Juan Manuel de Rosas fue un hombre que se forjó a sí mismo en las rudas faenas del campo. Personalidades y viajeros entre ellos, Charles Darwin dieron testimonio de que fue el más "gaucho entre los gauchos". Narra el inglés que en un día domingo el Restaurador abandonó su residencia con una daga ajustada a la cintura, en contravención a la norma que él mismo había establecido para evitar enfrentamientos en el día de la semana en que el alcohol hacía estragos en la peonada.
Rápidamente, uno de sus guardias le señaló la falta, a lo cual se autoimpuso un castigo ejemplar, dando orden de ser atado y azotado tal y como le hubiera correspondido a cualquier otro infractor. "Actos como este anotó Darwin encantan a los gauchos. Empleando tales medios, adoptando el traje de los gauchos, ha sido como ha adquirido el general Rosas una popularidad ilimitada en el país".
Rosas se propuso liderar a los "hombres de las clases bajas y de la campaña". Esta determinación fue estratégica, tal y como se lo confesó a un diplomático oriental en 1829: "Me pareció muy importante conseguir una influencia grande sobre esa gente para contenerla, o para dirigirla, y me propuse adquirir esa influencia a toda costa; para esto me fue preciso (...) hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos y hacer cuanto ellos hacían, protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar de sus intereses, en fin, no ahorrar trabajo ni medios para adquirir más su concepto. (...) mis principios han sido siempre obediencia a las autoridades y a las leyes".
Para conseguirlo, el caudillo supo utilizar un sistema de propaganda política: la reiteración de los lemas partidarios, los "vivas y mueras"; las procesiones masivas y la sacralización de la política; el uso de la divisa partidaria de color punzó, y los códigos de vestimenta del "buen federal", con chaleco punzó y barba completa.
Rosas también promovió el culto a su persona a través de la difusión de su retrato. Escribió a su esposa, Encarnación Ezcurra, desde el campamento sobre el río Colorado, en 1833: "A esta clase de gente (...) les ha de agradar el Restaurador con el retrato. Sería muy conveniente que se hiciese parecido sin pararse en el costo".
Como muy bien señala Carlos Vertanessian en su libro Juan Manuel de Rosas. El retrato imposible. Imagen y poder en el Río de la Plata, los retratos del caudillo idealizados por los artistas se conocen cerca de un centenar cumplieron una función estratégica: Rosas el Grande, el Restaurador de las Leyes; Rosas el Ángel Federal, son algunas de las muchas máscaras que los pintores y grabadores le colocaron, al servicio de la Federación.
Sin embargo, Vertanessian recuerda que Rosas nunca fue fotografiado, a pesar de que el invento del retrato fotográfico había llegado a Buenos Aires en 1843. El gobernador lo recibió con total desinterés y apatía.
"Esas son cosas de gringo", habría dicho el Restaurador, quien también se jactaba de que "principios republicanos" lo inhabilitaban a posar como si fuera un monarca. Juan Manuel de Rosas, el gaucho de ojos azules, construyó poder con su retrato, y el retrato le puso rostros al mito. Así, el Restaurador de las Leyes trascendió para la historia.
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