María Cornide y su familia dejaron atrás la ciudad para apostar por un proyecto en el campo; primero apostaron a la apicultura y luego se apasionaron con los arándanos, con los que elaboran jugos y mermeladas
- 6 minutos de lectura'
María de los Ángeles Cornide es una persona emprendedora. Hace más de 20 años se encontraba trabajando en pleno microcentro, en Avenida Córdoba y Maipú. Bocinazos, mal humor y suciedad eran apenas tres de las cosas que se encontraba en el día a día. Pero en un momento se cansó de vivir así y decidió ponerle fin al asunto.
Comenzaron a analizar con su marido una alternativa. Primero, querían salir de Buenos Aires, ya que cada vez lo notaban más peligroso y más frenético. Además, tenían varias horas de viaje todos los días; tres horas de ida y tres horas de vuelta. “Era una locura perder seis horas de tu vida solamente en viajar. Y no era solo eso, era también renegar con el tráfico”, dijo María Cornide.
Con la idea clara de abandonar la ciudad, decidieron probar suerte en Cañuelas. Durante dos años, se estuvieron instruyendo en apicultura y una vez finalizados los estudios, decidieron poner en práctica sus conocimientos, invirtiendo en 60 colmenas en un campo cercano a la zona. Sin embargo, no era suficiente para mantener a su familia: necesitaban más colmenas, transporte para movilizarse y dinero.
“Empezamos a mirar Canal Rural, a ver qué opciones había. Sabíamos que comprar un campo iba a ser imposible, porque no teníamos el dinero”, continuó Cornide. “Justo un día, nos encontramos con dos hermanos de Mar del Plata que estaban contando sobre su experiencia y cómo habían puesto una plantación de arándanos. Ahí se prendió una lamparita”, dijo.
En aquel momento, muy pocas personas sabían lo que era un arándano, al no ser un cultivo popular. Entonces comenzaron a averiguar en internet todos los detalles sobre este fruto y en un momento, decidieron vender su casa en Buenos Aires, seguir con la búsqueda del lugar ideal para sentar raíces y comenzar con su emprendimiento.
Siguieron alejándose de la ciudad hasta llegar casi 600 kilómetros al sur, en Coronel Suárez. En total, vieron tres campos. “Cuando entramos al último, a la chacra, lo miro a mi marido y le digo: ‘No busques más’. Me entró una presión muy grande en el pecho. ‘Es este el lugar’”, recordó,.
Así nació “Sendero Azul”, en el año 2000. No fue un proceso fácil: tuvieron que ambientar la planta a un clima y a un suelo muy similar a la de los bosques de Canadá, ya que la mayoría de los arándanos es oriunda de esa zona. Prepararon la tierra, hicieron montículos donde iban a ir las plantas y cerraron el sector sembrado con un nylon durante seis meses. Recién cuando el pH de la tierra estuvo óptimo, comenzaron con la plantación.
“Sembramos 33 mil plantas”, agregó. “El primer año, por supuesto, no dio nada. El segundo, las plantitas eran súper chiquititas, aunque un ramillete de fruta dieron. Ya el tercer y cuarto año empezaron a dar más cantidad”, dijo.
En 2004, recibieron la vista del representante de una empresa norteamericana que estaba buscando pequeños productores en el país para exportar a los Estados Unidos. La familia aceptó casi de inmediato.
Eran alrededor de 10 productores, de Buenos Aires, La Pampa y Santa Fe. Allí comenzó la producción masiva: se levantaba la fruta, se seleccionaba, se envasaba en los blisters y dos veces por semana, venía un camión a recoger la mercadería.
Los primeros tres años fueron viento en popa. Pero en noviembre del 2007, mientras la familia se encontraba en Capital Federal firmando unos papeles para la empresa, les llegó la noticia de que había caído una helada de -4ºC. Cuando volvieron, se encontraron con las plantas quemadas. Lo poco que pudieron salvar se encontraba manchado, por lo que no era apto para vender.
“¿Y ahora qué hacemos? Porque estábamos listos para en 20 días empezar a cosechar para exportar”, recordó Cornide como si hubiese ocurrido ayer. “Fue una gran decepción, llorábamos por todos los rincones. Pero como digo, no hay mal que por bien no venga. A veces el destino tiene planeado otra cosa”, dijo.
María le propuso a su marido ahondar en el mercado de jugos y mermeladas. Sin tiempo que perder, consiguieron una persona en Moreno, provincia de Buenos Aires, para hacer el jugo y trabajaron junto a ellos durante tres años, enfocándose en los productos de arándanos.
Pero para esta familia inquieta no era suficiente y decidieron aprender cómo hacer ellos mismos los jugos. Contrataron un ingeniero en alimentos que los ayudó con el proceso de pasteurización y otros, y mantuvieron la premisa familiar de no usar conservantes, saborizantes ni colorantes: todo debía ser natural.
Seis meses después, lanzaron al mercado su propio jugo de arándanos. Y con el correr de los años fueron sumando más sabores, hasta alcanzar los 17: frutilla, frambuesa, zarzamora, manzana, kiwi, durazno. También lograron extender su público desde la provincia de Buenos Aires hasta Tierra del Fuego, vendiendo tanto a particulares como a mercados y cadenas reconocidas de supermercados.
Sin embargo, en 2023 la familia sufrió un duro golpe: “Al fallecer mi marido, nos encontramos con todo un desafío. Él era el alma máter de la empresa, el que diseñaba las etiquetas, manejaba las cuentas del banco y traía las ideas. Fueron dos meses de mucha tensión. Nos costó, pero salimos adelante y la seguimos peleando”, dijo.
En la actualidad, los tres hijos del matrimonio colaboran con el emprendimiento desde distintos lugares. Con las visitas guiadas, con la siembra y cosecha, los números y los bancos, y hasta con la maquinaria que se descompone.
“Todavía no nos ahogamos, así que vamos a seguir peleándola hasta las últimas. La cosecha de este año fue buena y tengo fe que dé sus frutos”, dijo esperanzada la mujer. “Creo que es lo último que se pierde. Tampoco tengo miedo porque sé que hay momentos buenos y malos, pero las cosas van saliendo”.
La situación parece difícil. Hubo tres meses en 2024 que “Sendero Azul” no tuvo una venta, así que la familia espera con ansias que este año traiga mejores cosas bajo la manga. “Hay mucha gente que tiene miedo a la hora de empezar un proyecto así. Yo estoy convencida de que el dinero es una energía que si no fluye, no sirve. No digo que arriesguen todo y se endeuden, pero sí ir intentando de a poco. La gente te ayuda mucho cuando vos preguntás”.
“Es tenerle amor a esto también. A mi me pasa que tengo una conexión con esto que no me lo da otra cosa. Sí, me veo cansada, tengo sueño, capaz ni almuerzo… Pero me voy a dormir y me voy contenta”, reflexionó Cornide.
“Mis hijos me dicen en chiste: ‘Ah, sos una ilusa’. Puede ser que lo sea, pero soy feliz. Imaginate que yo en Buenos Aires trabajaba en pleno centro, rodeada de caos. ¿Y qué veo ahora? Las sierras de fondo, los montes, los pajaritos cantando. Es otro estilo de vida. No es para todos, pero sí para mí”.
Otras noticias de Industria Alimentaria
- 1
Vacunos: comienzo de semana con bajas en el Mercado Agroganadero de Cañuelas
- 2
“No hay forma de controlarlo”: la frustración de un productor que lucha contra los ataques de los jabalíes
- 3
Hace más de 20 años huyó del ruido de Buenos Aires, sufrió una pérdida irreparable y hoy renace con una preciada fruta
- 4
Alelopatía: el control de malezas sin herbicidas se vuelve posible a través de las plantas que se envían señales