El reciente cambio de autoridades en la repartición merece una reflexión sobre sus funciones y la evaluación de los programas que se ejecutan bajo su responsabilidad
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La frase en latín “quo vadis” resulta apropiada para analizar la situación actual y futura de la ex-Secretaría de Bioeconomía, actual Secretaría de Agricultura. En efecto, el ida y vuelta del nombre formal, así como el de su status (Secretaría, pero en algún momento Ministerio) alerta al observador sobre la real situación de la institución.
El reciente reemplazo de la conducción de Agricultura ha dado lugar a diversas opiniones, basadas estas más en percepciones y anécdotas que en análisis de la razón de su existencia (si es que debe existir) una organización de estas características. En las redes y en los medios surge la esperanza de que, como consecuencia del cambio reciente, la institución salga fortalecida. Se argumenta que ahora -a diferencia de lo que ocurría antes- la conducción estará a cargo “de alguien que tiene los pies en el barro”. Ahora hay esperanza pues la dirección “es del palo” (opiniones recientes levantadas de la red social X). Parecería, entonces, que lo que hace falta es una conducción que “defienda” al sector. A riesgo de exagerar un poco, un dirigente gremial, pero con boina, de las grandes como se usan ahora.
La Secretaría de Agricultura tiene a su cargo, en forma directa o indirecta, funciones varias. Algunas pueden ser identificadas por el observador externo, entre ellas el INTA, el SENASA, y el Inase. Otras resultan, para este observador, de potenciales aportes menos claros: entre ellos la ex-Oncca (control comercial agropecuario) y los numerosos programas que van desde agricultura familiar, fondos de agroindustria, arraigo rural, economías regionales, cambio rural, fortalecimiento porcino y otros. Al respecto, en la página de web de Agricultura dedicada a estos proyectos figuran al menos 38 iniciativas de muy diversa índole.
No resulta posible opinar sobre los beneficios que reportan estas (y muchas otras) actividades realizadas en este organismo público. Estos beneficios pueden ser altos o, por el contrario, decepcionantes. Muchos de estos proyectos hay sido financiados o co-financiados por importantes organismos internacionales, entre los que se encuentra el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Mundial, la Organización Mundial para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y otros. Los recursos inyectados han sido, en las últimas décadas, de muy importante magnitud. Las organizaciones internacionales han prestado los fondos, pero que yo sepa han realizado muy pocas (¿alguna?) evaluaciones rigurosas.
Pero no son ellos los únicos culpables. Al iniciar las distintas gestiones que se han sucedido en las últimas décadas, nunca quedó claro cómo diagnosticar, aún en forma muy aproximada el impacto de las múltiples iniciativas que Agricultura llevará a cabo, y cuáles son los lineamientos generales, recursos empleados, objetivos, y formas de evaluación que se pondrán en marcha. Al igual que otras reparticiones públicas, no se conocen los lineamientos efectivos de selección, reclutamiento y carrera profesional de sus integrantes.
Los referentes (asociaciones del sector) que podrían haber hecho un aporte o han ignorado el desafío implícito en modificar el rumbo de la Secretaría de Agricultura o han invertido sus energías en lograr algún tipo de “mejora” para el nicho que circunstancialmente ocupan. Así, para el productor, la principal tarea del responsable de Agricultura es lograr una baja en los aranceles a la exportación. Para el frigorífico, acceder a una mayor porción de la cuota Hilton. Para el sector de biocombustibles, aumentar el “corte”. O lograr recursos en situaciones de “emergencia agropecuaria”.
La falta de acción efectiva por parte de puede ser ilustrada con un par de ejemplos. Al respecto: ¿Porque los integrantes (Aacrea, instituciones gremiales etc) del Consejo Directivo del INTA, o los que participan en Senasa no alzaron su voz en momentos de gravísimo deterioro las capacidades de estas instituciones, aún cuando los recursos en ellas invertidos crecieron en forma muy importante? Y el sector académico al que pertenezco: ¿qué hizo para lograr mejoras en temas tan importantes como lo son los sistemas de información agropecuarios, o aportar en lo relativo a análisis costo/beneficio de múltiples programas públicos? Es cierto que tampoco hemos sido convocados, y las opiniones que alguna vez vertimos fueron recibidas sólo con un café y una sonrisa cordial, y no con real interés.
Encauzar a la Secretaría de Agricultura para que haga un aporte significativo resulta una enorme tarea, para la cual se necesita mucho más que “tener los pies en el barro” o “ser del palo”. De hecho, si por “tener los pies en el barro” se trata, lo mejor sería nombrar un productor del cinturón hortícola de Mar del Plata, un tambero del centro santafesino o un tabacalero de Jujuy. Se requiere una drástica re-organización institucional apuntando a lograr, con tal vez 1/4 o 1/3 de los recursos actualmente empleados, una producción de bienes públicos dos o tres veces mayor que la que hoy se obtiene.
El autor integra el Departamento de Economía Agrícola, RRNN y Agronegocios de la Universidad del CEMA