Si producimos 100 unidades de un producto, y estimamos un consumo doméstico (a trazo grueso) de 30 unidades, entonces sobrarían 70 unidades que podrían quedar “liberadas” para exportar. Pero como siempre está el “por las dudas”, guardamos 10 unidades “de reserva”. Entonces, el “saldo exportable” según este sesudo calculo seria de 60 unidades.
Con este precario concepto se ha logrado crear un círculo vicioso, destructor de la inversión que acciona el siguiente mecanismo: como van “sobrar” artificialmente por cierre exportación (formal o informal) diez unidades que no tendrán comprador, los productores van a buscar un nuevo equilibrio donde si puedan vender el 100% de lo producido. Por lo tanto, en lugar de 100 unidades, se tiende a producir 90 unidades.
En ese caso, y ante la nueva situación, el Estado (sorprendido), decide que, al ser la producción de 90 unidades, ahora el “saldo exportable” en vez de 60 unidades, pasa a ser de 50 unidades. a la campaña siguiente, los productores, vuelven a sufrir la sobreoferta artificial de mercadería por las medidas del gobierno, ya que encuentran mucha dificultad para vender su producción y sufren caídas del precio doméstico.
Esto se da debido por un lado al apuro para vender antes que se baje la cortina de exportación, y, por otro lado, por la parsimonia del mercado doméstico, que sabe con certeza que puede comprar tranquilo, ya que el Estado asegura que siempre sobre mercadería cerrando las exportaciones. Entonces, la producción busca un nuevo equilibrio hacia la baja, y quizás más acentuada que antes.
Lógicamente, el Estado más firme que nunca reacciona y saca sus cuentas para “asegurar el mercado interno”. Y como consecuencia vuelve a disminuir el “saldo exportable” con más energía aún. Este cuento de nunca acabar, lo experimentamos en su mayor expresión en el periodo comprendido entre 2008 y 2015. Y con ese espiral descendente logramos que en la Argentina el trigo y la carne fuesen un bien escaso. Llegó a valer el trigo más del doble en la Argentina que en países limítrofes, ya que pocos se animaban a sembrar trigo en nuestro país.
Hoy hemos vuelto a comenzar nuevamente con el revoleo de cifras para calcular el “saldo exportable”, tanto en trigo y en maíz como en carne. Y como todo se basa en “estimaciones” de producción y consumo, no hay certezas de los volúmenes ¿cuánto maíz hay en chacra? El maíz es un forraje; cuánto se consume no se sabe a ciencia cierta, y cambia el ritmo mes a mes según circunstancias. Es como estimar cuanto pasto se consume y cuanto pasto queda. Se puede estimar, pero con errores insalvables por la sustitución entre distintos forrajes ya sean granos, silo o subproductos, o bien variaciones en la demanda interna.
Cálculos
Hoy estamos nuevamente entrando en esa lógica. cerrar exportaciones según un número calculado con lápiz y papel. Y peor aún, aceptando este concepto, parte del sector privado acerca otros cálculos de cuál sería “el verdadero saldo exportable”. Y más agravado aun, por las circunstancias de quienes pueden saber y acceder a ser acreedores de ese ticket ganador de poder exportar cuándo el cupo y la competencia es limitada.
Todo eso se revuelve en un barro en donde el Estado no quiere asumir la responsabilidad de cerrar exportaciones, y admitir su incapacidad. Mientras, los exportadores de manera silente acuerdan una “autorregulación” para luego discernir la manera de dividirse los cupos para exportar, sin pasarse de delicadísimos limites internos que solo ellos conocen. no se pisan el poncho.
El recorrido es el mismo que arrancó en 2008 y terminó en 2015. con la diferencia que se comienza con la inercia de grandes producciones de maíz y trigo que fueron en 2019 prácticamente el doble que en 2015 cuando se finalizó con aplicar la lógica del “saldo exportable”. Anulando ese concepto durante el periodo 2015-2019, pudimos producir cada vez más, entrando así en un circulo virtuoso de inversión y productividad.
Hoy nuevamente volvemos a las andadas. Basándonos en una política de comercio exterior tan poco ambiciosa, como quien decide exportar solo “lo que sobra y cuando sobra”. Siempre con complicidades del sector privado como denominador común, de un sistema autodestructivo de la producción granos y carnes.
El autor es productor agropecuario
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