Durante los últimos años, el cambio del clima ha generado tanto en la Argentina como en todo el Cono Sur, escasez en la oferta y disponibilidad de agua. Esto es debido a fenómenos climáticos que ocurren en diferentes escalas de tiempo. Y provoca que en varias regiones ya exista una competencia por su uso entre diferentes producciones, limitaciones en los rendimientos de los cultivos o incluso dificultades para el acceso al agua en cantidad y calidad para numerosas poblaciones.
La crisis por la escasez del agua es la mayor amenaza natural que está sufriendo nuestro territorio. Todo el Oeste de nuestro país presenta una alta dependencia del agua para el desarrollo de valles agropecuarios productivos. Hace casi dos décadas tenemos déficit gradual y continuo de la cobertura de nieve en cordillera, fuente de agua para la población, el riego y la minería.
En Chile se ha instalado el concepto de mega sequia para este fenómeno ́regional que continúa agravándose. El centro húmedo y subhúmedo argentino está sometido a una alta variabilidad climática, con situaciones extremas de excesos y déficit, favorecidas por eventos interanuales generados por forzantes oceánicos como El Niño y La Niña.
Durante los últimos años esta área del país transita un ciclo seco con precipitaciones anuales menores a la media histórica. También se visualiza una disminución de los cuerpos de agua en superficie y una mayor profundidad de la napa freática.
En territorios patagónicos hay ecosistemas exhaustos al borde de la desertificación. La falta de agua limita las iniciativas para evitar la degradación y para promover procesos de restauración. Sobre el este del país, en la Cuenca del Plata, el río Paraná presenta un abrupto cambio en su régimen hídrico.
Una pronunciada y prolongada bajante por tercer año consecutivo afecta la eficiencia logística de nuestro principal nodo exportador y reduce la superficie de humedales y reservorios en cinco países. Referentes científicos suelen indicar que estas situaciones extremas ya ocurrieron, que son cíclicas, que hubo otros récords históricos. Pero los fenómenos de la naturaleza, debemos sobre todo medirlos por sus impactos socioeconómicos. En esa dimensión, el riesgo y la vulnerabilidad, la dependencia del agua se incrementa año a año debido a la mayor densidad de la población y la intensificación de los sistemas de producción.
Techos productivos
El agua es hoy el factor limitante para la producción agropecuaria. Define los techos productivos en cada campaña, y más aún, es en gran medida la que asegura ingresos de divisas a la macroeconomía argentina. Los comportamientos cíclicos del clima volverán a traernos años con lluvias abundantes como ocurre en los años El Niño.
Por eso, gestionar el agua en los años de exceso, almacenarla, es para el sector agropecuario equivalente a guardar divisas en el Banco Central. Adaptarnos a los efectos del clima es algo que hacemos hace tiempo, desarrollando variedades resistentes a estrés hídrico, mejorando la eficiencia en el riego, creando nuevos sistemas de labranza, rotaciones con gramíneas, inclusión de cultivos de cobertura, e incluso promoviendo el diseño de un satélite, el SAOCOM, para disponer de información sobre la humedad de los suelos, entre otras aplicaciones.
Entonces, ¿por qué nos encontramos ante una situación de alerta? En líneas generales se debe a que los cambios están ocurriendo de manera más rápida y abrupta que las innovaciones para el uso eficiente del agua, la adopción de nuevas tecnologías o las inversiones para la gestión hídrica superficial. Tendemos a mirar lo que ocurre en escalas pequeñas, a nivel de un lote, en un embalse, un paisaje.
Sin embargo, si miramos toda la región sur de Sudamérica se observa que el impacto de la escasez del agua se repite en muchas regiones y se manifiesta con diferentes modalidades, frecuencias y períodos de tiempo. Es necesaria una mirada estratégica que promueva acciones institucionales públicas y privadas más robustas e integrales. Acciones que van desde mejorar el almacenamiento del agua en los poros del suelo hasta la gestión integral de las cuencas.
No menos importante es generar más conocimientos y fortalecer las redes de medición para el análisis de la evolución de este elemento vital y para elaborar proyecciones futuras.
El agua motoriza el desarrollo sostenible. Es nuestro mayor activo natural, y por eso debemos pensar en términos de gestión precisa del agua y no de uso. Asegurar su disponibilidad en cantidad y calidad, con equidad territorial, dignifica nuestro estilo de vida y el de futuras generaciones.
El autor es director del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA
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