Julieta Centeno, que hace producción hidropónica con vegetales en Bahía Blanca, logró esa certificación que valora el impacto positivo económico, social y ambiental; la distinción, entre otras cosas, le permite acceder a facilidades financieras
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Julieta Centeno es bioquímica y titular de VerdeA Vegetales Urbanos, que acaba de convertirse en la primera producción hidropónica de la Argentina en certificar como empresa B, es decir, con impacto positivo económico, social y ambiental. No se trata solo de una cucarda para esta empresa de la ciudad bonaerense de Bahía Blanca, sino también la posibilidad de acceder a facilidades financieras e impositivas específicas para las empresas con triple impacto, por lo que ahora VerdeA tiene en estudio duplicar su producción de vegetales, actualmente de 36.000 plantas mensuales.
La relación de Centeno con la hidroponía no vino por su trabajo como bioquímica, sino mientras era senadora de la provincia de Buenos Aires, entre 2015 y 2019: “Un día me invitaron a conocer el Centro de Información y Formación Ambiental (CIFA), donde se planifican políticas ambientales de la Ciudad de Buenos Aires. Ahí conocí la hidroponía: quedé fascinada, pensando que quería encarar algo así, pero no encontraba el momento”, cuenta.
Se puso a tomar cursos con especialistas, algunos del exterior, y hace tres años y medio decidió con su familia probar “en una azotea, en el macrocentro, con 500 metros”. Fue ensayo y error, “hasta que dimos con la semilla, la genética: le hice probar al verdulero al que le compraba y me dijo que estaba buenísimo”. Entonces, decidió instalarse en su ciudad natal, aprovechando el fin de su mandato.
Antes, cuando había vivido en Houston, Estados Unidos, Centeno había conocido la comodidad de comprar los vegetales frescos lavados y envasados, listos para consumir. Por eso, su proyecto no solo consiste en la producción hidropónica de vegetales, sino también en procesarlos y envasarlos para comercializarlos con marca.
Hoy, en invernaderos que cubren casi 3200 m2, posee una empresa integrada verticalmente desde la siembra hasta la comercialización, que produce diez variedades de lechuga, baby leaf (brotes de hojas tiernos, de unos 10 cm de largo), rúcula, achicoria, berro, albahaca, algunas aromáticas, kale y toppings (distintas hojas para los mix, algunas de remolacha).
“Vendemos un mix de hojas verdes que no hay que lavar, listo para consumir, que cuentan con trazabilidad e inocuidad: se procesan con un triple lavado y centrifugado, en una planta que tiene todas las habilitaciones y con trazabilidad”, dice Centeno.
Ahorro de agua en una ciudad sin agua
La hidroponía ahorra un 90% de agua respecto de la producción tradicional en tierra, y esto fue un plus fundamental en Bahía Blanca, que tiene serios problemas con el suministro de agua, con barrios que sufren restricciones durante el verano. En esa ciudad de 300.000 habitantes, la producción hidropónica no solo aporta una mejora, sino una solución.
“Según la página oficial de ABSA (Aguas Bonaerenses SA), una familia tipo de la provincia consume 36 m3 de agua por mes; en VerdeA usamos el equivalente a dos familias tipo, y con eso procesamos 50 toneladas mensuales de vegetales”, dice orgullosa Centeno.
Además, la empresa colecta agua de lluvia: entre los techos abovedados de los invernaderos se colocaron unas canaletas que conducen el agua a tres tanques de 10.000 litros cada uno: “A mitad de año medimos y un 35% del agua que utilizábamos era de lluvia; llegamos a estar 10 días seguidos sin usar agua de red. En invierno, como las plantas consumen menos agua, rinde más”, explica.
“Hace un año y pico me di cuenta de que hacíamos triple impacto y no estaba registrado”, sostiene Centeno. Así, comenzó a averiguar sobre la certificación B, que entrega la organización estadounidense B Lab.
El proceso requiere someter la empresa a una especie de auditoría para saber si califica, o qué aspectos tienen que cambiar o mejorar para lograrlo, analizando cinco áreas: la gobernanza, trabajadores, clientes, comunidad y ambiente, y en cada uno identifica todo lo mejorable.
“Nos ampliamos y empezamos el camino de la certificación, que es engorroso, con procesos de base americana, muy rígidos. Cuesta hacer entender ciertos temas, pero finalmente lo logramos, y hace unos días nos comunicaron que somos empresas B certificada”, cuenta.
Además del ahorro de agua, la producción hidropónica permite un ahorro de espacio gracias al rendimiento mucho mayor por unidad de superficie. Así, producir la misma cantidad de manera tradicional requiere 11 veces más terreno.
En cuanto al impacto social, dice Centeno, la firma genera “empleos verdes” que la OIT define como “empleos decentes que contribuyen a preservar y restaurar el medio ambiente”. Con la hidroponía, la postura ergonómica de los trabajadores es mucho más confortable, ya que no están agachados, ni al sol, ni sometidos a temperaturas extremas.
También juega a favor que, de los nueve empleados actuales, seis son mujeres de más de 53 años, lo que aumenta el impacto positivo, y tienen un convenio de pasantías rentadas para alumnos avanzados de la Universidad Nacional del Sur.
Bahía Blanca no produce vegetales, y está lejos de las zonas que sí, como Mar del Plata y La Plata. El transporte por muchos kilómetros genera emisiones de carbono y en consecuencia huella ambiental, pero además aumenta el desperdicio, un tema sobre el que hay cada vez mayor preocupación. Según la FAO, la mitad de las frutas y hortalizas en América latina se pierden entre las cinco etapas que van de la producción al consumo, y es el rubro que lidera este triste ranking.
En este sentido, la firma, que produce en la ciudad para la ciudad, responde al concepto de “kilómetro 0″, cada vez más valorado en países europeos, por sus beneficios no solo a nivel ambiental, sino también económico y social. “Es una nueva urbanidad, lo de producir en un lado y consumir en otro lejano quedó viejo: hay que tender al kilómetro 0″, precisa Centeno.
“No hay desperdicio en nuestros productos y tienen calidad superior, porque en la hidroponía no carecen de ningún mineral. Además, cosechamos, procesamos y distribuimos, manejamos todo el proceso para preservar la calidad y evitar pérdidas”, detalla. Al cosechar, enfrían enseguida y mantienen las bajas temperaturas en todo el proceso hasta la entrega en el punto de venta final.
Centeno señala que tuvieron que desarrollar los clientes de manera artesanal, explicarles todo el proceso, hacer que prueben. “El producto entró mucho en los deli markets (supermercados gourmet), porque se podían adaptar rápido. Igual no me interesa que sea un producto de nicho, solo pido que me aseguren frío”, dice.
La mitad de sus clientes son restaurantes, pero en volumen llevan la delantera los deli markets (supermercados gourmet), así como algunas verdulerías modernas, con heladeras. También proveen a una cadena local de supermercados. “Algunos restaurantes dicen que nos compran, además de porque no tienen que usar tiempo lavando vegetales, porque se dieron cuenta de que no tienen que tirar nada, y eso les permite comprar casi la mitad que antes”, indica.
De la interacción con sus clientes surgen iniciativas, como la producción de una variedad de hojas específica para sandwichería caliente, o la ampliación de 25% de la producción de rúcula, con un invernadero específico que acaban de estrenar.
“Es bueno [ser empresa B] porque hay objetivos sugeridos para cada área evaluada, y te van levantando la vara: cada tres años tenés que mejorar, te obliga a replantearte y a medir, para hacer las cosas mejor”, agrega.
“Ser una empresa B habilita a acceder a líneas específicas que tienen algunos bancos, con tasas más bajas, mientras que hay otras líneas que son especiales para empresas que hacen triple impacto. Para los bancos, financiar empresas con triple impacto es positivo para su propia reputación, y algo similar ocurre con proveedores y clientes. Se empieza a generar como un ecosistema de empresas B”, dice Centeno.
Por ahora no prevén incorporar otros productos, sino alargar un poco el radio de distribución: “Buscaríamos tener clientes más grandes, y llegar a algunas otras ciudades importantes, ya que a menos de 300 kilómetros tenemos Tandil, Olavarría, Azul, Viedma y las de la provincia de La Pampa”.
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