La participación del presidente Javier Milei en la Exposición Rural de Palermo dejó un desafío abierto para la actividad y el propio gobierno: si ambos son capaces de llevar adelante iniciativas que, de una vez por todas, impulsen el potencial del agro.
Acaso podría decirse que el discurso del Presidente tuvo un carácter fundacional para el campo. Presentó una perspectiva histórica que reivindicó el origen de la primera transformación tecnológica del agro, a fines del siglo XIX, que, no por casualidad, coincidió con el nacimiento de la organización de la Argentina como país. Milei puntualizó que peyorativamente se llamó a aquel período como “modelo agroexportador”. Esa denominación de tintes despectivos fue la base para gran parte del establishment político y económico justificara medidas discriminatorias hacia la actividad agropecuaria. Tipos de cambio diferenciales e impuestos distorsivos como los derechos de exportación, mal llamados retenciones, tienen su raíz en aquella visión.
Otra de las valoraciones de Milei que cabe destacar fue la de colocar a los productores y a todos los protagonistas de la cadena como verdaderos protagonistas de la creación de riqueza. Inclusive, al destacar la figura de Norman Borlaug, premio Nobel de la Paz en 1970 por el mejoramiento genético del trigo que evitó que cayeran en el hambre miles de millones de personas en el mundo, dio relevancia al conocimiento científico y tecnológico en el agro. Ya no se trata de “recursos naturales” o bendiciones divinas, sino de utilizar la inteligencia humana para crear riqueza y prosperidad.
En otras palabras, para el Gobierno el campo no es vergonzante. Tampoco se le dice que tiene que ser el “supermercado del mundo”, o que “tiene que agregar valor” o “industrializar la ruralidad”. Esto llegará en tanto y en cuanto haya condiciones propicias para la inversión y sea el sector privado el que encuentre las oportunidades de negocios para desarrollar proyectos de largo alcance.
Ese discurso de apoyo, sin embargo, tiene todavía una fuerte contradicción con la realidad de un esquema económico que mantiene los DEX y la brecha cambiaria. Es cierto que nadie, o casi nadie, esperaba que este gobierno eliminara ambas trabas en el corto plazo por la gravedad de la situación macroeconómica heredada. Sin embargo, no son pocos los que se preguntan por qué no se puede establecer un cronograma de reducción de los DEX que ayude a dar una cierta previsibilidad en el negocio. Este fue el planteo de Confederaciones Rural Argentinas (CRA) y la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (Carbap) unos días antes del discurso de Milei en la Rural.
También hay quienes marcan ciertos riesgos en los anuncios de Milei respecto de la prometida baja de DEX para algunas categorías de vacas mientras se mantendrían en 6,7% para el resto de los cortos. “Como regla general parece peligroso establecer tal distinción ya que ese tipo de discriminaciones pueden tener consecuencias imprevistas negativas. Además, no hay que olvidarse de las dificultades para fiscalizar si la carne exportada proviene de vacas o no”, explica Miguel Gorelik en www.valorcarne.com.ar.
Esta reducción, como la anunciada en forma definitiva para los lácteos, demuestra que el Gobierno en algunos productos no espera el momento cero del levantamiento del cepo y la unificación cambiaria para bajar los DEX. ¿Si bajan para las carnes por qué no podrían bajar para el trigo o el maíz de la próxima campaña?, cabe preguntarse. Difícil entender el razonamiento.
El desafío que se abre también para el agro y para el Gobierno es si las reformas previstas, ya sea en modo de desregulaciones o de medidas nuevas, serán tomadas luego de análisis y consensos o por decisiones personales de quienes se creen los nuevos iluminados.
Más allá de los problemas macro, hay temas que marcan la política agropecuaria como la trazabilidad ganadera, la vacunación contra la fiebre aftosa y la transparencia de los mercados granarios, entre otros, que de acuerdo a cómo se tomen pueden ser equitativas o no.
Al agro también lo coloca en el desafío de superar las diferencias internas y los egos personales para llevar adelante los cambios.
El contexto global es difícil, no hay un “viento de cola” favorable para los precios internacionales. Pero si no se aprovecha la oportunidad de impulsar los cambios, el riesgo del estancamiento está siempre presente.