Siempre digo que no se puede pensar en folclore en el under de San Telmo; desgranar una buena copla en el barrio chino de Belgrano; imitar a Jimmy Hendrix en el llano de la pampa o entonar a Los Parranderos en la India. Será por eso que el otro día el silbo del viento acompañado por unos tamariscos, los quejidos del molino viejo y las olitas de la bebida me empujaron a la vieja matera de la estancia.
Como era domingo, en un rincón se me pintó don Baigorria de guardia, tabaco Caporal y un jarrito azul esmaltado en donde lo alegraba un dulce: "¡Que no me vayan a decir que el azúcar no gusta porque es mentira, la cosa es que la haya!". Allí estaba, solito en un costado, casi encuclillado sobre el tronco de eucalipto y el "almohadón" de cuero de oveja.
Un poco más allá el mueble verde de tres puertas como enmohecido y su tabla desnivelada como un tajamar, por donde cruzaban leguas y más leguas del filo de los cuchillos. En la esquina del mostrador un cuarto de cordero y a su lado la botella transparente de lo que alguna vez fue Bidú con un agua medio opaca en donde uno podría leer salmuera. ¡Puede que no haya azúcar, pero de sal, ni hablar! Al lado, la última galleta de la semana hasta que pasado mañana se hagan una escapada hasta el pueblo y busquen en lo de Iriarte un arpillera grande, fresca y bien pero bien cargada.
Hay Baigorria, solo y solo, con el único crepitar del fuego esperando esa pata de cordero. Mientras, en el pueblo grande, los grandes con la familia y en el caserío chico, otros no tan solitarios haciendo muelas con salame y queso de chancho en el paraje de Trebolares, en el almacén de don Martínez. Una baraja cansada por las marcas, "giniebra", caña Mariposa, una damajuana y el grito que dice "¡Quiero!", hasta que el patrón lo indique.
¡Qué lujo la soda fresca! Salida de la heladera a querosene, mientras los caballos en el palenque esperan sin apuro dándole el anca al pampero. Y tres leguas más allá, don Baigorria, solo y solo echa la pata, despacito al fuego junto a esa pava tiznada que de tan negra escupe blanco. No vendría mal acercar la galleta para mejorarla al fuego, tampoco algo de luz, para espantar la tristeza, subiendo un poco la mecha de aquel viejo Bram Metal.
En casa de los patrones el motor no se apagó y la encargada deja para mañana unos escalopes con batatas y marsala. Los dueños están en el pueblo, comiendo ravioles de seso, verdura y carré con un tinto cabernet. Después, zapallos en almíbar, coñac, un café y el Falcon para volver al campo.
La pata se hace tierna en la matera: hueso, filo y cuchillo y en un jarro de aluminio y vino pasa la sed y detrás la soledad. Desde la radio se puede distinguir una ranchera que dice algo así como "?.los gauchos en el corral, ahí que sí ahí que no?. pjjjj?. ahí que? pjjj?."
De postre: mate dulce y tabaco. De despedida un poco de agua para que el piso y las cenizas no levanten polvo. La caja de ceras Ranchera para hacer el último "cavileo" en el catre y el soplo en la rajada tulipa del Bram Metal. Solo las brasas y el lucero nos cuentan que hace rato se hizo noche.
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