En su campo de Bragado, el productor Aníbal Molina desarrolla un producto típico del NEA con excelentes resultados
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Tradicionalmente, el algodón ha sido cultivado en las provincias de Santiago del Estero, Chaco, Santa Fe y Formosa. Sin embargo, Aníbal Molina, un estudioso de los cultivos agrícolas, lo viene sembrando desde hace varios años en su campo de Bragado, en la provincia de Buenos Aires.
Con sus trabajos, ha comprobado que la zona tiene el potencial para producir fibras y que, igual que la soja la década del 70, paulatinamente se va a ir creando la infraestructura comercial e industrial para canalizar la producción.
Un cultivo de verano
El algodón se siembra en primavera y se cosecha en otoño. Se puede implantar con labranza convencional o con siembra directa, a partir de las semillas que encierran las cápsulas que produce el algodón. Esta semillas son parecidas a la de la manzana y se adaptan fácilmente a las placas de la mayoría de las sembradoras. Se puede implantar con distintos espaciamientos entre surcos.
Se puede desarrollar en suelos de buena fertilidad o con tendencia alcalina -de hasta 8 de pH-, lo que resulta una ventaja frente a otros cultivos de verano. Molina probó en Bragado todas las variedades que se usan en la región tradicional de cultivo con buenos resultados: Guazuncho 4 INTA BGRR, Guaraní INTA BGRR, Porá INTA BGRR, DP 1238 BGRR, Nuopal RR, etc. En la Estación Experimental del INTA de Sáenz Peña se encuentra el banco genético principal para el cultivo.
En la provincia de Buenos Aires, el algodón tiene una ventaja importante en el control de plagas. Por cuestiones de temperatura, no requiere las numerosas aplicaciones contra el picudo que se deben concretar en la región norte, en la cual, en casos extremos, se ha tenido que realizar hasta un tratamiento por semana.
El picudo del algodonero es un coleóptero considerado la plaga más dañina del cultivo. El enorme potencial de destrucción se debe a la alta capacidad reproductiva y a las numerosas generaciones que se producen en un ciclo a agrícola. Produce daños por oviposición y por alimentación. Los primeros son realizados por la hembra al perforar los botones florales con su pico para poner el huevo. Los daños por alimentación se producen por los orificios realizados por el adulto al atacar los botones florales, pimpollos o flores abiertas.
Durante el ciclo, el algodón se debe proteger del desarrollo de malezas, algo que Molina realiza en su campo con escardillo, a muy bajo costo y con muy bajo impacto ambiental. El productor niega que el clima templado de Bragado pueda tener influencia negativa sobre el desarrollo del algodón.
Llegado el otoño, las bochas del algodón se cosechan con una máquina específica. Luego el producto va a una desmotadora, que separa las fibras de las semillas. Finalmente, las fibras son procesadas para generar hilados. La calidad de las fibras se clasifica según la longitud en corta, mediana, larga y extralarga.
La cosecha puede producir el equivalente a 3000 remeras por hectárea, más 180 litros de aceite y muchos kilos de expeller, más un rastrojo que puede triturarse para fabricar briquetas. Por eso es un cultivo que puede generar mucho valor agregado. Molina explica que, además de la producción de fibra, de la semilla de algodón se puede extraer hasta 15% de aceite, que se puede refinar para orientarlo el consumo humano y para producir cosméticos o biodiésel. El expeller es muy buscado para alimentar vacas del tambo porque eleva el tenor graso de la leche.
Luego de la cosecha, de cara al cultivo siguiente, se debe pasar una trituradora de rastrojos. El material resultante se incorpora con una pasada de rastra de discos para provocar su descomposición en el suelo. El rastrojo del algodón es abundante -6000kg/ha- y también puede ser aprovechado una vez triturado: con ese material, mezclado con agua y fuentes de celulosa, se pueden fabricar briquetas.
Molina comenzó a sembrar algodón en su campo hace 12 años, donde no enfrentó problemas durante la germinación, crecimiento, floración y formación de los capullos. Con su campo sobre la ruta, periódicamente realiza reuniones para difusión del cultivo en la zona. Considera que producir algodón en Buenos Aires no será competitivo sino complementario del clúster del norte, al incorporar una nueva economía.
Tal como ocurrió con la soja, estima que, con el tiempo, se va desarrollar toda la infraestructura de logística, comercialización e industrialización del algodón en la provincia de Buenos Aires. Actualmente las cosechadoras de algodón operan en la región norte, pero podrían “bajar” a Buenos Aires cuando haya una superficie de algodón que lo justifique. Mientras eso ocurra, se pueden utilizar cosechadoras de arrastre, de unos US$20.000, adquiridas entre varios productores.
Datos nacionales
El área sembrada con algodón en la Argentina viene creciendo en las últimas campañas y superó a las 500.000 hectáreas. Los rendimientos pueden ir de dos a cuatro toneladas de algodón bruto por hectárea, con 2,5 toneladas como un valor promedio alcanzable en años normales. La producción tiene como destino el consumo interno (aproximadamente el 50%) y la exportación.
En el mundo se siembran 35M/ha de algodón, con India, China, Estados Unidos y Brasil como actores protagónicos. Los principales exportadores también son Estados Unidos, India y Brasil. Entre los importadores se destacan China, India, Vietnam, Bangladesh y Turquía.
Un pionero de la difusión de la soja
Con un permanente espíritu innovador, Molina fue uno de los pioneros en la difusión de la soja en la Argentina, a partir de 1969. En esa época, trabajaba en manejo y conservación de suelos con Jorge Molina. En un momento, el ingeniero agrónomo Carlos Remussi, de la cátedra de Cerealicultura de la Facultad de Agronomía de la UBA (Fauba), le dio semillas de soja, que Molina llevó el campo familiar de Bragado y empezó a multiplicar.
“En 1971 se puso en marcha un programa de difusión de la soja y del sorgo granífero en el norte del país. Con intervención de la Secretaría de Agricultura y Ganadería se creó un equipo de comunicación, del cual fui vocero, con la propuesta de que los productores sembraran una hectárea de soja para ver los resultados. El programa dio sus frutos, tuvo la adhesión de los agricultores y se pasó de 200.000 hectáreas iniciales a los 16 millones de hoy”, rememora Molina.
“En el inicio del cultivo de soja no había herbicidas ni plataformas para las cosechadoras; todo eso fue apareciendo con el correr del tiempo y con el algodón puede pasar lo mismo en los próximos años, en 44 partidos de la provincia de Buenos Aires”, adelanta el agricultor, autor de un libro sobre el cultivo en el que vuelca todas sus experiencias.
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