En Santiago del Estero, mujeres campesinas trabajan con tunas, lo que les permitió revalorizar su producción y escalar en un negocio de venta de mermelada
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CÓRDOBA.- Mujeres campesinas santiagueñas se focalizaron sobre un cultivo tradicional de la provincia que, pese a su potencial, no tiene la expansión y la industrialización que requiere: las tunas. Con la colaboración de varias empresas privadas, cultivaron y cosecharon la fruta para producir 5000 frascos de mermelada. Con lo recaudado, pudieron avanzar en una planta para seguir con el emprendimiento.
La experiencia comenzó sobre la base de otra similar llevada adelante en Lima (Buenos Aires) entre Las Quinas (productora de miel y dulces orgánicos) y 65 mujeres en situación de vulnerabilidad. En 2021 Florencia Nieva -dueña del restaurante Amasijo junto a su esposo- contactó al empresario Ricardo Parra para tratar de replicar ese emprendimiento.
Trabajaron con 25 mujeres de La Cañada (departamento Figueroa en Santiago del Estero); todas son de parajes “del interior del interior”. Participó la Universidad Nacional de Santiago del Estero y también el Ministerio de Producción.
“Analizamos qué se podía hacer para producir y, a la vez, recuperar sabores santiagueños perdidos y ‘tirados’. Tirados porque así se ven la mora, la algarroba o la tuna mientras en esas zonas hay alta pobreza”, dicen. En uno de los viajes para analizar con qué insumos podían trabajar las tunas -con lo que las “abuelas hacían el tradicional arrope”- apareció como opción.
Judith Ochoa, docente adjunta de Sistema de Producción Frutícola, vicedecana de la Facultad de Agronomía y Agroindustria de la Universidad Nacional de Santiago del Estero y coordinadora para Sudamérica de la red de cooperación técnica Cactosnet de la FAO, explica a este diario que en la Argentina el mayor productor está en el norte de Córdoba, cuenta con unas 40 hectáreas de la variedad amarilla sin espinas o tuna santiagueña.
En Santiago del Estero hay unas 940 hectáreas cultivadas que rinden alrededor de 8000 kilos por hectárea, si bien se registraron algunas experiencias de empresas que exportaron a Canadá y a Malasia, “no hay plantaciones tecnificadas para lograr una producción más uniforme”. Las frutas se usan para alimentos como salen de la planta o bien para la fabricación de helados.
Ochoa ratifica el “potencial” del cultivo y comenta que en Brasil, país que empezó hace una década a atender las tunas, hoy hay 600.000 hectáreas que se utilizan para forraje para alimentar vacas, cabras y cerdos. Entre micro productores, universidades federales y el Estado desarrollaron, incluso, una cosechadora que hace la molienda.
La experta recibió consultas de Uruguay y Bolivia, también interesados en cultivar para forraje. En la universidad santiagueña trabajan en un proyecto que elevaron a Nación para poder financiar sistemas de riego de manera de emplear el cultivo para alimento de animales.
De la producción lograda por “Mujeres de Cañada”, 300 kilos fueron al Banco de Alimentos, y la pulpa fue procesada con energía solar en la planta de Las Quinas de Buenos Aires; el resto fue vendido a una cervecería que fabrica “cerveza tuneada”.
Al emprendimiento se sumaron, siempre ad honorem y con donaciones, Tridimage que hizo el diseño, Avery que donó el papel de las etiquetas y HP la impresión. Los frascos incluyen un chip que cuenta la historia del proyecto. “Trabajamos para ayudar a escalar a pequeños productores, a que puedan formalizar sus actividades”, indica Parra.
En Lima, son 65 mujeres y el puntapié inicial lo dio el capítulo local de Akamasoa, la ONG fundada en Madagascar por el cura argentino Pedro Opeka. Con la instalación de dos naves de hidroponía en el 2021 cultivaron frutillas que se vendieron con la marca Las Quinas- Akamasoa y también una etiqueta blockchain aportada por la española Trazable.
Ya están trabajando en una segunda tirada; con las ventas de la primera el grupo compró nuevos plantines y se levantó una nueva nave que permitirá duplicar la producción.
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