Se trata de una proyección sobre el impacto de las medidas en municipios que afectan las aplicaciones o dejan tierras abandonadas; la visión de Agustín Biagioni, Global SVP of Marketing de Rizobacter, sobre la necesidad de consensos, reglas claras y el uso de una tecnología que ayuda
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Si se considera en términos de rendimiento de soja, al menos entre 3000 y 5000 millones de dólares no ingresan al país debido a las restricciones que han dejado tierras periurbanas abandonadas o donde ya no se pueden hacer aplicaciones. Hay más: las distintas medidas tomadas en los municipios afectan la producción de alimentos para unos 20 millones de habitantes.
Estas proyecciones, acompañadas de diversas reflexiones sobre una problemática que se presenta en las distintas regiones agrícolas, fueron compartidas a LA NACION por Agustín Biagioni, Global SVP of Marketing de Rizobacter. El ejecutivo habló también, entre otros temas, del rol y futuro de los biológicos.
Para Biagioni, las restricciones a las aplicaciones “presentan un desafío complejo”. Dijo: “Entendemos que la intención es garantizar seguridad a la sociedad y es clave que todos trabajemos para concientizar y dar tranquilidad”.
Según remarcó, con la tecnología disponible se puede producir con bajo impacto. Además, al sumarse eso a las herramientas digitales y de monitoreo para controlar aplicaciones “promueven prácticas muy confiables”.
“Si la comunidad científica trabaja con seriedad y libre de sesgos pueden definirse reglas que nos permitan producir más alimentos en zonas periurbanas con un control diferente que de tranquilidad a la sociedad. Si podemos tener una huerta en una casa, podemos hacer agricultura, solo tenemos que definir las reglas claras que protejan a la gente y al ambiente y hacerlas cumplir”, indicó.
LA NACION lo consultó sobre la superficie que, se estima, habría quedado limitada para la producción. Remarcó que las distintas medidas han tenido “repercusiones significativas”.
“De mínima se estima que hay, al menos, 2 millones de hectáreas con algún tipo de restricción. Si tomamos que la Argentina produce 36,6 millones de hectáreas de alimentos para 400 millones de habitantes, estas medidas afectan la producción de alimentos para unos 20 millones. Estas cifras no son para entrar en discusión de números y referencias, solo para dejar claro que es relevante. Pero el problema no se agota ahí”, dijo.
Luego amplió: “El abandono de las tierras periurbanas genera propagación de plagas urbanas y diseminación de malezas que, paradójicamente, pueden conducir a un mayor uso de agroquímicos y la necesidad de labrar la tierra para controlarlas, aumentando las emisiones de CO2 y la degradación del suelo. Dependiendo de la intensidad de las restricciones, la cantidad de hectáreas comprometidas van entre 3 y 5 millones. Si lo medimos en rendimiento promedio de soja, representa entre 3000 y 5000 millones de dólares que no ingresan al país”.
Con la problemática en la agenda, tal como se vio con el accionar de distintos municipios, para el ejecutivo hay que “entender por sobre convencer”.
“En las conversaciones intrasectorial se enfoca mucho en explicar, antes que en entender la preocupación de gran parte de la sociedad. Es muy común escuchar frases como ‘la gente opina sin saber’. Al igual que en cualquier otra actividad, en el campo existen quienes hacen las cosas muy bien, buscando mejorar siempre con menor impacto ambiental, y están quienes buscan maximizar el retorno sin conciencia ambiental. Por eso, desde el sector debemos llevar unidad en esto porque, si no, pagan ‘santos por pecadores’”, expresó.
En este marco, explicó que en la actualidad existen tecnologías en adyuvantes que permiten minimizar el uso de productos y asegurar que lo que se aplica llegue al cultivo y no se vuele a otros lados.
“Más aún, desde el LEAF (Laboratorio de Elaboración y Aplicación de Fitosanitarios) de Rizobacter, se puede simular con viento ver qué sucedería a escala campo, esto puede usarse para demostrar y trabajar en conjunto con diferentes actores de la sociedad. Acciones como esas, permitirían generar un consenso para revisar si la prohibición del uso de la tierra es la solución, o si, en su lugar, el camino es la creación de un protocolo y controlar que se cumpla”, destacó.
Destrabar la discusión
Biagioni se mostró convencido que los biológicos pueden ser “la clave para destrabar la discusión” actual.
“Hoy en día vemos que de la mano de los bioinsumos hay consenso en que tienen menor impacto ambiental y un perfil amigable para operarios y consumidores. Desde ahí podemos construir mediante parámetros como el índice de impacto ambiental por hectárea, centrando la discusión en un terreno objetivo. A esto me refiero con lo de usar el conocimiento científico de las universidades, las empresas y organismos públicos para generar un índice de consenso, donde los biológicos serán una pieza clave en bajar la huella”, señaló.
Remarcó que, pensando en el productor, se debe “seguir invirtiendo fuerte” en investigación y desarrollo para tecnologías con “todos los beneficios ambientales sin resignar rendimiento”.
“Hoy ya existen tecnologías que están a la par de soluciones químicas, como Rizoderma, un biofungicida para tratamiento de semilla que hoy ya se usa en más de un millón de hectáreas en cultivos como trigo y soja, reemplazando químicos”, recordó.
En materia de crecimiento, el mercado de biológicos en la Argentina tiene una tasa de crecimiento del 13,4% anual. Según detalló, en el último año fiscal Rizobacter representó el 30% del mercado nacional de biológicos aplicados a cultivos extensivos. En este rubro hay más de 50 empresas.
“Nosotros estamos colonizando a los químicos, no creemos en los antagonismos. Las alternativas tecnológicas usadas hasta hoy permitieron multiplicar la producción de alimentos. Apalancados en esto, debemos entender que hay soluciones químicas que por su perfil toxicológico deben ser restringidas a aplicaciones muy controladas y especificas, donde no queda alternativa, o prohibidas como los nonilfenoles que se siguen usando, pese a que se sabe que son disruptores endocrinos. Rizobacter dejó de incorporarlo en sus formulaciones desde 2005, por lo que estamos seguros que se puede sin comprometer eficacia. Existen, por otro lado, soluciones de base química que pueden reducirse o minimizase por medio de la aplicación combinada con biológicos. En otras palabras, en lugar de aplicar un producto químico con 4 moléculas diferentes, usar un producto biológico con una sola molécula química”, dijo.
Añadió: “Damos opciones, cuando es posible, usamos biológicos puros y, en los casos en que no es posible, agregamos biológicos a los químicos para reducir su impacto manteniendo, y en muchos casos mejorando, su eficacia”.
La empresa, además del mercado interno, tiene el foco puesto en la exportación. En este caso, la estrategia es ver la necesidad de cada mercado y adaptarse a él. La primera vez que exportó fue en 1986. Para destacar, “un cuarto de todas las semillas de soja inoculadas del mundo” es con un inoculante de Rizobacter “desarrollado y producido en Argentina”.
“Esto nos tiene que llenar de orgullo como argentinos, porque nos posiciona como referencia en una de las tecnologías más usadas de biológicos a nivel mundial. Con la puerta abierta al mundo, estamos avanzando a toda máquina para llegar con Rizoderma, como la alternativa clave para que cuando entre en rigor el “Green Deal” europeo exista una alternativa tecnológica competitiva para los productores. Por último, siempre conversamos con distribuidores y productores que la tecnología que les llega se use en 48 países es la mayor garantía de que funciona en una diversidad de condiciones”, concluyó.
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