El pasaje de la economía del petróleo a la de biomasa abre enormes oportunidades para generar valor y crecimiento local a lo largo del país; el campo se transforma en proveedor de industrias
En momentos en que la inversión es una obsesión para el Gobierno y en tiempos en que se busca una mayor integración al mundo para incrementar las exportaciones, la bioeconomía -el conjunto de sectores que usan recursos o procesos biológicos para la producción de bienes y servicios- podría impulsar el desarrollo de la economía argentina y superar a la vez la histórica puja entre agro e industria. Así lo señalan Eduardo Trigo, coordinador del grupo de trabajo en bioeconomía de la Subsecretaría de Bioindustria, Rodrigo Costa, economista de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires y el recientemente nombrado académico, Marcelo Regúnaga.
En el contexto mundial, el aumento de la población, que llegaría a mas de 9000 millones en 2050, cuestiona las actuales formas de consumo y pone en riesgo la sostenibilidad de las sociedades, obligando a buscar procesos económico-tecnológicos mucho mas circulares y sostenibles.
Todo esto impulsa la necesidad de pasar de la economía del petróleo a la economía de la biomasa; del uso de fuentes no renovables que provienen de procesos fotosintéticos que tuvieron lugar hace millones de años, a esquemas y procesos renovables que se llaman de "fotosíntesis en tiempo real" porque emiten y secuestran gases de efecto invernadero en el mismo momento, en una circularidad que genera mas sostenibilidad.
La industria de la biomasa se está transformando en un sector transversal que aporta insumos y componentes a sectores industriales a los que la producción agropecuaria aportaba antes, tales como los alimentos, y las bebidas; y también a sectores de los que anteriormente no era proveedor, como la química, el sector automotriz, la construcción o la cosmética.
Se trata de capturar la energía libre del sol, el viento, el agua y convertirla en biomasa, es decir en granos, en la cría de ganado; luego transformarlos en alimentos, en energía y en bio insumos, y utilizar sus desperdicios para convertirlos en materia prima. Todo ello de manera eficiente y en un lapso de tiempo que permita mantener y restaurar el equilibrio de la naturaleza.
La Argentina tiene una oportunidad inigualable como productor de biomasa por la disponibilidad de sus recursos naturales que le permiten pensar nuevos vínculos entre la producción agropecuaria y la industria que superen los tradicionales.
A nivel provincial, la de Buenos Aires, picó en punta y está decidida a dar un fuerte impulso para facilitar los bioemprendimientos. Este impulso suena mas que razonable si se piensa que en La Matanza, el partido mas poblado de la provincia, el 60% de sus habitantes no cuenta con acceso a gas de red, y tan solo dos plantas de biogás podrían proveer de gas a todo el partido, remediando la contaminación a través del uso de desechos como insumos.
Desde el Ministerio de Agroindustria, el subsecretario de Bioindustria Mariano Lechardoy explica que el objetivo de su cartera es impulsar el uso de la biomasa en su lugar de origen y transformarlo en energía distribuida. "El primer cambio que buscamos no es tecnológico sino logístico y de sistema, es decir hacer bien lo que ya hacemos mal", sintetiza.
Todo tipo de emprendimiento
Empresas grandes, como el ingenio Ledesma, ya están inmersas en la bioeconomía. Cubre el 49% de la energía que usa a través del procesamiento de bagazo y malhoja, productos de la cosecha de caña de azúcar; y además vende etanol a las empresas petroleras.
El desafío es replicar estas iniciativas a menor escala y en diferentes puntos del país. "Esto requiere, inevitablmente, de financiamiento de riesgo", dice Eduardo Trigo.
Apenas asumió, Macri aumentó el corte de etanol en naftas del 10 al 12%. Esos dos puntos porcentuales más se distribuyeron entre diferentes ingenios, grandes y chicos. En el futuro se aspira a subir ese porcentaje de corte en naftas y a aumentar también el corte para el biodiésel. Esto permitiría mejorar la rotación de los cultivos en zonas alejadas a los puertos con altos costos de fletes. Además, el procesamiento de la biomasa en su lugar de origen podría solucionar el problema energético y utilizar los desechos de diferentes producciones regionales.
Es el caso de Víctor Giordana, cuyo establecimiento al norte de Jesús María, Córdoba, instaló una planta que procesará 40 toneladas de maíz por día, unas 15.000 al año. De ahí extrae etanol que vende para la industria de bebidas alcohólicas (fernet) o para uso medicinal, y burlanda que utiliza para su feedlot de 4000 cabezas que planea llevar a 7000. "Se trata de un proyecto que usa tecnología nacional, y que agrega valor en origen", explica Giordana, que también tiene una explotación olivícola en Chilecito, La Rioja. Desde allí llevará carozo -uno de los desperdicios junto con el orujo- a su establecimiento de Córdoba para utilizarlo como combustible para secar la burlanda y poder almacenarla o exportarla.
La rentabilidad del proyecto mejoraría si además logra vender etanol para la producción de naftas. Para eso, esperan que aumente el corte de etanol en naftas, de lo que dependen muchos proyectos de uso de biomasa proveniente del maíz y la caña. A su vez, se necesitan motores flex que permitan que los autos utilicen indistintamente naftas y etanol algo que, desde diferentes ministerios aseguran que hay interés en avanzar en 2017. Del otro lado, un fuerte lobby petrolero y de una parte de las automotrices intenta frenar el proyecto, lo que nuevamente deja al país, en esta área de la bioconomía, inmerso en la histórica puja industria vs campo, como un perro que se muerde la cola.
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