Al centro este de la provincia de Buenos Aires, junto al río Tandileoufú, se destaca la ciudad de Ayacucho, cabecera del Partido. Además de su tradicional "Fiesta del ternero", posee otros interesantes atractivos, como visitar sus estancias, recorrer sus calles, su museo regional, su antigua iglesia de La purificación de María... Pero su galardón principal es el de ser la cuna y poseer los campos donde se cría y prospera el famoso caballo moro. Este caballo, como explica Tito Soubidet en su excelente obra Vocabulario y Refranero Criollo, es el que cubre con abundante y brillante pelo negro cualquier otro pelaje, dando así lugar a distintas variedades de moro como por ejemplo moro azulejo, moro plateado, moro rosillo, moro dorado...
Nuestro gaucho Martín Fierro, se refiere al caballo moro en dos situaciones límite de su vida. La primera, cuando debe partir obligado a prestar servicio en el fortín de la frontera con los pampas después de la injusta leva de la pulpería; como desconocía todavía las injusticias y despojos de que allí sería objeto, trató de llevar consigo lo mejor que tenía en su pobre rancho y, lo mejor entre lo bueno ir montado en su caballo moro.
"Yo llevé un moro de número/ sobresaliente el matucho / con el gané en Ayacucho / más plata que agua bendita / siempre un gaucho necesita / un pingo pa fiarle un pucho/".
La segunda ocasión en que cita al moro es, después del duelo a muerte con el pampa que infringía a la cautiva indecibles martirios, cuando triunfa en el combate, deben huir rápidamente y Martín Fierro, como caballero gaucho, ofrece su caballo a la cautiva para que empiece a escapar mientras él esconde al muerto pampa para que tarden en encontrarlo y él se monta en pelo sobre el caballo del indio que era también un moro: "Yo me lo monté al del pampa / era un oscuro tapao / cuando me hallo bien montao / de mis casillas me salgo / Y el pingo era como galgo / que sabía correr boliao/".
Puede añadirse que por estas menciones de Ayacucho y de los pampas, podemos colegir el escenario en que se desarrolló la azarosa vida de nuestro gaucho arquetípico.
Es en pleno romanticismo literario cuando el poeta Juan María Gutiérrez alaba a su querido caballo moro y se muestra inconsolable porque un indio se lo robó: "En todo campo y camino / donde estampó sus pisadas / dejó glorias celebradas / de sus poderes divinos / y sus carreras ganadas /".
Para expresar mi admiración por nuestro argentino caballo moro, afino mi guitarra y dedico estas décimas:
"‘A mí nada me faltaba
cuando mi moro tenía...
con sentida melodía
nuestro Gardel nos cantaba.
El caballo que añoraba
era ese moro famoso
valiente, leal, brioso
en todo trabajo ducho
era el moro de Ayacucho
que Martín Fierro apreciaba.
Notable hazaña cumplieron
dos pingos de ese pelaje:
en largo y difícil viaje
El sur con el norte unieron
Desde Ayacucho partieron,
era su estancia ‘El Cardal’;
con su ímpetu proverbial
de América hicieron cancha:
Se llamaron Gato y Mancha
esos moros sin rival".
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