El 26 de este mes se cumple el aniversario del enfrentamiento entre los “constitucionalistas”, a cargo del general Bartolomé Mitre, y las fuerzas gubernamentales, al mando del teniente coronel José Inocencio Arias; allí cayó el abuelo del célebre escritor
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En el contexto de la denominada “Revolución mitrista”, el 26 de noviembre de 1874 se produjo una batalla en las inmediaciones de la estancia “La Verde” (actual partido de 25 de Mayo, provincia de Buenos Aires), episodio que enfrentó la vanguardia de las fuerzas gubernamentales al mando del teniente coronel José Inocencio Arias, con las fuerzas revolucionarias “Constitucionalistas” al mando del general Bartolomé Mitre.
Esta revolución se originó a raíz del resultado de la elección presidencial del 12 de abril de 1874, en la que Nicolás Avellaneda se impuso como sucesor de Domingo Faustino Sarmiento. El escrutinio no fue aceptado por Mitre y sus lugartenientes, quienes se levantaron en armas contra el gobierno de Sarmiento.
Las operaciones militares en la provincia de Buenos Aires se iniciaron con el desembarco de Mitre en la zona del Tuyú, de allí partió hacia el Sur- Oeste desde donde fue recorriendo la línea de fortines comandados por militares adeptos a su causa (entre ellos, Ignacio Rivas, Francisco Borges y Benito Machado). A lo largo del periplo, fue sumando tropa: partidarios de su causa, vecinos entusiastas y soldados que se encontraban apostados en los fuertes y fortines que defendían las poblaciones criollas contra los ataques indígenas (los clásicos “Martín Fierro”). Así, Mitre logró conformar un ejército de cinco mil hombres que se enfrentaron a los 800 del teniente coronel José Inocencio Arias en la batalla del 26 de noviembre de 1874.
El combate fue encarnizado, la infantería de Arias, atrincherada entre los árboles y parapetada en el foso defensivo del potrero, realizó fuego continuo en varias hileras (de pie y rodillas), desplazándose hacia los puntos en donde se concentraba el ataque, llegando a detener las cargas de caballería a pie de trinchera. Tras tres horas de lucha, Mitre se retiró. Desperdigados por el llano quedaron más de 300 hombres, entre muertos y heridos, entre ellos el coronel Francisco Borges (abuelo del afamado escritor Jorge Luis Borges)
Borges, en diversas entrevistas hace referencia a esta batalla, además de escribir al menos tres poemas acerca de la muerte de su abuelo en La Verde, el más conocido se titula: “Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges (1833- 1874)” y fue publicado en su libro El Hacedor del año 1960.
En aquel conflicto armado entre hermanos se enfrentaron batallones y contingentes de soldados, gauchos y vecinos de muchos partidos de la provincia de Buenos Aires, entre otros: Lobos, 9 de Julio, 25 de Mayo, Navarro y Saladillo del Norte y Oeste de la provincia; Azul, Ayacucho, Bahía Blanca, Las Flores, Lobería, Pila, Ranchos, Rauch, Tandil y Tapalqué del Este y centro- Sur de la misma. El monolito conmemorativo de la batalla erigido en el mismo lugar en donde se desarrolló, fue declarado Monumento Histórico Nacional.
Investigación
Un equipo de arqueólogos del Grupo de Estudios de Arqueología Histórica de Fronteras (Geahf) que nuclea especialistas de diversas universidades nacionales y centros de investigación, dirigidos por Carlos Landa, Facundo Gómez Romero y Emanuel Montanari, vienen desarrollando desde 2008 tareas de investigación en los campos en donde se sucedió la batalla. En el aniversario de estos 150 años, con el apoyo del municipio de 25 de Mayo, publicaron un libro titulado: “Yuyo verde y roja sangre, Mitre y Borges en las trincheras: Arqueología histórica en el campo de batalla de La Verde (1874)”. El volumen reseña todos los resultados de las investigaciones efectuadas en más de 15 años de trabajo arqueológico. Además, la serie de Canal Encuentro “Memorias del Frente” de Alejandro Ravazzola, le dedicó un capítulo a La Verde y al trabajo arqueológico allí desarrollado.
Las tareas arqueológicas pudieron recuperar balas de Remington y sus casquillos, restos de bayonetas y de correajes, balas esféricas de los viejos fusiles de avancarga y botones de chaquetas militares con el escudo nacional. Y, más importante aún, la ubicación de estos objetos en el terreno permitió posicionar a los antiguos regimientos y sus desplazamientos durante el proceso del combate.
El parte de aquella batalla, de tan sólo tres horas, un breve arañazo en la inmensidad de la historia, menciona un terreno medanoso, de suaves pendientes tapizadas de matorrales de pasto puna y un potrero zanjeado con doble hilera de árboles, y en uno de sus frentes, de cara a la desmesura del llano, un par de casas de ladrillo. Nada más. Ese y no otro fue el escenario de la batalla. Pero, el paisaje, en los 150 años transcurridos desde el episodio bélico es otro. Décadas y décadas de laboreo del campo con arados, tractores, cosechadoras, sembradoras, más la construcción de canales artificiales para extraer el agua de los campos y cercas de alambrados, han modificado irremediablemente el terreno. El parte habla de trincheras y ninguna pudo detectarse durante las numerosas búsquedas arqueológicas en las que la exploración con detectores de metales se hicieron sobre rastrojos de soja, de girasol o de maíz. En un terreno aplanado por años y años de arado, es decir, un espacio muy diferente a esos declives de los médanos dorados por los pastizales de pasto puna.
Tampoco sabemos cuál fue la percepción espacio-tiempo de esas tres horas de enfrentamiento para los combatientes. Los atacantes, sumergidos en el flujo líquido del movimiento constante de las cargas y aguantando el chaparrón incesante de las balas; y los defensores, aherrojados en su posición fija, inmersos en el continuo disparo de sus armas de fuego, advirtiendo con aprensión y terror los progresos de los regimientos que se les venían encima, y observando con alivio refrescante las oleadas de aquellos que retrocedían. Curtidos y sufridos hermanos de armas (muchos habían sido compañeros en la Guerra del Paraguay o en los fortines de frontera) más tropas irregulares, gauchos y vecinos de la campaña bonaerense, matándose unos a otros por pasiones políticas para muchos de ellos incomprensibles e irrelevantes.
Párrafo aparte lo merecen los otros grandes combatientes de esta y de tantas otras batallas de la historia de la humanidad: los caballos. En este caso, la peor parte la llevaron los de los atacantes, que cayeron en masa ante la granizada de plomo de los defensores. Los otros, la caballada de Arias, estaban a resguardo, echados y maneados en el centro del potrero defensivo, por detrás de las líneas de los que tiraban desde las trincheras. Desgraciadamente, nada sabemos del número de bajas equinas, estas, como siempre, fueron soslayadas. Cayeron en ese espacio -la llanura- que albergó su vida, lo que sí es seguro es que el tiempo de su agonía habrá sido eterno para ellos, y para sus jinetes, porque nada más lastimero y triste que el relincho entrecortado de un caballo moribundo. En definitiva, los únicos individuos inocentes de este drama histórico.
Con posterioridad al hecho, florecieron algunas migajas literarias que lo reseñaron: el parte de Arias, escueto y castrense, las detalladas crónicas de Florencio del Mármol y los relatos, a salto de mata, de Teófilo Gomila. No hubo más testimonios conocidos. En las rocosas fragosidades de las memorias de los combatientes de La Verde, tan sólo anidó el silencio, el silencio y el posterior olvido.
El autor es arqueólogo