CORDOBA.- Las exportaciones agroindustriales representan 74% de las totales de la Argentina; siete de cada diez dólares que ingresan los generan esas cadenas. El país ocupa el primer puesto como exportador mundial de aceite y harina de soja, yerba mate y porotos; el segundo de maní; el tercero de girasol, maíz, soja y peras; el cuarto en cebada cervecera y el quinto en carne de vaca, camarones, langostinos, té negro y leche en polvo. Son sectores que se distinguen en un mar de problemas de competitividad.
Sobre la base de la producción de calorías en el país y relacionándola con las que necesita una persona promedio, la Argentina produce alimentos para unas 400 millones de personas; es la tercera exportadora neta mundial detrás de Brasil y Holanda, según un estudio de la Sociedad Rural sobre datos de la Organización Mundial de Comercio.
Pese a estos números, para la economista y diputada nacional del Frente de Todos, Fernanda Vallejos, exportar alimentos es una "maldición" para el país. "Tenemos la maldición de exportar alimentos, de modo que los precios internos son tensionados por la dinámica internacional. Es imperioso desacoplar precios internacionales y domésticos, ya que los domésticos deben regirse por la capacidad de compra (en pesos) de los argentinos", dijo.
Eva Bamio, economista directora de Proyectos de la consultora Abeceb, señala que es errado el concepto: "No es una maldición tener riquezas, lo es la falta de imaginación en la gestión cotidiana". Grafica con que Noruega usó su riqueza natural del petróleo para –aun con costos más altos de explotación que en Medio Oriente- desarrollarse y crecer.
Repasa que la Argentina tiene un problema de restricción externa de dólares por lo que de ninguna manera puede ser una "maldición" exportar sino que hay que redoblar el esfuerzo exportador. "Las operaciones estuvieron muy estancadas en los últimos años y cuando se empezaron a dinamizar llegó la pandemia, que fue un golpe", indica. Con todos los alimentos tuvieron buena performance porque son menos elásticos y, además, hay un ciclo de buenos precios de commodities que es "una oportunidad" que hay que tratar de aprovechar.
David Miazzo, economista de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (Fada), explica: "Si importáramos o produjéramos lo justo para consumir sería igual porque los bienes transables tienden cotizarse en un promedio mundial. Esa es una parte de la historia. La otra es que esas exportaciones representan más del 70% de las del país y explican el 90% del ingreso de divisas. ¿Cuánto valdría el dólar sin ese aporte?".
El país es uno de los mayores exportadores de carne de vacuna, exportando el 27% de lo que produce y con un consumo de 49 kilos por persona por año, alto. Vende el 63% de la producción de trigo afuera, pero se comen 72 kilos de pan por habitante al año. Los datos derriban la idea de las exportaciones "se llevan todo".
"La Argentina no tiene un problema de producción de alimentos sino un problema de distribución y acceso económico –dice Miazzo-. Los países importadores tienden a consumir menos de lo que traen porque lo pagan más caro".
Para el consultor en comercio exterior y titular de la consultora DNI, Marcelo Elizondo, basta con repasar que los países "ricos" son exportadores de alimentos (Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido, China, Japón, Canadá) aunque importan más que la Argentina. A su entender hablar de "maldición" implica seguir creyendo que la economía está dividida en sectores separados, cuando hoy es "sistémica" y la agregación de valor se vincula con incorporar intangibles.
"Es sostener la idea nostálgica de los años 50 de lo que era exportar granos –añade-. Hoy eso es modificación genética, agricultura de precisión, biotecnología, diseño, maquinaria agrícola, nuevas tecnologías de gestión, maquinaria. La Argentina tiene capacidad de sobra para atender el mercado doméstico y exportar", explica. La lógica es básica: más exportación, más producción, menor costo por la escala.
En la presentación semestral del Monitor de Exportaciones Agroindustriales, los economistas de Fada insistieron en que vender granos, carne, frutas, legumbres, cereales o lácteos implica ingresar las divisas para poder comprar lo que el país no produce como, por ejemplo, tecnología. Además, hay generación de empleo; sólo la cadena de la carne de vaca implica 100.000 puestos en su circuito de exportación (trabajadores del campo, veterinarios, camioneros, frigorífico, etcétera). Cada persona que accede a un trabajo puede invertir y gastar, lo que genera un efecto multiplicador. Lecciones de Economía básica.
EL DESAFIO ES GESTIONAR
Bamio apela a un concepto del economista Daniel Heymann quien planteó que las exportaciones de soja y cereales no se reemplazarán con otras, por lo que hay que trabajar en dos áreas: por un lado buscar diversificar mercados para esas operaciones y, por otro, dinamizar otros sectores para crear empleo y sumar valor.
La economista de Abeceb sostiene que hay una agenda interna muy amplia de abordar para ganar competitividad y facilitar el comercio. El año pasado las exportaciones industriales cayeron US$4000 millones en parte por la pandemia, en parte por la pérdida de competitividad. "Hay que trabajar para recuperarse, pero se necesita a todos los sectores", sintetiza.
Sin la "maldición" de exportar alimentos tendríamos "más pobres de los 18 millones que hay, una cifra que viene creciendo desde los ‘70", dice Fernando Vilella, director del Programa de Agronegocios y Alimentos de Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Ese número, subraya, es "consecuencia del fracaso" de políticas socioeconómicas y "no de uno de los pocos recursos importantes" de exportación de la Argentina. "¿Qué hubiera pasado con 70% menos de exportaciones, cuánto más grande hubieran sido las crisis?", se pregunta y reclama que –junto a la crítica- se "piensen y enuncien" estrategias de un "país distinto".
También para Elizondo el problema pasa porque en la Argentina se achica poder de compra de los salarios "por culpa del empobrecimiento general de la economía, de la brecha cambiaria, de los impuestos. El poder de compra del peso se licúa". Ironiza con que nunca escuchó a Estados Unidos calificar de "maldición" el hecho de ser el principal exportador de tecnología. "Son puntales de desarrollo, no desgracias".
El "desacople" de los precios internacionales y locales –describe Vilella- es por "impuestos, por retenciones que en otros países no pagan" y por políticas que en vez de impulsar "traban que en vez de exportar alimentos para animales exportemos más para humanos. Ahí está la ‘Vaca Viva’". Ratifica que sin inversiones no hay productividad y sin eso "no hay salarios buenos". "Eso no es por las exportaciones sino porque la macroeconomía es un desastre".
En su último informe el Centro de Economía Política Argentina indica que la suba de los precios de la carne y el maíz en el mercado internacional se tradujo en un incremento de los valores domésticos de los alimentos, lo que "puso en evidencia la necesidad de desacoplar unos de otros para evitar que se genere un traslado inflacionario al mercado local".
"En un contexto de relajamiento de las restricciones a la circulación y mayor actividad económica, el aumento de precios es el mecanismo principal de transferencia de ingresos -manifiesta-. Estos elementos indican la necesidad de parte de la política económica de desacoplar o desenganchar el precio internacional del precio local, para evitar que el aumento de las demandas de carne o la suba del precio del maíz signifiquen un traslado inflacionario al mercado local".
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