El nombre de Ernesto Tornquist se encuentra ligado en el imaginario colectivo a la actividad financiera, ya que fue el fundador de un banco que llevó su apellido hasta hace unas décadas. Quizá por ello, sus descendientes Luis F. Tornquist y Sara Shaw de Critto, entre otros, decidieron convocar a un grupo de estudiosos para editar, con el patrocinio de la Fundación Victoria Ocampo, un volumen evocando a su antepasado, en el que ellos son autores de algunos capítulos.
La obra es prologada por Isidoro Ruiz Moreno, quien llama acertadamente a Tornquist un hombre de la generación del 80, a pesar de no ser mencionado entre los que sobresalieron en ella. Nos permitimos agregar que forma parte de los que volvieron a repetir la hazaña de ocupar el desierto, con proyectos fecundos como lo hicieron Aarón Castellanos, Pedro Luro, Casey y otros tantos.
Tornquist, entre otras actividades empresariales, se dedicó también al campo, donde fue un auténtico pionero. Varios miles de hectáreas tenían las sociedades por él organizadas: Estancias y Colonias Tornquist, 59.000 hectáreas en el partido de ese nombre; Estancias y Colonias Curumalal, con 240.000 hectáreas en Coronel Suárez y en Saavedra; Estancias y Colonias La Verde, con 245.000 hectáreas en los departamentos de Vera y de San Cristóbal, en Santa Fe; entre otras. No faltaba la Salamanca, con poco más de 28.000 hectáreas cercanas a Comodoro Rivadavia, en el Sur, o en Córdoba, Santa Fe y Misiones.
Para producir, a instancias suyas llegaron a estas tierras inmigrantes alemanes y belgas, que con su fecundo trabajo llegaron en poco más de una década a ser propietarios de esos lotes que abonaron con trabajo y sudor. La industria frigorífica, la azucarera, y otras tantas que mucho tenían que ver con el adelanto del país, este porteño nacido hace 170 años un 31 de diciembre de 1842 las hizo realidad, a través de su existencia, que acabó en 1908, cuando la Argentina ocupaba uno de los primeros lugares en el concierto de las naciones.
Se preocupó por mejorar la raza ovina y le escribía a su mujer que había estado muy ocupado "dos horas reunido con un ovejero para cuidar sus carneros" y otra hora con Bullrich, platicando sobre ovejas y toros, agregando con picardía: "Nada que te interese". Por si esto fuera poco, una vez cerca de Junín, en un boliche de campo muy pobre buscó qué comer. Poco había para elegir y al preguntarle al bolichero por qué no surtía el negocio, le dijo que por falta de capital. Consultado cuanto era, le entregó un vale por 1500 pesos, despidiéndose con estas palabras: "Trabaje y sea feliz, el día que esté en condiciones de devolvérmelos, si quiere hacerlo, aquí tiene mi dirección".
Sin duda, bien merece un hombre que hacía estas gauchadas figurar entre los que evoca este Rincón, y haber cobrado nueva vida en este libro a través de la pluma de Lucía Gálvez, Naria Sáenz Quesada, Juan Cruz Jaime y Carlos Dellepiane.
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