La Argentina es un país muy avanzado en cuestiones de bioeconomía, con grandes especialistas en el tema y startups que la ayudan a evolucionar rápidamente en el campo y en la industria que está relacionada. En el sector se progresó de la mano del conocimiento, las nuevas tecnologías y la capacidad de productores y agrónomos de compartir ese conocimiento (Aapresid, CREA e INTA mediante).
Por otro lado, en 2022 estamos viendo en el sudeste de la provincia de Buenos Aires una gran cantidad de lotes disqueados. Labranza convencional/ labranza mínima/ acondicionadores/ rastras diamante, son nombres más o menos cancheros para mover el suelo (Marty Mc Fly hubiera pensado que volvió a 1990).
Hay dos formas de realizar agricultura sustentable (cuidando el suelo y la huella de carbono y, por ende, al planeta):
- Rotaciones agrícolo-ganaderas, como por ejemplo, cuatro años de agricultura seguidos de cuatro años de pasturas.
- Agricultura continua en sistema de siembra directa. Que es un sistema que incluye rotación de cultivos y nutrición balanceada, usando la menor cantidad posible de insumos externos por unidad de grano producida, manteniendo la mayor cantidad de tiempo posible raíces vivas y fomentando en el sistema la biodiversidad.
De estas dos formas de hacer agricultura sustentable, la primera podría hacerse labrando el suelo, mientras que la segunda tiene como condición necesaria (más no suficiente) la siembra directa.
Por supuesto que atrincherarse es malo y, a veces, se justifica realizar labranzas. Por ejemplo, para producir papa (en suelos de alta materia orgánica y sin pendiente) o en algún caso extremo de compactado de suelos, como consecuencia de un mal manejo. Situaciones muy puntuales. Pero, ¿Por qué se está disqueando tanto?
Las razones son tan variadas como falaces: malezas, cuevas de peludos, urea cara, glifosato caro, suelo apretado... En la realidad, vemos mala memoria, por la cual algunos productores idealizan que las labranzas los librarán de problemas que no existen cuando las cosas se hacen bien, y se olvidan de los problemas que traen aparejados (erosión, pérdida de agua de los suelos en años secos, riesgo de “planchado”, falta de piso en años húmedos, pérdida de biodiversidad y, como si esto fuera poco, liberación de carbono a la atmósfera).
En fin, destrucción de la estructura del suelo, generando terremotos para la meso y microbiología (que serían el Messi de los sistemas sustentables). Lo raro es que, en parte, el laboreo viene socialmente aceptado y hasta difundido por los gurúes de nuevas corrientes, que si las conjugamos en una palabra sería #bioagroecologiarregenerativacircularholística (es esdrújula). Que sería algo así como: agronomía + #biochamuyo.
Paradójicamente, estas nuevas corrientes terminan en sistemas en labranza convencional basados en ganadería vacuna y con algunos cultivos agrícolas. Y eso no está mal. Está muy bien para quienes quieran hacerlos, volcándose nuevamente a lo que llamamos “1)”.
El problema aparece cuando se pretende obligar a todos a hacer agricultura sin insumos y/o se toman aspectos parciales del sistema 1), y se termina haciendo agricultura continua con labranzas de suelo. Gran parte del mundo lo hace, pero la Argentina tiene la capacidad de ser mejor. Al menos en esto. En nuestra bioeconomía.
El autor es asesor de Agroestudio Viento Sur
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