Daniela Martinelli y Milenko Stusek llevan adelante la producción de vino en Finca Vista Grande, en el Valle de Calamuchita
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VILLA CIUDAD PARQUE, Valle de Calamuchita, Córdoba.– “Hola papá, si quieren pueden empezar a comer, porque tenemos para un rato más en la bodega, quizás lleguemos cerca de las 14″. El llamado de aviso del que LA NACION fue testigo ocasional en un nublado domingo de otoño fue de Daniela Martinelli, bióloga y enóloga responsable de la bodega Finca Vista Grande, que no llegará a horario al almuerzo familiar, por una mañana extendida en la atención de los visitantes que se acercaron a degustar los vinos que produce en un valle de un verde profundo, enmarcado por las Sierras Grandes al oeste y por las Sierras Chicas al este, y a 15 kilómetros de Villa General Belgrano.
El encuentro entre la vitivinicultura y esta joven hoy hacedora de vinos tuvo poco de convencional, más allá de que todo comenzó con el espíritu emprendedor de su padre, Daniel Martinelli, que entre 2011 y 2012 plantó a modo experimental unas 20 hileras de Malbec en esta localidad serrana como cable a tierra de su actividad rural con cultivos extensivos en la provincia.
Tras recibirse como bióloga en la Universidad Nacional de Córdoba, Daniela tuvo la propuesta concreta de su padre de tomar las riendas del emprendimiento. Sin embargo, declinó al ofrecimiento porque su interés profesional estaba lejos del mundo del vino y cerca del cultivo de la lavanda. “Siempre sentí una atracción particular por las plantas aromáticas y en particular por la lavanda, que es un cultivo presente en esta zona de Córdoba donde, por clima, se da muy bien. De hecho, ya tenía contacto con productores de la región y hacia allí pensaba orientar mi trabajo de campo”, cuenta a LA NACION.
Y fue con la misión de ahondar conocimientos sobre la aromática que se embarcó en un viaje a Francia. Sin embargo, ya en la tierra de los perfumes, pero también de los buenos vinos, los planes se trastocaron de tal modo que la ubicaron a Daniela en una bodega experimentando desde cero todas las tareas relacionadas con la producción de la vid.
“Esos tres meses de trabajo en una bodega implicaron un esfuerzo físico, mental y emocional que nunca había experimentado en ningún ámbito de mi carrera. Y me gustó. El trabajo en la industria, en los viñedos; me tocó hacer de todo un poco. Esa experiencia me ayudó a comprender que como bióloga había otras cosas que podía hacer, fuera de los trabajos de investigación o de la búsqueda de un doctorado. Y volví con la convicción de poder capitalizar la experiencia en un proyecto propio”, rememora.
Otro hecho clave para entender el antes y el después del viaje a Francia: “No era usual que yo tomara vino. Y eso también cambió en las jornadas posteriores al trabajo en la bodega francesa, cuando nos juntábamos a cenar con el grupo de trabajo, a charlar y a compartir las experiencias botella de vino mediante. Todo el viaje fue una experiencia sensorial que modificó completamente la rutina diaria que era usual en mi vida”.
A la vuelta de Francia se retomó la charla padre-hija en torno de la bodega que ya comenzaba a ganar bríos propios y que empezaba a alejarse de ser solo un cable a tierra para convertirse en una opción productiva concreta, con necesidades mucho más demandantes que las de un cultivo extensivo. Pero en esta ocasión, la propuesta fue en el sentido inverso del original. “Cuando le conté lo vivido en Francia y la intención de, ahora sí, aceptar su oferta para trabajar en la bodega él se entusiasmó y me ayudó un montón para que pudiera ir a Mendoza, a la Universidad Nacional de Cuyo, a hacer el posgrado en enología y viticultura que necesitaba para asumir tal responsabilidad. Una vez finalizada la capacitación, y luego de empaparme de la cultura vitivinícola que se vive en cada rincón mendocino, en 2017 me integré al proyecto ya con cuatro hectáreas de vides plantadas. En ese año comenzamos con la construcción del edificio de la bodega y en 2018 tuvimos la primera vendimia comercial en Vista Grande”, detalla Daniela.
En las actuales cuatro hectáreas de vides en producción, el 70% se reparte en partes iguales entre Malbec y Cabernet Sauvignon, mientras que el 30% restante lo componen cepas de Chardonnay, Roussanne, Cabernet Franc y de Merlot. En dos años se prevé que ingresen en la etapa de producción comercial otras cuatro hectáreas plantadas en 2021, donde conviven cepas Malbec, Cabernet Franc, Roussanne, Marsanne, Viognier, Sauvignon Blanc y algo de Ancellotta.
“Un emprendimiento de este tipo requiere estar encima todo el tiempo del proyecto. No se trata de cumplir un horario y listo, sino que para sostenerlo y para hacerlo crecer la disponibilidad debe ser full time, lo que implica estar presente de lunes a lunes y en cualquier horario, según lo que necesiten las plantas y la bodega. Como se suele decir en la industria, ‘vino puede hacer cualquier persona, lo que no puede hacer cualquier persona es venderlo’. Y, en efecto, no se trata solo de hacer vino, sino que hay que hacerlo circular; hay que comercializarlo, y eso también requiere mucho trabajo”, explica Daniela. Cuenta que la atención del turista que llega hasta el Valle de Calamuchita es una parte importante del trabajo, tanto para la venta, como para la dar a conocer a Córdoba como provincia productora de vinos de calidad. Y en esa tarea reconoce que la llegada de turismo nacional e internacional ya no se limita a la clásica temporada alta, sino que se volvió más constante a lo largo de todo el año.
Zona con fortalezas y debilidades
“Calamuchita tiene un clima bastante más húmedo que el de las zonas vitivinícolas tradicionales, por lo que el agua acá la tenemos más fácil. Por otro lado, en suelos, tenemos perfiles bien compuestos y riqueza en minerales, hay calcáreo, rocas y tenemos mucha mica, una característica de las sierras de Córdoba”, cuenta Milenko Stusek, enólogo sanjuanino y novio de Daniela, que se sumó al emprendimiento en 2021″. Agrega que a los 800 metros sobre el nivel del mar a los que se encuentran los viñedos se da la misma amplitud térmica que en los valles andinos altos, como Pedernal y Calingasta en San Juan, o el Valle de Uco en Mendoza. “Sabemos que ello influye directamente sobre la calidad de la uva y brinda una mayor concentración de aromas. En el corto tiempo que llevo en la zona he notado una calidad muy buena de la uva y, por consiguiente, de los vinos de esta región”, destaca.
Entre las debilidades del Valle de Calamuchita para la actividad vitivinícola, el enólogo señala una productividad más baja de los cultivos, como consecuencia de la preponderancia del tiempo frío. “En un año bueno, sin problemas climáticos, estamos en los 6000 kilos de uva por hectárea, contra el doble que se puede lograr en una zona vitivinícola clásica sin mucho manejo de las plantas. Esto hace que trabajar en esta región resulte una inversión de mucho riesgo. Sin embargo, como contrapartida, esa menor productividad implica una calidad más concentrada en la uva que obtenemos”, explica.
El riesgo de las heladas y un manejo de esta contingencia climática que no puede hacerse como en otras zonas productoras por el alto riesgo de incendios latente en la región es otra de las debilidades con las que deben lidiar los productores del Valle de Calamuchita. “Acá no se pueden usar los tachos con fuego para dar calor a las plantas porque estamos en medio de un bosque nativo donde está prohibido hacer fuego. Para contrarrestar eso hacemos una poda específica, pero en esta última campaña ni eso nos sirvió y tuvimos un impacto terrible de las heladas, con una pérdida próxima al 80%”, lamenta Milenko. Agrega que para compensar esas mermas debieron incrementar la proporción de uvas compradas en zonas como Ischilín y Cruz del Eje.
“Usamos esas uvas para la gama de vinos jóvenes, sin madera, fáciles de tomar. Estamos haciendo cortes entre distintas zonas y tenemos un Sauvignon Blanc que es mitad Ischilín y mitad Calamuchita, con expresiones diferentes, porque cuando la zona es más calurosa esta cepa se presenta con notas tropicales, mientras que cuando proviene de zonas más frías las notas son herbales. En Cabernet Sauvignon el corte es con uvas de Cruz del Eje, una región muy expresiva, que nos da vinos frutados. Hacer estos tipos de cortes como ediciones limitadas que presentamos como Blend de Sierras o Blend de Terruños nos permite jugar y descubrir cosas nuevas, respetando el terruño de cada lugar”, asegura.
En relación con el entorno natural, agrega que se da una convivencia no del todo deseada con la fauna local. “Realmente nos mantiene entretenidos todo el año, porque al haber mucha sierra, muchos árboles, acá hay muchas loras que son muy dañinas para las plantas, por eso tenemos los viñedos con mallas antigranizo, que no solo nos protegen del granizo; también hay otros interesados en las uvas, desde los zorros hasta las vizcachas. Para compensar, estamos en un valle que tiene bastante viento que corre todo el año y que nos ayuda a mantener la sanidad de la uva”, destaca el enólogo.
Entre la uva propia y la que se adquiere en otras zonas de Córdoba la bodega Finca Vista Grande produce un promedio de 20.000 botellas por año.
Vinos para la memoria
“Este es nuestro lugar en el mundo, con su lago, sus sierras, sus fragancias y emociones y así lo expresamos en Vista Grande, con el alma y con nuestros vinos para la memoria”. Este texto, que va plasmado en la etiqueta de cada botella, pone en valor el pago chico como punto de origen de un emprendimiento familiar que busca, a través del vino, contribuir a generar recuerdos que perduren en la memoria.
“Nuestro concepto como bodega es hacer vinos para la memoria, en el sentido de que ellos no ayuden a recordar, pero, también, a poder olvidar la rutina, las cosas que nos molestan y nos aquejan. Por eso adaptamos dos líneas de vino a diferentes nombres. La línea de vinos jóvenes, sin crianza, se llama ‘surmenage’, porque, justamente, la idea es resignificar ese estado y entregarse a un surmenage poético en el que podamos disfrutar un vino con amigos, la familia, la pareja o solos y lograr olvidar por un momento aquello que nos perturba y que, en un punto, necesitamos hacer a un lado para poner la mente en blanco y seguir adelante”, dice Daniela.
Agrega que la línea reserva, que es la que tiene un paso de 12 meses por barricas de roble, “se llama ‘30/08′ en referencia a un 30 de agosto, que es una fecha muy importante principalmente para mi papá. La idea es recordarla y, a través del vino, vehiculizar la emoción de conmemorar, de generar recuerdos y momentos. Sería lo opuesto a ‘surmenage’, pero conectado en un punto, que es la memoria”.
El vino tope de gama de Vista Grande es un naranjo que sorprende por sus aromas, pero que, a primera vista, se destaca por su color dorado intenso. “Hacer vino naranjo es una metodología ancestral, donde se hace un vino blanco con un método de vino tinto, con los hollejos y las pepitas. Es debido a ese contacto con las pieles que se obtiene un vino de una tonalidad naranja”, explica Milenko. Añade que este naranjo surgió luego de pruebas con otras cepas.
“Con Daniela nos propusimos arriesgarnos y probar cosas nuevas. Nos dijimos: ‘Si sale mal ya veremos qué hacemos, pero hagámoslo’. Y allá fuimos con este naranjo en base a Roussanne, que estuvo unos 45 días en fermentación y que pasó otro mes más en contacto con las pieles. Después se hizo el proceso de prensado y descubado, y pasó 14 meses en barricas de roble francés nuevas de quinientos litros”, describe Milenko. Reconoce un giño de “la suerte” en esta historia y cuenta que la cepa Roussanne llegó a la bodega “en forma accidental como parte de la compra de otras plantas. Hoy aquel ‘accidente’ se convirtió en nuestro tope de gama y en un vino que nos genera mucha satisfacción por la devolución que tenemos de los consumidores”, explica con una sonrisa que deja entrever que la apuesta fue ganadora.
Consultada sobre cuánto de pasión y cuánto de razón hay en un emprendimiento como Vista Grande, Daniela asegura que hoy la relación está 50 y 50: “Se tienen que complementar en forma exacta. La pasión está en la relación con la tierra y en el trabajo con la naturaleza, esa es la parte romántica, si se quiere, del proyecto. Y al principio teníamos un 90% volcado del lado de la pasión, pero después la realidad te va mostrando que tenés que bajar a tierra y que hay cosas que la pasión no resolverá; que se hace necesario volverse más estratega”.
En esa línea, sostiene que, más allá de las dificultades que existen en la Argentina para proyectar, “el objetivo es fortalecer la experiencia de las personas que vienen a la bodega para que se encuentren con un ámbito disfrutable, familiar, donde venir no solo a probar un vino, sino a pasar un buen momento en un entorno natural, donde el cuidado del ambiente tiene un espacio central para quienes formamos parte de Vista Grande”.
Una botella llena de paisajes
“Mi deseo a través del vino es poder revelarles a los consumidores un poquito de la zona en la que se gesta el vino; su naturaleza. Por eso digo que en las botellas siempre pongo paisajes”, cuenta Daniela sobre lo que busca transmitir con su trabajo. Agrega como deseo que quien descorche un vino cordobés no se pare en la postura de “es mejor o peor que el de Mendoza, el de Salta o el de San Juan, sino que simplemente interiorice que ese vino es de Calamuchita o de otras zonas de Córdoba y que con ellos van esos ambientes que los gestan. Después, siempre habrá vinos que gusten más o menos, pero probar es la única forma de explorar la extensa geografía del vino en la Argentina; de abrirse a los diferentes terruños que tenemos en el país, de entenderlos o, mejor dicho, de disfrutarlos”.
En el mismo sentido, Milenko celebra el hecho de que la viticultura se volvió más federal, “volvió a ser lo que fue ochenta años atrás. Realmente se está plantando en todos los puntos cardinales de la Argentina. Por eso el consumidor debe animarse a probar y a ‘viajar’ sensorialmente por los distintos perfiles y terruños que hoy nos ofrece la vitivinicultura argentina”.
Como objetivos a futuro, Daniela y Milenko cuentan la intención de sumar el servicio de hospedaje en Vista Grande para poder ofrecer una experiencia completa al turista. Además, la pasión por la lavanda que se mantuvo latente se canalizaría también en el emprendimiento con un espacio propio para el cultivo de la aromática, de manera de integrarla al marco natural que los responsables de la bodega buscan priorizar. Por lo pronto, hoy pequeñas matas de lavanda comienzan a crecer al pie de las dos hileras centrales de vides que hacen las veces de pasarela para los visitantes que llegan hasta Finca Vista Grande, como recordatorio que en el principio ellas ocuparon el centro de esta historia.
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