El cuidado de las poblaciones rurales adentro del Salado fue una preocupación de las autoridades españolas. Así se instalaron las denominadas guardias para la defensa ante el ataque del indio, que muchas veces estaban dentro de propiedades rurales que aunque tenían un ocupante que las explotaba, la tierra seguía perteneciendo a la Corona.
En otros casos eran unos ranchos paupérrimos, generalmente cerca de una laguna porque el agua no era algo menor y guarnecida con cañoncitos, más para hacer ruido que para efectiva defensa. A pesar de haber dispuesto Carlos III en 1760 compañías destinadas a custodiar esos fortines con pocos soldados, mal pagos y muchas olvidados, las incursiones proseguían en forma permanente, especialmente hacia el sur en el pago de Monte.
El relevamiento que hizo el coronel Francisco de Betzebé y Ducós por orden del progresista virrey don Juan José de Vértiz dio origen a que dentro de aquellas inmensas jurisdicciones llamadas “Pagos” como los de la Magdalena, de la Matanza, surgieran las conocidas Guardias de Chascomús, Ranchos, Monte, Lobos, Navarro, etc. Sin duda fue un motivo no menor para agilizar estas medidas la trágica víspera de la Navidad de 1778 cuando los indios arrasaron con el fortín de San Miguel del Monte.
Muy próxima estaba instalada la Guardia del Juncal en jurisdicción de lo que hoy es el partido de Cañuelas. Esta avanzada ubicada dentro de lo que entonces era el Pago de la Matanza, cuyo comandante fue en algún momento don Clemente López Osornio (abuelo de Juan Manuel de Rosas) que también lo era del de la Magdalena y que habría de morir con su hijo en diciembre de 1783 cuando un malón atacó la estancia del Rincón de López. A los dos años murió su mujer y fue su hija Agustina la mujer de León Ortiz de Rozas la que llevó las riendas de la estancia con indomable carácter, como otras tantas criollas que la historia no registra.
Estudios de destacados historiadores como E. F. Sánchez Zinny, Suárez García, Roberto H. Marfany, Maud de Ridder de Zemborain y Lucio García Ledesma, que hurgaron en viejos papeles encontraron la instalación de esa Guardia del Juncal, y la figura del Sargento Mayor Bernardino Antonio de Lalinde como encargado de hacerla efectiva. Contaba con dos compañías y como siempre sucedía alrededor de la precaria guardia y fuera a veces del recinto propiamente dicho se establecía una población.
No faltaban algunos que por alguna razón menor abandonaban los lugares que solían frecuentar, amenazas, uniones familiares, o alguna faltad e menor cuantía. No faltaba el pulpero, con su local que como bien lo pintaron Oni-Longh y Fernando Sánchez Zinny “convivía el despacho de bebidas, la tienda, la taberna, casa de juegos, la música y el canto, y era a la vez lugar de encuentro social, de bravuras ostentosas y hasta de romances”, agregamos nosotros en algunos casos con mujeres de fama dudosa.
Conservación
Hace pocos días a iniciativa de Carmen Casey y su marido Justin Harman se organizó una visita a la Guardia, de la que participaron un grupo de entusiastas vecinos de Cañuelas y Monte en la que nos referimos a estos temas, ya que viejos edificios aún se conservan. Emanuel Saiz, delegado municipal de Gobernador Udaondo que llevó la representación de la intendenta de Cañuelas, Marisa Fassi, manifestó que la puesta en valor de la Guardia del Juncal es una prioridad para el gobierno local, al haber descubierto su riqueza patrimonial, histórico e incluso arqueológica, a lo que se agrega como reserva forestal y de la fauna lugareña.
Por la noche en este afán de reivindicar las Guardias como bases de las poblaciones, en Abbot se desarrolló un encuentro en el que dialogamos con Luis Zemborain sobre el valor de estos sitios y el deseo al menos de reconstruir la de San Miguel del Monte, que lamentablemente por intereses que nada tienen que ver con la tradición fue abandonada, lo mismo que el predio histórico, para un emprendimiento inmobiliario.
En esos lugares está también la esencia de nuestros gauchos con sus mujeres, sitios históricos como los nombrados y otras tantas Guardias, Fortines y Comandancias se deben poner en valor y divulgar, con la certeza que esa tradición es a los pueblos un alimento como la raíz a ese ombú de dos siglos que se levanta en el Juncal.
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