La irrupción de las nuevas tecnologías abre desafíos en la formación de los estudiantes; sin embargo, las materias básicas son cruciales para insertarse mejor en el mundo que viene
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Una pregunta frecuente que se escucha en los encuentros con estudiantes que están terminando el ciclo secundario y que tienen a Agronomía en su lista de carreras que podrían llegar a interesarles, es “¿qué hace un ingeniero agrónomo?”. Como en este momento soy el director de la carrera de Agronomía que ofrece la Facultad de Agronomía de la UBA, suelo estar presente en esos encuentros y respondo siempre a esa pregunta de la siguiente manera: un ingeniero agrónomo es un profesional preparado para diseñar sistemas de producción de alimentos de origen vegetal o animal.
Para diseñar esos sistemas, el ingeniero agrónomo considera, no solo aspectos que hacen al funcionamiento de lo que se está diseñando (aspectos técnicos), sino también aquellos que resultarían de su implementación (aspectos ambientales, económicos, sociales y políticos). El fundamento para la consideración de cada uno de estos aspectos en el diseño de sistemas de producción nos lo da la ciencia agronómica.
La ciencia agronómica es un conjunto amplio de disciplinas que abarca temas de biología animal y vegetal (fisiología, genética, microbiología, dinámica de plagas, enfermedades y poblaciones y comunidades vegetales), de ciencias del suelo y de la atmósfera, de economía y sociología.
En términos de lo que es la estructuración de los planes de estudio, estas disciplinas conforman el bloque de materias básicas agronómicas. Estas materias son aquellas sobre la base de las cuales, el estudiante de agronomía aprende a “diseñar” sistemas de producción en las asignaturas del ciclo profesional de la carrera. Pero a su vez, el fundamento para el abordaje de estas disciplinas que hacen a la ciencia agronómica, está dado por lo que deberíamos considerar como los “cimientos” de la formación científica: la matemática, la física, la química y la biología.
Así como cualquier edificio con cimientos débiles se termina cayendo, no podemos esperar solidez en la formación de profesionales de la agronomía sin una formación exhaustiva en matemática, física, química y biología. Y con “formación exhaustiva” me refiero a una adecuada asignación de horas de dictado, a partir de cursos con nivel universitario (que no es lo mismo que cursos de nivelación como los que se dictan como requisito de ingreso a la universidad), y a prácticas en laboratorios y gabinetes que sirvan para que los conocimientos adquiridos queden fijados en forma indeleble.
Planes de estudio
En rigor, con diferencias más o menos pequeñas, los planes de estudio de las carreras de agronomía en universidades del país y del mundo, se estructuran de la misma manera: un ciclo de materias básicas (matemática, física, química, biología), un ciclo de materias básicas agronómicas, y el ciclo profesional. En los países anglosajones, y desde la reforma de Bolonia también en los países de la Unión Europea, el ciclo de materias básicas más el de materias básicas agronómicas constituyen el “bachillerato” (BSc) que dura tres años, y las asignaturas del ciclo profesional se ofrecen en formato de “maestría profesional” (MSc) que dura dos años; en nuestro medio y otros países de la región los tres ciclos se ofrecen como parte de una única carrera que es la ingeniería agronómica y que dura cinco años.
Es a la luz de las ideas volcadas en los párrafos anteriores, que quisiera referirme a la nota publicada por Ernesto Viglizzo en la edición del sábado 4 de este mes en el suplemento Campo. En esa nota, el autor reflexiona sobre el impacto que la tecnología digital, la ciencia de datos y la inteligencia artificial están teniendo sobre la agronomía.
Sobre el final de la nota termina preguntándose si nuestras facultades de agronomía acompañan esa vorágine digital que muta a enorme velocidad, y si los profesionales que egresan están preparados para enfrentarla. Sin embargo, a lo largo de la nota deja traslucir cuál es su posición frente a la constante emergencia de estas tecnologías y de hasta donde deberían ser consideradas por los planes de estudio de las carreras de agronomía: con mucha lucidez afirma que nadie puede anticipar cuáles serán las tecnologías que tendrán protagonismo de aquí a 10 o 20 años y se pregunta si, por lo tanto, tiene sentido estructurar planes de estudio en función de tecnologías inciertas o efímeras.
Yo me animo a contestar que no, para lo cual agrego al argumento de Viglizzo el mismo que vengo esgrimiendo desde los párrafos anteriores: nadie puede prever la agronomía del futuro, pero las tecnologías que emerjan seguirán teniendo base en la matemática, la física, la química y la biología, y en las disciplinas que hacen a la ciencia agronómica. De poco sirve que se incluya en el plan de estudios una materia obligatoria que enseñe a usar programas que serán obsoletos al año siguiente; en cambio, descuidar la formación básica comprometerá seriamente la capacidad de nuestros egresados de enfrentar los cambios que menciona Viglizzo.
Álgebra
Para citar un ejemplo puedo hacer alusión a la conversación que mantuve con un profesor de mi facultad que enseña, justamente, teledetección y sistemas de información geográfica. Procesar imágenes satelitales es operar con matrices por lo que, en opinión de este profesor, resulta mucho más relevante que el estudiante aprenda álgebra de matrices y que tenga presente la física de la interacción de la radiación electromagnética con una superficie (La ley de Wiens, la Stephan-Boltzman, etc.) que entrenarse específicamente en QGIS, Arcinfo o cualquiera de los otros programas que cambian constantemente.
Es posible, entonces, que la discusión no pase por decidir si tenemos que estructurar planes de estudio en función de las tecnologías emergentes sino por si tenemos que reforzar la formación básica en las carreras de agronomía. Esto no va en desmedro de que existan asignaturas, que no formen parte de la formación troncal del ingeniero agrónomo (asignaturas electivas u optativas), que sirvan de actualización, como indica Viglizzo, para aquellos estudiantes que estén interesados en recibir algún entrenamiento en el uso de estas tecnologías que les resulte útil en la vida profesional.
Es interesante la mención que hace Viglizzo a lo expresado por el filósofo coreano Byung-chul Han acerca de la inteligencia artificial (IA) y la necesidad de que aparezca un tercer concepto aportado por la mente humana que permita conectar la mera probabilidad de asociación entre dos variables que puede aportar la IA.
Como indica Viglizzo, ese tercer concepto sólo puede ser aportado a partir de una formación robusta, flexible y adaptada a la realidad, entrenada para el juicio crítico. En el ingeniero agrónomo el aporte del tercer concepto surge de aplicar la ciencia agronómica, ciencia que, como dije al principio, da fundamento a su actividad profesional. A diferencia de la tecnología que puede cambiar en forma errática, la ciencia siempre avanza en una única dirección: la de incrementar nuestro conocimiento.
A lo largo de una actividad profesional de 40 años, he sido testigo de cambios tecnológicos fenomenales. Sin embargo, no haber perdido de vista a la agronomía como ciencia me ha permitido a mi y a mis contemporáneos enfrentar cada uno de esos cambios. En la medida en que prevalezca el carácter científico en los planes de estudio y en la formación que les damos a nuestros estudiantes, los egresados estarán preparados para trabajar en la agronomía del futuro.
El autor es Director de la Carrera de Agronomía de la Facultad de Agronomía (UBA), Profesor Titular Plenario de esa facultad e Investigador Superior de CONICET.
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