En un adelanto del congreso de Aapresid, que se realizará en agosto próximo, expertos en biología analizan el impacto que está teniendo en el manejo agronómico el desarrollo de productos realizados a partir de los microorganismos
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Con la meta en la sustentabilidad, en el agro se vienen sucediendo una serie de transformaciones tecnológicas que obligan a prestar atención. Uno de esos cambios es el de los insumos biológicos. Por ese motivo, en el 30º Congreso “A suelo abierto” de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa, que vuelve a la presencialidad entre en el 10 y el 12 de agosto próximos en Rosario, tendrá en uno de sus focos a la fertilidad. En un adelanto de los contenidos del encuentro, un informe de Aapresid pone la lupa sobre los descubrimientos en materia de biofertilidad, es decir, la fertilidad que aportan los microorganismos que habitan el suelo.
“Los insumos biológicos, o bioinsumos, incluyen un paquete de productos va desde los más conocidos y tradicionales como las bacterias del género Rhizobium que, inoculadas en la semilla permiten la fijación biológica de nitrógeno (N) por la simbiosis que se desarrolla en la planta, hasta nuevas formulaciones que se aplican en el suelo o a nivel foliar y que contienen extractos botánicos, fitohormonas, ácidos húmicos o incluso algas”, explica el informe.
Su uso se ha convertido en una tendencia global. Según explica el Martín Torres Duggan, especialista en fertilidad de suelos y experto de la Red de Nutrición Biológica de Aapresid, “tanto productores como consumidores empiezan a elegirlos por ser más amigables con el ambiente, sin necesariamente comprender del todo su funcionamiento”.
Torres Duggan señala que “entre de los bioinsumos con impacto en la nutrición vegetal, podemos diferenciar dos grandes grupos: los biofertilizantes y los bioestimulantes”.
Sostiene que “los biofertilizantes son productos que tienen como principal ingrediente un organismo vivo que genera efectos sobre el cultivo, relacionados con la absorción de nutrientes como N o P. En general se aplican como tratamiento de semilla, es decir como inoculante”. Algunos ejemplos son Bacillus, Trichoderma, Azospirillum o Rhizobium.
“Los bioestimulantes, por su parte, son un grupo muy heterogéneo de formulaciones que contienen sustancias y/o organismos (que van de extractos botánicos, fitohormonas, ácidos húmicos, hasta algas como Ascophyllum) que generan un efecto fisiológico y/o bioquímico en las plantas, que se traduce en impactos positivos, como mejoras en rendimiento y/o calidad del producto cosechado, beneficios en términos del valor nutricional de tejidos como granos o frutos, mayor translocación de micronutrientes de la raíz al tallo y tolerancia al estrés biótico o abiótico (deficiencias hídricas, nutricionales, sales, contaminación con metales pesados), entre otros.
Resultados
En muchos de estos bioinsumos -sobre todo los biofertilizantes - su comportamiento a campo está ampliamente probado, destaca el informe de Aapresid. Por ejemplo, en la región pampeana, el docente e investigador Martín Díaz-Zorita reportó resultados de más de nueve años de experimentación a campo en condiciones extensivas de producción en más de 280 sitios sobre los efectos de Azospirillum brasilense sobre el rendimiento de los cultivos de maíz y trigo. “Las respuestas son del orden del 6% promedio en rinde, y en maíz la respuesta es económica en el 81% de los casos”, señala Torres Duggan. También son bien sabidos los efectos de rizobios en soja, un biofertilizante ampliamente evaluado a campo y con resultados consistentes en términos del aumento de rendimiento (rango de 6-8%).
“En el caso de los bioestimulantes, los efectos son menos contundentes y en términos generales moderados, aunque variables entre sitios y años”, explica el informe. Esto se debe, en gran medida, a que los mecanismos de acción son más complejos. Según Torres Duggan, esto plantea, por un lado, un desafío agronómico: “los efectos de los insumos tienden a estudiarse por separado. Y para entender los impactos de los bioestimulantes es necesario trabajar con una mirada integral y mediante equipos interdisciplinarios”. Por ejemplo, las respuestas del 20% en rinde que se ven al aplicar aminoácidos de alto valor biológico no se explican por los kilogramos de N aplicados, como es el caso de un fertilizante, sino por los efectos funcionales (cambios fisiológicos y bioquímicos) que ocurren en el cultivo, señala .
Este enfoque integrador, donde el funcionamiento fisiológico es central, permitirá empezar a entender los mecanismos subyacentes de estos ingredientes bioactivos, así como la variabilidad en las respuestas que se observan a campo, y sobre todo en un contexto en donde se tiende a aplicar formulaciones que contienen diversos ingredientes. “Estos insumos serán aliados estratégicos de una agricultura cada vez más afectada por la variabilidad y el cambio climático”, señala el informe.
Otro jugador
Pero la biofertilidad es otro gran jugador que entra en escena. Luis Wall, bioquímico de la Universidad Nacional de Quilmes y del Conicet, trabaja desde hace más de una década junto a productores estudiando la biofertilidad. “La biofertilidad es la capacidad que tiene el suelo de generar un ambiente saludable para el crecimiento de las plantas a partir del funcionamiento de la biología del suelo, es decir del resultado de las interacciones biológicas entre los organismos que en él viven”.
Según Wall, esta fertilidad biológica se da tanto a nivel de físico - donde la acción de bacterias, hongos y lombrices mejora la porosidad y la agregación de las partículas del suelo - como químico, dado que esa misma microbiota facilita la disponibilidad de nutrientes para la planta. Esta biofertilidad también tiene que ver con el control biológico que ejercen los microorganismos para proteger a la planta de enfermedades.
Según el informe de Aapresid esto podría explicar muchos de los efectos positivos de la Agricultura Siempre Verde (ASV), que tiende a una mayor intensidad y diversidad de cultivos. “En este tipo de planteos productivos estudiados en zonas como Pergamino, o incluso en la Patagonia, hay una parte de la respuesta en rindes que no se puede explicar por el agregado de un fertilizante”, explica Wall y añade que acá entra en juego la biología de suelos. “El establecimiento de conexiones entre plantas por filamentos de hongos micorríticos, como si las plantas estuvieran cableadas y conectadas entre sí, es un mecanismo de funcionamiento de los suelos naturales de bosques y praderas que creo que debería poder expresarse en sistemas diversos en siembra directa (SD)”.
A su vez, señala que “la posibilidad observada por algunos productores de reemplazar el agregado de fertilizantes tradicionales por un manejo particular de herramientas como los cultivos de servicio (CS), tendría una explicación en estos mecanismos, pero no tenemos estudios realizados a campo para verificar esta hipótesis”.
Promotores
Además, destaca la importancia de comprender un aspecto particular del funcionamiento de los bioinsumos. “Cuando inoculamos una semilla con microorganismos promotores del crecimiento (PGPR) y tenemos una mejora de rendimiento o sanidad, atribuimos esa mejora a la acción directa de ese microorganismo inoculado. Sin embargo, estudios recientes muestran que el PGPR inoculado cambia la composición de la comunidad de microorganismos asociados a la planta y es este cambio, esta nueva estructura de comunidad microbiana asociada a la planta lo que determinaría las mejoras de sanidad y productividad”.
“La irrupción de los bioinsumos y los últimos descubrimientos en materia de biofertilidad revolucionan la forma de entender la fertilidad edáfica, tal cual la conocemos hasta ahora”, destaca el informe de Aapresid.
En el paradigma que plantea el biólogo Luis Wall los desafíos tienen que ver con lo mucho que falta por conocer del microbioma del suelo asociado a la planta. Según el informe de Aapresid, por un lado, es necesario desarrollar estrategias de manejo adecuadas que permitan potenciar la vida en el suelo y, por el otro, hacer de uso extensivo las herramientas para medir la biofertilidad. “Sin dudas, esto requiere de infraestructura y de un programa de trabajo que involucre al sector científico, productivo y al Estado, como organismo regulador del cuidado del ambiente”.
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