayudar de manera profesional a un grupo de productores del programa Cambio Rural de INTA, que no tienen suficientes herramientas para impulsar su producción.
“Estoy haciendo todo al revés”, se excusa con una sonrisa de esas que atrapan a cualquiera. Se disculpa porque durante años había llevado en el hombro el trabajo de cientos de productores de la región con sus herramientas empíricas: ahora también estará apoyada de profesionales expertos.
La sequía la empujó a juntar recursos para acercar cisternas de agua y rollos de alimento para el ganado que se estaba muriendo de hambre y sed. “Hace tiempo que comenzamos con este problema del agua”, agrega. En diciembre de 2022, la situación comenzó a recrudecerse en esa zona y los productores tuvieron que comenzar a buscar el recurso natural en otros campos mientras arreaban el ganado durante largos kilómetros para buscar una gota de agua.
“Ya no tenían plata para pagar y las vacas se les estaban muriendo. Un día que andábamos recorriendo me dice un productor de la zona: Yoli, ya no sé qué más hacer. Necesito agua, ya no me quieren llevar, voy a tener que dejar que se me mueran los animales”, relata en medio de la congoja. Ese fue el impulso que la llevó a comenzar la campaña.
La sequía impactó de lleno en los que tienen menos estructura y soporte económico para mantenerse: gracias a su acción solidaria, algunos pudieron paliar la situación que se recrudeció con el tiempo. Las cisternas salen entre $80.000 y $100.000, según corresponda la carga que transporten. Además, las industrias de la zona donaron recipientes para almacenar entre 1000 y 2000 litros de agua.
“A un productor se le morían todas las vacas. Al siguiente día llegó un camión con agua al campo, y cada gotita de agua que caía la absorbían. Un día más y era un desastre. Después cuando me puse a contarlo me largué a llorar porque me dio tanta rabia, porque ahora vienen a lanzar una campaña política y no tienen vergüenza. En el momento más crítico que pasamos de la sequía ninguno estuvo aquí”, narra. A partir de estas iniciativas, cuenta, “sumó enemigos”, porque comenzó a tocar timbres de las oficinas del gobierno provincial para que acercaran ayudas a los productores. “A mí, los privados fueron los que me ayudaron”, completa.
Desde diciembre hasta abril pasado ayudó a más de 100 familias. Además, la Sociedad Rural de Reconquista se sumó a la colecta y así comenzó a canalizar las asistencias. “Siempre digo que en lo que pueda ayudar, lo voy a hacer, gracias a Dios tengo amistades que saben del trabajo que hago y ayudan; esto es toda una cadena. Mientras lo pueda hacer lo voy a seguir haciendo”, expresa.
Una familia que vive en el Paraje del 38, sin luz ni servicios básicos, es la que la lleva a plantearse el interrogante sobre el arraigo y a darse cuenta de que la decisión que tomó hace años cuando abandonó el campo donde vivía con su esposo, Abel Mansilla, para darle un mejor futuro a sus hijos fue la más acertada. En esa zona son pocos los productores que han decidido quedarse.
“Había un proyecto que se había hecho para la electrificación de esa familia y quedó en la nada. Por eso me da mucha bronca cuando me hablan de arraigo, te dicen que la gente tiene que seguir en el campo. Para que eso suceda tienen que ayudar a la gente a tener lo más simple, es lo más sagrado que uno puede tener. Yo viví en el campo, lo padecí y soñaba con tener la luz”, recuerda.
En 2019 comenzó a mover un expediente para que ese paraje donde reina la tranquilidad pueda tener energía eléctrica. “Logramos que haya otro proyecto anexado al que estaba y que se pueda continuar”, relata.
Son casi las 17 y la última parada del recorrido es en el campo de Rosa Funes, una productora láctea de la localidad, que cada tanto recibe la ayuda y asesoría de Yolanda. “¿Todavía te queda comida para los terneros?”, le pregunta desde el otro lado de la tranquera. Enseguida se compromete a acercarle algunos rollos para los animales que deambulan por el campo.
Antes de despedirse, Yolanda cuenta que no sabe lo que son las vacaciones y su vida se resume en la vida de campo. “Siempre fui muy activa y me encanta hacer cosas en el campo. No sé lo que son las vacaciones, nunca me tomé, el único lugar que lo tomo como vacaciones es cuando voy a visitar la virgen de Itatí en septiembre”, sintetiza. En el campo se siente segura. Allí, dice, aprendió a lotear, cortar leña para hacer carbón… “¡Sé todo, pero no soy productora! Me crié y viví en el campo con mi marido. Tuve a mis hijos muy joven, después estudié y no tengo vergüenza”, resume.
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