Los extranjeros que visitan nuestro país se sorprenden por el contraste existente entre la abundancia de recursos naturales y la simultánea baja productividad y crecimiento de la economía. ¿Por qué la Argentina, que "lo tiene todo" en relación con recursos naturales, presenta niveles de desarrollo mucho más bajos que los países escasamente dotados de tierra agrícola, recursos energéticos y recursos pesqueros?
La literatura económica cataloga como "la maldición de los recursos naturales" situaciones como la nuestra: países potencialmente ricos, pero que en la práctica muestran un desempeño pobre.
Al menos cuatro mecanismos son identificados como responsables de la "maldición" mencionada. En primer lugar, la abundancia de recursos reduce los incentivos para el desarrollo de capital humano altamente especializado, en particular el asociado a tecnologías complejas. Con relativo poco esfuerzo, la sociedad genera producto, cosa que no ocurre en países donde la naturaleza es mezquina (Japón, Suecia, España).
Segundo, la abundancia de recursos naturales da "grados de libertad" a la autoridad económica. El caso de los derechos de exportación existentes en la Argentina es un claro ejemplo de lo anterior. En tercer lugar, excedentes exportables provenientes de recursos naturales generan apreciación cambiaria ("dólar barato"), lo cual dificulta el desarrollo de un sector exportador diversificado.
Por último -y muy importante- forma en la población una actitud complaciente y refractaria al esfuerzo productivo. Esta actitud no se generaliza de un día para el otro, sino que es resultado de décadas de percibir que, de una manera u otra, "Dios proveerá".
Un sencillo análisis de la realidad argentina permite poner en contexto estos comentarios. ¿Hasta dónde el mal manejo de las finanzas públicas tiene como consecuencia la anulación parcial de las ventajas comparativas basadas en los recursos naturales del país? Vayamos a los números. Entre 2003 y 2016 el empleo público total pasó de 2,2 a 3,7 millones de personas. En forma conservadora, podemos estimar que al menos el 50% de este aumento contribuye poco o nada a la generación de producto. Esto implica unos 750.000 trabajadores, cada uno de los cuales representa un costo para el fisco de no menos de US$20.000 por año. El total de este (conservador) exceso de empleo público sería entonces unos US$15.000 millones.
Relacionemos este monto con la renta neta que genera la tierra agrícola en la Argentina. En el quinquenio 2012-2016 el valor de la producción de los cuatro principales cultivos de grano (trigo, maíz, soja y girasol) osciló entre los 30 y los 36.000 millones de dólares anuales. Estas cifras corresponden a aproximadamente el 45/50% del valor de la producción total del sector. Los costos necesarios para generar y comercializar la producción de los cuatro cultivos mencionados osciló, para el mismo quinquenio, en los 13-17.000 millones de dólares anuales, lo cual implica que estos cultivos generaron una "renta neta" (ingresos menos costos) de alrededor de 17-20.000 millones de dólares por año.
Las estimaciones anteriores sugieren que el costo resultante de exceso de empleo público (US$15.000 millones) representa entre el 75 y el 90 por ciento de renta neta que resulta de la extraordinaria dotación de tierra agrícola de la Argentina (17-20.000 millones por año). Lo anterior puede ponerse en contexto con el siguiente razonamiento: políticas populistas (el período 2003-2015 es solo un ejemplo) pueden asimilarse a destrucción lisa y llana de casi la totalidad de la tierra agrícola con la que el país cuenta. Es como si de un día para el otro un tsunami avanzara sobre la pradera pampeana y sepultara millones de hectáreas bajo las saladas aguas del océano Atlántico.
La tesis de la "maldición de los recursos naturales" amerita preferencial atención por parte de aquellos interesados en la economía agrícola de nuestro país. Y también, por supuesto, por aquellos con responsabilidad de liderazgo político.
El autor es profesor de la Maestría de Agronegocios de la Ucema