La tasa vial es un ejemplo de la estrategia del populista que trata de adormecer el espíritu crítico del ciudadano con razones de corte solidario
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Los recientes conflictos entre las intendencias y comunas con los productores, a raíz de los elevados montos de la tasa vial, patentizan el problema de falta de claridad en el uso de los fondos aportados. La polémica sobre el uso discrecional del dinero de los contribuyentes amenaza con seguir creciendo.
La tasa vial es un claro ejemplo de la estrategia del populista que trata de adormecer el espíritu crítico del ciudadano con razones de corte solidario.
La tasa vial es un tributo “ad valorem”, cuya base imponible varía según la localidad, vinculado a la prestación de servicios relacionados con el mantenimiento, conservación, señalización, modificación y/o mejoramiento de la totalidad de la red vial caminera.
La discrecionalidad se manifiesta en la discutible definición del hecho imponible y de la escasez de individualización de los servicios o actividades estatales. Así se convierten, en muchos casos, en una caja recaudatoria, en ocasiones con fines políticos.
El problema me recuerda el pensamiento de Mancur Olson (premio Nobel en Economía) cuando habla del origen de los Estados compuesto por bandidos itinerantes que se convierten en estacionarios, quienes se asientan en un lugar para gobernar durante un periodo prolongado.
Según Olson, a diferencia del itinerante, el bandido estacionario tiene en cuenta las condiciones y los incentivos de sus súbditos para que sigan produciendo y, por tanto, creando algo que él pueda saquear mediante impuestos año tras año.
En su propio interés, los impuestos establecidos por ellos deben asegurar hasta cierto punto los derechos de propiedad de los usuarios, hacer cumplir los contratos, establecer un sistema judicial para dirimir sus disputas y, obviamente, suministrar algunos bienes públicos.
Según Olson los estacionarios buscan el poder, y lo ejercen, en beneficio propio y de su grupo, pero solo hasta el punto de no destruir las capacidades de los productores a fin de no enfermar mortalmente la gallina de los huevos de oro. Así, escribe: “El bandido racional estacionario tomará únicamente una parte del ingreso de los tributos debido a que le será posible obtener una mayor cantidad de ingresos de sus súbditos si les deja el incentivo para continuar produciendo”.
La autoridad estatal, a cualquier nivel, sería una suerte de ladrón estacionario que justifica los impuestos mediante el uso de los correspondientes fondos para mejorar el nivel de vida de la sociedad. Así tiende a una suerte de saqueo al sector más productivo para, con el fruto de esta apropiación, comprar el apoyo de amplios sectores de la sociedad, especialmente de los más humildes.
En tal caso, se podría hablar del populista que endulza su boca con palabras de solidaridad y preocupación social, pero que en rigor sustrae buena parte de la renta generada por la gente que trabaja y produce, llevándola a un nivel de servidumbre.
Pero, como la carga tributaria va restando la capacidad de producir, la oferta de bienes del sector productivo comienza a decaer y el populista crea una maraña de regulaciones que acentúa el problema de producción. El populista es, entonces, un ladrón estacionario que, como resultado final, termina destruyendo la riqueza y limitando la productividad.
El autor es economista, director de Consultoría Agroeconómica (CAE)
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