Durante los últimos cuatro años, el nivel de consumo del huevo en la Argentina no ha tenido variaciones significativas, pero ese fenómeno no ha sido sino a costa del esfuerzo del productor, que se vio forzado por los contextos y cambios en las reglas de juego económicas a sostener el precio de venta del producto en niveles extremadamente bajos y que atentan contra la viabilidad de un negocio que gira cada vez más en torno al mercado interno.
En 2015, el cajón de huevos se vendía a US$40, mientras que en 2019, se vendía a US$19. Y la matriz productiva esta atada al dólar. Dicho esto, pareciera que huelgan los argumentos.
Desde 2015 a la fecha vemos que el comportamiento de la economía no ha acompañado al sector ovoavícola. Un dato lo ilustra todo: en 2015 para comprar una tonelada de maíz se precisaban 3,28 cajones huevos blanco a pie de galpón mientras que hoy, 7,06 cajones.
Con respecto a los granos, la quita de retenciones, el sinceramiento del mercado cambiario (quita del cepo) sumado a las inundaciones de 2016 y la sequía de 2017, han hecho que el costo del maíz y la soja suban sustancialmente. El maíz de diciembre de 2015 a junio de 2016 subió más de 100%, solo en seis meses debido al sinceramiento del mercado de cambios y las continuas inundaciones. En cambio desde diciembre de 2017 a junio de 2018 por sequía y la devaluación del tipo de cambio subió otro 72% en dicho semestre.
El sistema productivo del huevo tiene una gran dependencia del mercado interno: hoy ma´s del 96% del huevo que se produce se consume en nuestro país. Por ende, la contracción del consumo conspira contra el sector y hace dudar de la sustentabilidad del crecimiento. También, la caída en el poder de compra del consumidor. Tradicionalmente, el 5% del salario iba a pagar servicios. Ahora, el 20% del salario se destina para pagar los mismos servicios.
Las exportaciones en sus peores niveles desde 2002 son consecuencia de mucha oferta internacional de proteína animal, costos internos de producción muy altos, principalmente carga impositiva, flete, energía y financiera. En este último punto hay que destacar que tener mercadería entregada y esperar 90 días para cobrarla por parte del productor poco seduce a este úlltimo a entregar mercadería para la exportación y si a eso le sumamos que los exportadores le tienen que agregar otros 90 días para hacerse del pago, es un cóctel explosivo que conspira contra los mercados externos. La mentalidad del productor es lógica a simple vista, pero no deja de conspirar contra su propio negocio. El árbol tapa el bosque.
Los peligros de este modelo son múltiples. Seguiremos con la concentración del sector, con cada vez ma´s informalidad (hoy supera ampliamente el 60%), con cada vez mas productores que venden la gallina para replumar (muchos productores de tamaño significativo ya lo hacen de manera habitual). Debemos trabajar en conjunto para que la solución de los próximos años no sea achicar la oferta interna.
El autor es presidente de la Cámara Argentina de Productores Avícolas (Capia)