“-¡Ave María Purísima!
- Sin pecado concebida.”
Esta fue la forma en que un gaucho, al llegar a un rancho, desde el caballo decía y el dueño de casa respondía. Era el saludo natural y corriente, donde estaba la religión presente, como ha estado presente en toda la historia argentina, con raíces más profundas que sus 213 años.
Las ruinas de San Ignacio en la provincia de Misiones (patrimonio de la Humanidad), son un testimonio de la influencia jesuítica en tantos aspectos de nuestro país, empezando por el mismo chamamé, también declarado patrimonio de la humanidad por la ONU. También lo es la Iglesia de la Compañía de Jesús en la ciudad de Córdoba. Su techo, por dentro, sigue los mismos lineamientos de cómo se construían las carabelas, y todas aquellas antiguas embarcaciones.
La iglesia en donde se escuchó la voz en el pasado del hoy papa Francisco es un tesoro universal. Debajo del altar mayor, en una sencilla urna de madera, están los restos del obispo franciscano Fernando de Trejo y de Sanabria, fundador de la Universidad Nacional de Córdoba. Este primer obispo criollo tiene otro méritos que lo hacen un ser superior, bien representado en una estatua que domina el centro mismo del rectorado.
Hay personas que suelen atacar de la forma más asombrosa a la Iglesia Católica Apostólica Romana, en algunos casos jóvenes virtuosos que al recorrer el país y hablar con la gente lugareña, la gente más humilde del campo, se encuentran con una realidad que les hace dudar de sus tan severos y generalizantes juicios. Ven la fe más pura en un anciano, en cualquier criollo, gente que todavía emplea la expresión “cristiano” como sinónimo de “ser humano” desde la época de la Colonia, por tradición.
Lucio V. Mansilla vio cómo ciertas mujeres ranqueles esperaban ser bautizadas con una ilusión y esperanza que le hacía reflexionar si aquella fe luego iba a ser satisfecha por la Iglesia. El mismo Joaquín V. González escuchó en Córdoba algo que siempre recordó, dicho en una misa por Fray Mamerto Esquiú acerca de que los grandes milagros que están escritos en la Biblia ocurrieron porque la gente de aquella época tenía más fe.
Lo cierto es que la gente del campo, en la Argentina, siempre fue católica, en su mayoría. El gaucho siempre respetó al crucifijo, el mismo facón fue en muchos casos una cruz de defensa frente a lo sobrenatural; el gavilán oficiaba de travesaño. Las tumbas del gaucho siempre tuvieron una cruz hasta en las situaciones más difíciles, y quién sabe si nuestra costumbre de llevar el cuchillo atravesado por detrás, en la cintura, no tenga que ver con esto y no solo por la comodidad o hábito.
Las grandes celebraciones populares cristianas, representan algo de la fe del pueblo, pero lo fundamental de la Iglesia Católica Apostólica Romana es que ha dado origen a valores que son aceptados por otras religiones y credos. La mayor defensa del catolicismo lo da la cultura del pueblo. Es por ello que los valores que caracterizan a la cultura argentina tienen un origen religioso. La misma Constitución está impregnada de ese ello.
Si bien el gaucho fue fundamentalmente libre, esa libertad no lo hacía irrespetuoso con Dios; él era creyente y cristiano.
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