Al gaucho se lo ha observado desde épocas lejanas, pero él también lo hacía con quienes lo observaban. Acaso sería interesante analizar debidamente este tema, pero lo dejamos para más adelante; por ahora nos detendremos aquí en observador que dio detalles de cómo se alimentaba el gauderio para reflexionar sobre la idea de la “viveza criolla”.
“Otras se les antoja caracuces, que son los huesos que tiene tuétano, que revuelven con un palito, y se alimentan de aquella admirable sustancia; pero lo más prodigiosos es verlos matar una vaca, sacarle el mondongo y todo el sebo que juntan en el vientre, y con solo una brasa de fuego o un trozo de estiércol seco de las vacas, prenden fuego a aquel sebo, y luego que empieza a arder y comunicarse a la carne gorda y huesos, forma una extraordinaria iluminación, y así vuelven a unir el vientre de la vaca, dejándola toda una noche o una considerable parte del día, para que se ase bien y a la mañana o tarde siguiente la rodean los gauderios y con sus cuchillos va sacando, cada uno, el trozo que le conviene, sin pan ni otro aderezo alguno, y luego que satisfacen su apetito abandonan el resto, a excepción de uno u otro que lleva un trozo a su campestre cortejo”.
Esta curiosidad está escrita en un libro publicado en 1773 titulado El Lazarillo de Ciegos Caminantes, de Alonso Carrió de La Vandera, con el seudónimo Concolorcorvo. Fue un funcionario de la Corona española a quien se le había encomendado tareas en relación al sistema de postas, correos y estafetas, desde Montevideo hasta Lima. Este viaje y comisión, que le duraron dos años le permitieron al autor realizar grandes observaciones que plasmó en ese libro, una fuente confiable de información y documento.
Lo que hemos presentado como curiosidad, no nos debería sorprender pues el ingenio del hombre ante la carencia de los elementos necesarios suele ser asombroso. Comer un asado “a la criolla” se puede hacer o por necesidad o por culto a las tradiciones; se corta un pedazo de pan por la mitad, de tal manera que queden como castañuelas en la mano izquierda, se agarra entre esos dos pedazos de pan un trozo de carne que está asada en la parrilla y, con la mano derecha, con el cuchillo se corta ese pedazo, luego se muerde la carne y con el cuchillo se corta el bocado.
“A la criolla”
Aquí vemos que no hay una mesa servida, no hay platos, ni cubiertos; el que está comiendo el asado no se ensucia la mano izquierda, todas las sustancias de la carne pasan al pan que las absorbe, el pan evita también que se queme la mano, a su vez con el cuchillo es habilidoso para cortar la carne donde corresponde, tanto en la parrilla como al cortar el bocado.
Este ejemplo nos sirve para corregir el error generalizado de considerar a lo que se hace mal, como que se hace “a la criolla”. Aquí el “a la criolla” es perfección, pues sin los elementos se pueden hacer bien las cosas.
También el ejemplo sirve para demostrar cómo ante la falta de elementos, sin los medios, se puede lograr el objetivo que en este caso es la alimentación lo más correctamente posible en todos los sentidos. Aclaremos que el pan que también se come, con las sustancias de la carne se torna muy sabroso. Es el ingenio del criollo, del paisano, la habilidad del gaucho de todos los tiempos.
Podríamos dar mil ejemplos de ese ingenio que es la verdadera “viveza criolla”; esa es la “viveza criolla” y no lo que se suele presentar comúnmente con esta denominación y que es un grave error.
Lo que hemos citado de Concolorcorvo, increíble, extraño, no sabemos qué es eso, nos ha servido para exaltar estas grandes virtudes que tan injustamente se presentan como lo contrario a virtud que son los hechos “a la criolla” y que constituyen la “viveza criolla”. Estas dos expresiones no son más que ejemplos de la gran inteligencia del criollo, según lo vio y escribió Juan Bialet Massé; el catalán que decía que el criollo era “habiloso”.
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