Silverio “Gurí” Sosa es jujeño y hace casi 40 años se desempeña como herrador, un oficio que empezó como hobby hasta que despuntó como medio de vida
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Si existen oficios antiguos que continúan en la actualidad, uno de ellos es el de herrador, cuando la conquista de los pueblos se hizo a caballo y donde el cuidado de las patas de los animales resultaba imprescindible a la hora de transitar grandes distancias por día. Con sus 55 años, Silverio “Gurí” Sosa, una eminencia en la materia, recuerda bien cómo fueron sus inicios en San Pedro de Jujuy, al sur de esa provincia.
“Desde muy chico, a los tres años andaba arriba de los caballos que mi padre tenía en un campito familiar. Lo que más disfrutaba era estar con ellos, darles de comer y esas cosas de niño”, cuenta a LA NACION. Su vida con los caballos fue transcurriendo tranquila.
En 1983, las partidas de dinero hacia los regimientos del interior se achicaron y los ejércitos debieron ajustar sus gastos. Por lo pronto, los herradores de las fuerzas fueron dados de baja. Para Sosa, en la zona eso fue un momento bisagra.
“Quedamos solos, sin nadie que sepa herrar porque los herradores partieron del lugar. Fue ahí que le propuse a mi padre ser yo mismo quien haga eso para toda la tropilla. Me compré unos libros que enseñaban a herrar y así comencé, como un hobby”, relata.
Al poco tiempo murió su padre y debió ser él quien se encargue de una inmobiliaria familiar. Al unísono, en el pueblo cobraba relevancia su trabajo artesanal de autodidacta que hacía con los equinos. “Comencé a practicar con mis caballos y algunos amigos me empezaron a traer caballos”, destaca.
Pasaron unos años y una vuelta en una exposición en el norte, donde dictaba un curso, se le acercó un herrero de renombre llamado Pedro Pechar y, al ver su trabajo, le preguntó quién le había enseñado. “No podía creer que yo había aprendido solo y ahí nomás me invitó a acompañarlo un par de semanas para la temporada de polo a Buenos Aires”, dice.
Cada día su oficio tenía en su vida más importancia. Sin embargo, todavía no se animaba a dejar de pleno la inmobiliaria. Iba y venía de Jujuy a Buenos Aires todo el tiempo. Las estadías en Buenos Aires eran cada vez más largas, hasta que se animó y se la jugó: cerró la inmobiliaria y se alquiló una casa cerca de Pilar para dedicarse de lleno a los caballos: se convirtió en aprendiz de Pechar durante algunos años.
“Los norteños somos amigueros y enseguida me hice amigos de los petiseros y me empezaron a ofrecer a viajar al exterior. Pero yo no quería”, señala. Hasta que, un día a principios de 2006, cuando salía de un club de Pilar, Pechar le contó que un veterinario necesitaba un herrero por dos meses, junio y julio, en España.
“Yo le estaba enseñando a un argentino que vivía en Suecia que me había comentado lo extraordinarios que eran los hospitales de caballos en ese país. Le propuse seguir enseñándole allá, que no le cobraba nada y él a cambio me daba alojamiento. Así llegué a Upsala por un par de meses, donde aprendí todo sobre herrajes correctivos en equinos”, describe.
Luego partió hacia Sotogrande, en Cádiz, España, para asistir al veterinario que lo había contratado por dos meses. Pasado ese tiempo, el manager del club de polo del lugar le ofreció quedarse un tiempo más. Después llegó gente de Bélgica que requirió de sus servicios para la temporada siguiente. Como una cosa lleva a la otra, los dos meses se convirtieron en casi cinco años: de mayo de 2006 a diciembre de 2010.
Casi 40 años después de esa compra de su primer libro, Sosa continúa con la misma pasión de herrar caballos. “Siempre me gustó el desafío de herrar caballos con algunos problemas, haciendo herrajes ortopédicos, como si fuera un zapatero que hace un zapato a medida”, cuenta.
Con una gran humildad, detalla que ha herrado caballos de los mejores polistas del mundo como ser Adolfo Cambiaso, Facundo y Gonzalo Pieres, Hilario Ulloa, Santiago Toccalino, los Heguy, entre otros. “Es un orgullo para mí, los caballos de alto handicap que han pasado por mis manos. Supe tener en temporada alta seis equipos de 60 caballos cada uno, unos 360 caballos para herrar”, detalla Sosa.
Dicen quienes usaron sus servicios que su labor siempre fue de un profesionalismo intachable, desde herrar a un caballo peruano de paso de un amigo jujeño hasta un animal de un jugador de polo con 10 de handicap. También sigue con la docencia y año a año los cursos se multiplican, no solo en la Argentina, también en Perú, República Dominicana, entre otros lugares.
“Trato de inculcar a mis alumnos la importancia de cuidar los cascos de los caballos, porque eso le alarga la vida útil y le mejora la performance. Siempre hago mucho hincapié de desbazar los caballos desde potrillos, entre el mes de vida y los ocho meses. Les explico que es lo mismo que pasa cuando los niños pisan mal y uno trata de llevarlos a la ortopedia rápidamente: a los caballos hay que cuidarlos desde que nacen para modificarle su vida adulta, con dos beneficios: los aplomos llegan de manera correcta y ya están mansos de abajo”, describe.
Recién comenzó abril y, mientras observa distintas pruebas que se hacen en la muestra Nuestros Caballos en la Rural, ya piensa en la temporada de polo que se acerca en España. No se cansa de dar gracias a Dios por la vida que tiene y por vivir de lo que lo apasiona: los caballos. Sin embargo, nunca deja de añorar volver a sus pagos. Mientras tanto, se contenta con tocar la guitarra, la que lleva a todas partes, y cantar su zamba preferida: “Jujuy cuando volveré, ya me estoy volviendo tiempo, si cada día la vida me va llevando más lejos”.
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