Se trata de Paulina Mayol, de 37 años, que enfrentó la protesta que paralizó la semana pasada a Lácteos Mayol
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En medio del bloqueo que sufrió la pyme Lácteos Mayol por parte de Atilra, en Gobernador Udaondo, en el partido de Cañuelas, y que no le permitió trabajar durante cinco días, hubo una protagonista que se puso el conflicto al hombro y enfrentó al gremio lechero: Paulina Mayol. En el día de la mujer, con 37 años, siente que la turbulencia ya pasó.
“Nunca la empresa en sus 85 años había vivido algo semejante, tampoco yo jamás viví tanto patoterismo en carne propia”, cuenta a LA NACION.
Desde chica, su vida transcurrió entre el tambo y la fábrica, donde los fines de semana jugaban al fútbol con los empleados y luego iban a tomar algo fresco al único almacén de ramos generales del pueblo.
“Pirincho, mi papá, era el mayor de ocho hermanos y se hizo cargo de la empresa siendo muy joven. Pero hace unos años le pasó la posta a Dardo, mi tío menor. De mi padre heredé la dignidad del trabajo y de mi madre, una maestra rural, la importancia de la educación para progresar en la vida”, relata.
Cuando terminó la secundaria, se fue a La Plata a estudiar para ser contadora. Una vez recibida y luego de un breve paso por grandes empresas en la capital, hace 10 años sintió que iba a ser más útil en la empresa familiar, colaborando con sus conocimientos.
Allí la esperaban su padre y sus tíos. En un principio no fue sencillo, ya que una mujer junto a ellos en la dirección de la fábrica costó aceptarlo, “pero hoy es reconocimiento puro” en ese grupo.
En toda la estructura de la fábrica y del tambo cuando Paulina llegó era la única profesional y, según detalla, en estos años trató de organizar la imagen de la empresa y a la vez hacer una transición generacional ordenada. “Al lomo y trabajo de mi padre y mis tíos, le quisimos sumar profesionalismo. Junto a Martín como coach, estamos trabajando en la formación de equipos”, detalla.
El trabajo de los Mayol es puro esfuerzo. Por ejemplo, como la fábrica está en el medio del campo, a unos 10 kilometros de la ruta, es “el polaco” quien se encarga del mantenimiento en condiciones del camino: “Con un tractor y una champion, detrás de cada lluvia está el polaco reparándolo. De ahí nacen esas lágrimas de impotencia y de dolor”, describe respecto del video donde Hugo, entre lágrimas, se quebró por el bloqueo a la usina.
Hace diez años se casó con Marcos Pierri y tuvieron a los mellizos Josefina y Santiago, que nacieron prematuros. “Creo que a partir de ahí construí una fortaleza mental única porque solo quien ha pasado más de dos meses de terapia intensiva de sus hijos recién nacidos puede llegar a soportar algo tan fuerte como lo que viví días atrás. En ese momento entendí que si había superado lo de mis hijos, estaba preparada para muchas lecciones más en la vida”, indica.
El lunes pasado a las cinco de la madrugada, el timbre del encargado en su casa no era un buen presagio. Sin pensarlo y sin dimensionar la situación, se subió a su camioneta y fue hasta la fábrica donde estaba el acampe con al menos 40 personas.
“Cuando vi que la situación escalaba en tonos y yo me encontraba sola rodeada de gente increpando, decidí excusarme y volverme a casa. Pero en casa se vivía un momento especial, era 1º de marzo y mis hijos empezaban la escuela. Llamé a mis tíos para contarles lo que pasaba y les pedí que me den un rato porque debía ser mamá al menos por una hora en un día que ellos tanto esperaron y soñaron: ponerles sus guardapolvos blancos y acompañarlos hasta la escuela”, relata.
A partir de ahí, los días se convirtieron en interminables. Con la colaboración de su marido, Paulina pudo mantener alejados a sus hijos de la escena conflictiva y solo regresaba a su casa al anochecer para darle las buenas noches: “Mi prioridad era la seguridad de mis hijos. Sin ir más lejos, el martes por la tarde estaba en la oficina que tenemos en el pueblo y una decena de personas comenzaron a apedrear la puerta y las ventanas”.
Allí estaba junto a dos chicas de la administración, su prima Maira y una amiga que había ido a hacerle compañía. Cerraron con llave la puerta y las ventanas y llamaron al único móvil policial que tiene el pueblo, pero de nada sirvió.
Recién el sábado a la madrugada, tras la conciliación obligatoria, los activistas sindicales se retiraron del lugar. Poco a poco la fábrica volvió retomar su actividad. Ahora “espera que la negociación llegue a buen destino y seguir trabajando en libertad”.
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