Lucio V. Mancilla escribió que "...el fogón es la tribuna democrática..." y fue en ese ámbito donde se tejió la leyenda de quien fue por 45 días gobernador y capitán general de San Luis, el coronel Juan Pascual Pringles. Veamos algo de él:
Ya en Perú, una parte del ejército del general San Martín en su campaña libertadora estaba bajo las órdenes del general Alvarado, quien comisionó al teniente Pringles al frente de unos 20 granaderos para acompañar a un emisario que se conectaría con el Batallón Numancia del ejército enemigo, que pretendía pasarse a las fuerzas nuestras.
El jefe enemigo, Gerónimo Valdés, que conocía bien el terreno, advirtió el movimiento. Disponía de una fuerza de 1000 hombres y se empeñó en tomar a todo el grupo para moralizar al ejército con el primer encuentro feliz con San Martín.
El 17 de noviembre de 1820 Pringles es sorprendido por los realistas en Playa de Pescadores, cerca de Chancay. Consultó a los granaderos qué hacer y todos dispusieron atacar, aunque tenían órdenes terminantes de que, ante la presencia del enemigo, debían retirarse.
Pringles, de 25 años, tal vez menos, desenvainó su espada y aquellos bravos granaderos hicieron una carga sobre un gran grupo de enemigos pasándolos por encima, dejando el tendal. Al poco tiempo hicieron lo mismo con otro grupo, y al ver que era inútil seguir dispusieron retirarse. El jefe enemigo les cortó la retirada con una descomunal fuerza, por lo que Pringles, que había inutilizado a 26 enemigos entre heridos y muertos y a un oficial, dispuso lanzarse al mar de a caballo, antes que rendirse. Pringles tenía tres granaderos muertos y 11 heridos. Valdés fue al lugar donde estaba Pringles, que se internaba cada vez más en el mar, de a caballo, con la espada en lo alto. En ese momento, escuchó a los oficiales que le gritaban: "Ríndase, señor oficial. Le garantizamos la vida".
Así fue como todos los granaderos fueron tomados prisioneros.
Pringles, que nació para ser querido y recordado, cayó muy bien a los oficiales realistas que lo visitaban y se interesaban en saber por qué había actuado así, por qué no se había rendido ante una lucha tan desigual; a lo que contestaba: "Hemos venido a pelear, no a rendirnos...". Así, los soldados enemigos supieron cómo había preparado San Martín a su gente, y esto fue muy favorable a la campaña libertadora.
San Martín salvó a Pringles del consejo de guerra por desobedecer la orden recibida y lo premió con un escudo que decía "Gloria a los vencidos en Chancay".
En el campo de batalla de las guerras intestinas fue ascendido a coronel por el general Paz, y en esos campos también, solo porque se le cansó el caballo, esperó al enemigo después de poner a salvo a su gente, fue baleado y al saber que su herida era de muerte se dejó caer sobre su espada desnuda, quebrándola, pero jamás rindiéndola a un indigno de su grandeza humana. Así empezó a morir en doloroso martirio. A las pocas horas moría, el 19 de marzo de 1831.
Durante tres cuartos de siglo se habló de Pringles en los fogones y en los salones de toda América.
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