Al productor avícola Gabriel Testa, de la zona rural de Pinzón, en el partido bonaerense de Pergamino, un extenso corte de energía eléctrica en medio de la última ola de calor le provocó la mortandad de 2000 gallinas ponedoras
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“Tengo ganas de acabar con todo”. Pocas son las energías que le quedan al productor avícola Gabriel Testa para continuar en la actividad luego de que un corte de energía eléctrica, sumado a la ola de calor extremo, le matara más de 2000 gallinas ponedoras en la zona rural de Pinzón, en el partido bonaerense de Pergamino.
El miércoles pasado, cerca del mediodía, cuando la sensación térmica marcó 47 grados, a los Testa una explosión de un generador eléctrico en la localidad vecina de Rancagua los dejó por más de cinco horas sin suministro de energía para los ventiladores y la llovizna de agua para más de 30.000 gallinas, entre ponedoras y de reposición, que poseen en cuatro galpones.
“Automáticamente, cuando se cortó la luz, dejaron de andar los 50 ventiladores y los sistemas de lloviznas de agua. Ahí nomás, encendimos los generadores para poner en funcionamiento la bomba sumergible y, galpón por galpón, nos pusimos a regar con una manguera a las gallinas. Pero cuando llegamos a los dos últimos, los animales ya estaban muertos o moribundos. Fue una tristeza muy grande ver que se te morían sin uno poder hacer algo”, dijo a LA NACION.
“Lo más duro fue cuando ibas avanzando por los pasillos del galpón y veías algunas pocas cabezas que se movían y otras tantas ya no se veían porque estaban tiradas en el piso de las jaulas. Se nos murió el 10% de las 20.000 ponedoras que tenemos y perdimos un millón de pesos. La pérdida no fue mayor porque la mayoría de las gallinas que murieron eran las más viejas que son las que menos resisten a situaciones extremas”, añadió.
Desde 2007 que los Testa, además de ser contratistas rurales, tienen este emprendimiento avícola. Junto a sus hermanos Evelina y Emanuel y su padre Juan Carlos, Gabriel decidió continuar con la actividad que desarrolló su abuela durante toda su vida. “Mi abuela Monserrat siempre tuvo unas 400 gallinas a campo que le ayudaban al sustento de su familia y nosotros decidimos seguirlo”, contó.
Más allá del golpe económico, para Testa es un golpe a años de esfuerzo y trabajo continuo. “Empezamos en 2007 con 1000 gallinas a campo y 1000 en corrales, pero la rentabilidad del negocio era muy escasa para el trabajo que llevaba ocuparse. Cuando estábamos por abandonarlo, se vino el conflicto del campo con el Gobierno por la 125 (resolución que impulsaba retenciones móviles) y justo antes habíamos sacado una cosechadora a pagar en cuotas en dólares. No teníamos cómo afrontar ese gasto y decidimos seguir produciendo huevos para pagar la cosechadora. En esa oportunidad, los huevos nos permitieron pagar esa maquinaria”, indicó.
Con poco dinero para invertir, en los años siguientes ellos mismos se encargaron de construir los galpones para poner las gallinas. “Fuimos y tomamos los moldes de otros criaderos, compramos los fierros y comenzamos a soldar el armado de los galpones. Incluso el hormigón del piso de las galpón de las recrías lo hicimos nosotros”, contó.
Según detalló el productor, sabiendo que las cooperativas eléctricas venían con problemas de inversiones, quisieron anticiparse tratando de comprar algún generador eléctrico. No obstante, los precios que les pasaban eran imposibles para su bolsillo.
“Estábamos confiados que no iba a suceder por tanto tiempo (el evento) pero pasó. Ahora ya no me quedan ganas de seguir produciendo huevos. Es un trabajo muy esclavo, no tenés días libres y encima te pasa esto. Pero si decidís cerrar y te ponés a recorrer los galpones y mirás todo el esfuerzo que hay detrás, te da lástima: trabajo, las habilitaciones del Senasa y la municipal y, sobre todo, la confianza de decenas de clientes que creen en nosotros y nos compran nuestra mercadería día a día”, afirmó.
A casi una semana del hecho y con 38 años de edad, Testa está agobiado. Sin embargo, busca fuerzas para no tirar todo por la borda y continuar el legado de su abuela. Detrás suyo están Emanuel que lo acompaña; Evelina que sigue firme con el reparto de huevos, su mujer Romina que además de llevar los papeles de la pyme hoy lo ayuda en los galpones y Juan Carlos, que con sus 69 años “cargados de sabiduría y de potencia” le dice una y otra vez: “Vamos para adelante hijo, que hemos pasado cosas peores que esta”.
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