Hace más de doscientos años, Juan María Mastai Ferretti, canónigo en Roma, recorrió la región pampeana y escribió un diario de viaje con las impresiones que recogió
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El 4 de enero de 1824 atracó en Buenos Aires el navío de bandera sarda “Eloísa” en el que viajaba una misión pontificia encabezada por el arzobispo Juan Muzi, vicario apostólico en Chile, que pasó por Buenos Aires y recorrió el país hasta su destino final en Santiago tras los Andes. Acompañaba al prelado una comitiva en la que se encontraba un canónigo de la basílica romana de Santa María in via Lata, Juan María Mastai Ferretti. Este se habría convertir en 1846 en Pio IX, y dejó un diario de su viaje por nuestro país con interesantes referencias.
En ocasión de la beatificación del Pontífice el 3 de setiembre de 2000, hicimos una referencia en LA NACION sobre esa visita al país, que como él mismo escribió: “El gobierno, y en particular un tal Rivadavia, hicieron lo posible para sustraernos del tal concurso y finalmente nos intimaron la partida”. También destacó la visita que le hiciera el general San Martín en la simple clase de particular. Lo cierto es que las desavenencias con el gobierno, hicieron que el 15 de enero abandonaran Buenos Aires “en una carroza cómoda, y en un coche iban las camas, los baúles y los víveres… cuatro caballos tiraban el coche, guarnecido por fuera con cueros de buey. De estos cueros hay tanta abundancia que en el campo se veían empalizadas amarradas con ellos. Este trayecto está todo poblado hasta Morón, esparcido de casitas y cabañas de campesinos, que emplean muy poca industria en el cultivo”.
Se detuvieron en Luján, donde celebró misa en la modesta iglesia donde se veneraba la histórica imagen. En el camino supo “en que poca cuenta se tenía la pérdida de un caballo, porque no mucho después de haber partido, uno de la posta cayó muerto a tierra” y siguieron la marcha “sin que los postillones sintieran algún pesar” dado el poco valor de los mismos. “Las postas, que son cabañas, es necesario poco tiempo para que vayan a buscar los caballos a aquellos lugares del campo donde pacen en el día”. El jefe político de Luján les dio el valor de un buey y una vaca con ternero lo que en ese momento “parecía muy caro a los habitantes que pocos años antes gastaban en esto dos tercios menos y muchas veces no les costaba más que el trabajo de ir a buscarlos”. Lo maravillaron los terrenos tan verdes, “las lluvias que infaltablemente caen tres o cuatro veces al mes producen este verdor”.
Cuando abandonaron Luján, vio en algunos lugares “numerosísimos rebaños de caballos, vacas y ovejas”. En la posta de Cañada Honda (Río Areco), que tenía unas 4 o 5 edificaciones, el patrón del lugar les dijo que “meses antes algunos asesinos, (no indios sino bandidos españoles, americanos), le habían robado 10.000 escudos y 300 bestias”, pero a pesar de esto agregó “gracias a Dios y a María Santísima no me falta un pedazo de carne”. Igualmente, les habló sobre la fertilidad de las tierras que rendían en muchos casos el 100 % y como mínimo el 50%. Inmediatamente agregó: “¡Que buen corazón tiene esta gente de campo!” aunque agregó que tenían mucha desidia.
Después de pasar por San Pedro cruzaron un río estrecho, “pero con agua hasta la boca del caballo, para no mojarnos pasamos en una canoa” y apuntó que el cauce estaba “lleno de truchas muertas, que quizás habían perecido porque el agua que había descendido repentinamente de la nieve derretida de las cordilleras era excesivamente fangosa”. Más allá de este error apuntó que “la cantidad extraordinaria de los rebaños y de los pájaros nos sorprendía. Estábamos caminando por las riberas del Paraná. El ver en verano todos los prados verdes nos daba una nueva alegría. En la tarde vimos muchos zorros que tienen sus cuevas junto a la carretera”.
Finalmente llegaron a San Nicolás, donde desviaron un poco el camino porque “era más poblado y, en consecuencia sin peligro de indios; aunque en el mes pasado habían llegado a pocos leguas del lugar”, a la posta en la que durmieron, en general instalaciones “desvencijadas y faltas de todo, por lo que es necesario dormir en el suelo o al aire libre”.
Siguió nuestro ilustre viajero por Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza. de todos estos lugares dejó referencias interesantes. Cuando Mastai Ferretti hacía casi dos años había sido elevado al pontificado, su diario fue traducido del italiano por Domingo Faustino Sarmiento y publicado en mayo de 1848 en la imprenta La Opinión de Santiago de Chile. Perdido en el Tomo V. los más de cincuenta volúmenes de sus Obras Completas han pasado muchas veces desapercibidos. A dos siglos de aquella travesía de aquel joven sacerdote, bueno es recordar este aspecto sobre un tema que cultiva esta columna.
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