Desde hace 46 años, Oscar Badolato se constituyó en parte de la historia del Mercado de Hacienda de Liniers con el clásico “café, café”
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Son cerca de las cinco de la mañana. Es otoño y todavía falta un tiempo para que amanezca. Sin embargo desde medianoche, en el corazón de Mataderos, impregnado de un vaho singular, el movimiento de camiones no ha cesado. Directo al atracadero, llegan los últimos, repletos de hacienda apretujada que muge sin parar.
Hace minutos que Oscar Badolato también se hizo presente en el Mercado de Liniers. Con sus 30 termos de café al hombro, como hace 46 años, se apresta a salir al ruedo. Los peones de a caballo, después de tanto mate, aceptan un café calentito.
De descendencia italiana, Oscar nació en el barrio de Liniers. Su historia como vendedor ambulante comenzó de muy chico. A los 12 años, en los inviernos, vendía churros en bicicleta y en los veranos la mercadería se transformaba en helados.
“Siempre me tiró la calle. Me hacía unos pesitos que venían bien a mi economía”, cuenta a LA NACIÓN el cafetero.
Corría el año 75. Una tarde un vecino, que tenía la concesión de la cafetería en el mercado de hacienda, le ofreció sumarse todas las mañanas al equipo de cafeteros mientras se hacía el tradicional remate.
Con 18 años empezó una tarea que jamás dejaría. En los primeros tiempos se perdía entre los corrales de las extensas instalaciones del mercado concentrador. "Eran tiempos donde se juntaban más de 25.000 cabezas diarias, incluso hubo un día que llegaron a 36.000 (hoy el pico ronda los 12.000)", recuerda y agrega: "Pero poco a poco le fui tomando la mano al trabajo".
Un día el dueño se enfermó y fue él quien tuvo que hacerse cargo de la cafetería. En los 45 días que duró la ausencia de su jefe, a la venta ambulante, sumó el preparado de los termos con café, la contaduría detallada en un cuaderno y la recolección del dinero de todos los empleados. La confianza del dueño fue absoluta y le ofreció ser socio en un 20% del negocio, que con unos ahorros lo pudo llevar a cabo.
Los mugidos de la hacienda y el sonido de las herraduras del paso de los caballos en el cemento, se entremezclan con los gritos de Oscar que quiere vender su mercadería. El eco de “café, café” se diluye entre los sapucay de los peones que arrean la hacienda del atracadero a los corrales.
A las ocho en punto suena una sirena. Una firma consignataria anuncia el inicio sus ventas. Los matarifes se agolpan en las pasarelas, envejecidas por el tiempo. Parecen tertulias de un teatro peregrino que se va moviendo a medida que los corrales se venden.
Entre los compradores de hacienda, se inmiscuye para ofrecer un cafecito. “¿Quién llamó, quién dijo vení?”, susurra, en busca de cómplices que festejan a diario sus muletillas.
Gritos y señas de todo tipo sirven para llamar la atención del martillero. También la oferta viene desde abajo. Otros compradores de a caballo, acompañan en procesión al martillero.
El cafetero hace malabares entre el público. Trata de vender su preciada mercancía. "Papi, servite un café, que este viene directo de Colombia, calentito", dice, con voz sigilosa, para no opacar la voz del rematador.
En el año 1989, al fallecer el dueño, cada cafetero ambulante tomó su propio camino y se dividieron por sectores. Pero al tiempo algunos abandonaron la tarea. "Las cosas cambiaron. La cantidad de gente que trabaja en el mercado no es la misma que hace unos años, tampoco los animales que entran. Hoy solo quedamos tres cafeteros", indica.
Sin faltar un solo día, con las mismas ganas de siempre, Oscar vende 150 cafés por día, pero tuvo picos que llegaron hasta los 350. Para que todo salga perfecto, se levanta a las tres de la mañana para realizar la faena que se la conoce al dedillo. Según cuenta, ya lleva más de dos millones cafés vendidos.
Oscar está orgulloso de su trabajo. Le permitió vivir, criar a sus cinco hijos, tener el techo propio y también un auto. "No le debo nada a nadie y eso ya es mucho", afirma entre risas.
Al margen de su labor, tiene dos pasiones: es hincha de Vélez Sarsfield (en un tiempo también vendió café en la cancha) y es testigo de Jehová y como buen practicante siempre se hace de tiempo para predicar, incluso varias veces fue conferencista en las asambleas de su culto.
La puja de los mejores lotes es un tire y afloje. El rematador baja el ultimo martillo. Un mencho de a caballo, marca con pintura de distintos colores sobre el lomo de cada animal vendido según quien compra.
La subasta se ha terminado. A Oscar le quedan algunos termos llenos todavía. Para él la venta no concluyó aún. "Ahora sí llegó el café del Brasil, a $50", se le oye decir.
Hoy en la cabeza del cafetero rondan algunas preocupaciones: hay tiempo de descuento en Mataderos y el traslado del predio a Cañuelas es un hecho. Pero él quiere seguir en el futuro mercado. “¿Adonde me voy a ir?, el mercado es mi vida”, dice con dejo de tristeza. Hoy es la última jornada de remates en el Mercado de Hacienda de Liniers.
Esta nota se publicó originalmente el 30 de abril de 2019
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