El atroz itinerario de Juan Catalino Domínguez, un paisano muy violento
Ciertos atajos del destino suelen poner a prueba el temple de los hombres. En el caso que se describe, esos escollos, que en un alma serena pudieron significar sólo la vaguedad de un mal recuerdo, fueron para ese paisano los disparadores de acontecimientos tan inimaginables como siniestros.
El comportamiento de Juan Catalino Domínguez -especialmente en los cuatro últimos años de su vida- hubiera confundido al más prestigioso equipo psicológico tanto como desorientó en sus andanzas a las partidas policiales que trataron de detenerlo y retenerlo en prisión, y a otras que lo eludieron a fin de evitar enfrentarse con tan feroz homicida en igualdad de condiciones.
Los principales diarios de la época le dedicaron sus primeras planas y, en la década pasada, el escritor Horacio Silva, de Pinamar, se inspiró en él para su novela "El perro"; en tanto que el dolorense Roberto Morete escribió su biografía en 142 décimas imperdibles. Ambas fueron precedidas por otra obra de Ignacio Covarrubias. Había nacido en la zona rural de Rauch y su vida transcurrió trabajando prolijamente en diferentes oficios, especialmente como alambrador.
Es precisamente Morete el que en una sola estrofa resume su perfil humano: ...Era el hombre de esta historia/un ser generoso y bueno/un espíritu sereno/de trato amable y cordial./Un hombre entero, cabal/era entonces Catalino/y sin embargo el destino/llegó a hacerlo un criminal.
Desengaño amoroso
Ciertas cuestiones económicas lo condujeron junto a su pareja a Mar del Plata donde descubrió la infidelidad de su esposa y mantuvo una reyerta con Rafael Luchetti, el amante que consiguió herirlo de un balazo antes de desaparecer junto a la mujer y la hija de Domínguez.
Poseído por la ira y la sed de venganza, se dirigió a Dolores, de donde era oriundo el amante; esperaba hallar a la pareja y a la niña, pero después de algún tiempo de espera cometió los dos primeros horrendos crímenes matando a martillazos a Gregoria Rozas, madre de Luchetti, y a su concubino, de apellido Peñalva, creyendo que éstos le ocultaban la información que buscaba.
Casi al azar, sus pasos se dirigieron a Mendoza donde permaneció oculto algún tiempo.
Pero ya aparecía su foto en las primeras planas de los medios nacionales y su raid criminal era -antes de que completara los ocho homicidios que se le imputan en la causa judicial- el comentario obligado.
La información se filtró y una partida policial lo detuvo mientras dormía en un hotel, para conducirlo de regreso a Buenos Aires.
Pero al llegar a Pergamino logró escapar y ocultarse entre un maizal. Gracias a sus conocimientos de las tareas rurales sobrevivió en lagunas y montes hasta unirse a un grupo de cuatreros con los que cometió una serie de delitos en distintos partidos bonaerenses hasta arribar a Mar del Plata, donde se alojaba su hija. Allí la policía le había tendido un cerco especulando con que tarde o temprano iría a su encuentro, y así lo recapturó luego de herirlo en un tiroteo.
A esas alturas de los acontecimientos, Domínguez tenía dos recurrentes anhelos: escapar y vengarse.
Y algo de esto consiguió. Todavía convaleciente fugó del hospital y se perdió por mucho tiempo.
La fama de un homicida
Domínguez se movilizaba sin inconvenientes con el alias de Pedro Aguirre por Neuquén y Río Negro para el tiempo de la recolección de fruta. Mientras esto ocurría en el Oeste, en poblados y parajes rurales bonaerenses las anécdotas se acrecentaban y Catalino era, para muchos, el responsable de cuanto delito se perpetraba.
Luego retornó a sus andanzas en la zona de Dolores, Pinamar y General Madariaga, exponiéndose a la delación de quienes lo reconocían y aún recuerdan estos encuentros. En cercanías de Balcarce, junto a su nuevo cómplice, Orlando Rosas, se acerca a robar en un establecimiento en el que había trabajado anteriormente. Sin embargo, el súbito regreso de los moradores lo obligó a cometer otros tres crímenes alevosos.
En los pajonales de un campo de General Madariaga, en el que trabajaba como hachero, ocultó el automóvil y los cuerpos.
La mañana del 18 de abril de 1948 fue sorprendido por una partida policial que lo mató, tras un breve tiroteo, en el puesto La Espadaña.
El caso de Juan Catalino Domínguez no se puede encuadrar junto a los de los más célebres matadores rurales, que como Juan Moreira, Mate Cocido o Juan Cuello cobraron vida en peleas francas.
Por el contrario, podría asociárselo más con Vicente Gauna, un despiadado bandido del Chaco, o con el propio Mateo Banch, autor de cinco homicidios premeditados.
Sin embargo, a pesar de su escasa instrucción, logró durante cuatro años conmover por sus crímenes, fugas y peleas, impulsado por el rencor que le causó la angustia de un amor perdido.
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