Estrenada por la compañía de Enrique Muiño y Elías Alippi, en diciembre de 1923, la pieza teatral del uruguayo Alberto T. Weisbach y Francisco Ruíz Martínez, En tierra de gauchos, presenta en dos cuadros camperos las animadas escenas de una “Estancia Gaucha”, antiguo establecimiento marcado por los conflictos entre la peonada criolla, el patrón Sebastián (ingeniero agrónomo recibido en Buenos Aires y vuelto de Europa) y el australiano Taylor.
En la obra se aprecia a Ciriaca, que anda en amoríos con Rastrojo, cantar la dulce vidalita: “Tuito quedó triste,/Vidalitá,/dende que se jue./Y por qué te juiste,/Vidalitá,/si siempre ti amé”.
Sebastián califica a los gauchos de haraganes y dice que es lo mismo que tener el campo minado de sabandijas. El personaje Irineo, que pretende casarse con Mariana, seguro de su trabajo y dignidad, le ha dicho con valentía: “Yo nunca he precisao de naides p’apartar en un rodeo, pa dientrar a lazo hacienda chúcara, pa manejar una tijera de esquilar, pa quemar en la yerra, mesmamente pa guinchar un rancho, trenzar un lazo, cortar un tiento pa domar un potro”. La presencia de Ño Castro, borracho, inflama aún más al patrón: “Hay que acabar con toda esta antigualla de trabajo -dice-, con todo este gauchaje retardao y remolón y dar paso a la mecánica y al extranjero con su actividad y disciplina”.
El contratista, Mr. Taylor, que aparece en el cuadro segundo, abona lo sostenido por Sebastián cuando proclama: “Conozco mucho las llamadas estancias de este país y mi estupefacción no tiene límites. ¡Qué falta absoluta de conocimientos agropecuarios!” Y agrega: “Ni un solo mayordomo de las estancias que he visitado ha podido darme datos sobre sus pastos, un estudio de su suelo ni de la lluvia caída. Todos ignoraban lo que es un pluviómetro”. En atractiva escena, Ño Castro le ofrece al australiano tres jornaleros, no sin antes explicarle que uno es tantero, dado que trabaja “al tanto de lo que haga”; el otro es latero, porque trabaja por “latas”, y el tercero ratero, pues lo hace “di a ratos”.
Los minutos finales de la obra son dramáticos. Vencidos, sin posibilidad de continuar con sus oficios y ocupaciones, los paisanos tienen que abandonar la Estancia. Mariana se lamenta ante Sebastián: “No se deja el pago, que es la casa donde se ha nacido, el alero que lo ha cobijao y amparao de intemperies y malquerencias, donde se ha soñao y se ha querido, donde se ha vivido toda una vida, con el respeto y el cariño de todos”. Deseoso de la mujer, el patrón intenta besarla y acaba por injuriarla. Sebastián lucha contra Romualdo, padre de Mariana. Irineo, finalmente, golpea a su rival con el talero y lo vence. “El amor no está en las casas ni en el rancho que nacimos”, consuela Irineo a Mariana. “El amor está adentro’e nosotros y adonde quiera que estemos estará con nosotros”, insiste. Toca a Romualdo pronunciar el triste telón de esta casi centenaria representación: “No va quedando tierra pa los gauchos”.
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