Con cuatro medidas se puede poner en carrera al cultivo cuya producción quedó estancada
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El impulso fuerte al cultivo de soja en la Argentina arrancó en los años 60, cuando el problema era el monocultivo de maíz y las pérdidas de suelo por erosión, fruto de la agricultura bajo labranza convencional. Los pioneros de la soja por aquellos años destacaban que la soja fijaba nitrógeno del aire gracias a sus nódulos, rompía el monocultivo y, de esa manera, mejoraba la condición de los suelos.
Pero fue en 1973 cuando, debido a la falta de harina de pescado, la alimentación animal se volcó al uso de la harina de soja como fuente de proteína en sustitución de la primera. En ese momento, el tándem Giberti/Palau, en la conducción de la SAGyP durante la tercera presidencia de Perón, no dudaron en traer semilla de los Estados Unidos para que chacareros argentinos comenzaran a producirla a escala.
Lo demás es historia conocida. En 1996, la decisión del exsecretario Felipe Solá de autorizar la producción de la soja resistente a glifosato marcó un hito en la evolución del cultivo y desde allí la producción argentina que rondaba las 12 millones de toneladas comenzó una carrera ascendente hasta alcanzar las 61,4 millones en la campaña 2014/15.
A partir de allí comenzó el ocaso de su producción hasta las 44 millones de toneladas en la campaña 2021/22, a las que continuaron las 25 millones de la 2022/23 muy afectada por la sequía, y ahora una expectativa en torno a las 50 millones de toneladas.
Para ser claros: la producción de la materia prima del principal complejo exportador argentino se encuentra estancada, la industria de la molienda exhibe una altísima capacidad ociosa (proyectada para una producción de 70 M/t), no hay nuevas inversiones de magnitud en este rubro y en el mientras tanto Brasil y los EE.UU. multiplicaron su producción por tres y dos, respectivamente.
El peso de la Argentina en el mercado mundial de la soja se viene licuando aceleradamente contra el firme crecimiento de Brasil, que en pocos años más producirá 180 millones de toneladas consolidándose como líder global en este cultivo. De esta manera –ya está ocurriendo ahora- fallas en la cosecha argentina tendrán cada vez más limitado impacto sobre los precios quedando los productores argentinos a merced de lo que ocurra en Brasil y los EE.UU.
Es momento entonces de tomar el toro por las astas y poner en carrera de nuevo al cultivo de la soja en la Argentina, ya que en base a manejo y tecnología se podrían producir más de 60 millones de toneladas con la superficie actual. Es decir se puede producir más soja, con más sustentabilidad y cuidado del suelo. Para ello, creemos conveniente pensar en cuatro medidas:
- Los derechos de exportación (DEX) de la soja tienen que ser los mismos que para el maíz y el trigo. La debacle del cultivo comienza en 2016 cuando el expresidente Macri decide dejar en 0% los DEX de los cereales y en 30% los de la soja. Este brutal diferencial modificó las rentabilidades relativas, de manera artificial, perjudicando a la oleaginosa. Al día de hoy, los 21 puntos de diferencia en los derechos de exportación están terminando de ponerle los clavos al ataúd de la soja. Lógicamente serán las autoridades de Economía las que en función de los números del fisco determinen el nivel de DEX, pero lo que es imprescindible es eliminar la brecha de retenciones.
- Fin del uso propio gratuito. Hay una evidente desinversión en el mejoramiento de la soja (al igual que en el trigo y otras autógamas) consecuencia de que el mejorador no puede recuperar mediante derechos de propiedad intelectual el fruto de su trabajo. De la misma forma no llegan más tecnologías para incorporarse al germoplasma. Por eso es necesario revisar lo dispuesto en la ley de Semillas de 1973 respecto al uso propio. En estos 50 años, el ecosistema agrícola cambió radicalmente y lo que era lógico en ese momento ya no lo es. Hoy se necesita inversión en mejoramiento genético y para ello el obtentor tiene que tener rentabilidad. Por eso proponemos que el uso propio en soja sea oneroso, permitiendo a las semilleras competir por precio y condiciones para llevar al productor la mejor tecnología. Recordemos que hoy los EE.UU. y Brasil obtienen, como promedio nacional, 700 kg más por hectárea que la Argentina. Si este diferencial lo cerráramos, con 16 millones de hectáreas sembradas estaríamos cosechando 11 millones de toneladas más.
- Contratos de arrendamiento por tres años sin excepciones. Se sabe que entre el 60 y el 70% de la agricultura extensiva se hace en campos alquilados. En campo propio el productor organiza su rotación, el planteo de fertilización, la implementación de Buenas Prácticas Agrícolas, y todo aquello que sirva para conservar este bien social llamado suelo. Pero en campo alquilado todo esto se torna complicado toda vez que se realizan contratos por una campaña (accidentales) y el contratista no tiene la certeza de que vaya a tener el lote disponible para el año siguiente. De ahí que se tienda a hacer un cultivo con baja inversión, sin una rotación planificada y sin las mejores prácticas de sustentabilidad. De manera que proponemos modificar la Ley de Arrendamientos para quitar la posibilidad del contrato accidental. Todo contrato de alquiler de campos se hará por tres años, bajo las condiciones que libremente pacten las partes, pero dándole al contratista la certeza que por tres campañas podrá disponer de ese campo. Esto redundará en la implementación de buenas prácticas, fertilización, rotación, cultivos de cobertura y todo un manejo que empujará la producción hacia arriba.
- Promoción a la semilla fiscalizada y fertilizantes. Retomamos lo planteado en el proyecto de Ley de Promoción Agroindustrial en noviembre de 2021. Para acelerar la recuperación de la soja planteamos que durante un equis periodo de tiempo (tres campañas al menos) el productor pueda desgravar con un 50% adicional del costo, la semilla fiscalizada de soja y el fertilizante utilizado del impuesto a las Ganancias. Esto tendrá dos consecuencias, estimular la compra de semilla legal e incrementar el uso de fertilizantes (básicamente fósforo), dos elementos que redundarán en mayor producción para el país.
Conclusión: todavía estamos a tiempo de hacer algo por la soja. Lo primero es desestigmatizarla y darle el valor que tiene en nuestra economía. El camino que planteamos es sencillo: más producción, más transformación industrial con trabajo y valor agregado argentinos, y más exportación de mayor valor. Tres consignas claras, simples y eficientes para que la Argentina recupere el camino del crecimiento.
Los autores son exministro de Agricultura y exsubsecretario de Mercados Agropecuarios, respectivamente
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